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Por Esteban Martínez Sifuentes

Ciudad de México, 05 de noviembre de 2021 [00:40 GMT-5] (Neotraba)

Pero sin prisas,
que el traje de madera que estrenaré
no está siquiera plantado…

J. Sabina

Con independencia de su inapelable función, el miedo y la superstición que despiertan y las implicaciones religiosas y filosóficas, hay que reconocer que las cajas de muerto, cajones, velices, estuches, féretros o ataúdes son llamativos. Desde el punto de vista moral, como decía De Quincey con relación a los incendios y el asesinato, no debiera ser censurable que uno pase ante un cortejo o el aparador de una funeraria y exclame de un recipiente mortuorio, ¡pero mira qué chulo que está, prométeme que me enterrarás en uno igual!, ¡prométemelo! En estricto sentido, no hay ofensa hacia los deudos o el extinto, haya muerto en santa paz en su cama o destripado por un tren.

Nos vamos a morir, eso por descontado. Entonces, más vale que vayamos previendo en qué deseamos que nos depositen en tierra, caso de no preferir la incineración, que cada día gana adeptos por su rapidez y bajo costo, o que, en un arranque poético, nos dé por adentrarnos en el mar como Alfonsina Storni, o que pertenezcamos a la reducida élite de los multimillonarios y nos atraiga la criogenización, en cuyo caso además el candidato a finado debe tener un férreo optimismo en el futuro de la ciencia, de la humanidad toda. (La leyenda es atractiva, en realidad Storni se arrojó de un acantilado y su cuerpo fue encontrado poco después, por lo que sí fue depositada en ataúd, y paseada en homenaje por calles porteñas y colmada de flores como celebridad y gran poeta que era.)

Por el cine, el ataúd más conocido es el de Drácula, pero me temo que cada director lo representa como le da la gana si Bram Stoker apenas dejó instrucciones, y el de Eva María Duarte, una chica provinciana que pasaría a la historia con el nombre de Eva Perón. El de Evita tiene además la peculiaridad de haber sido un ataúd trashumante: fue robado varias veces por diversos motivos, con los restos de la actriz, política y primera dama de la nación argentina dentro. Debe de haber sido una caja resistente, y lavable, porque estuvo un tiempo escondida en un auto estacionado en la calle y luego en la oficina de un militar que tenía la orden de ocultarla mientras se decidía un lugar seguro para inhumarla, según nos cuenta la novela de Tomás Eloy Martínez. Los restos de Evita también fueron a París y volvieron a Buenos Aires, pero ya no estamos seguros de que haya sido en la misma caja.

Es costumbre en el velorio de una celebridad que se instale una guardia de cuatro o seis personas en los costados del ataúd, allegados o meros oportunistas que buscan aparecer en la foto (las selfis están mal vistas), y que además se coloque encima de la caja una bandera o algo que lo haya representado en su periplo por la tierra. Es célebre el escándalo causado por la insignia del partido comunista sobre el féretro de Frida Kahlo en Bellas Artes (1954), extendida por unos de sus alumnos más cercanos; los empleados del recinto exigieron a Diego Rivera que la retirara y él se negó desde lo alto de su soberbia física y artística.

En el pueblo de mi infancia no existían las carrozas. De la casa del difunto a la ceremonia de “cuerpo presente” en la iglesia principal, misa completa o sólo responso y bendición, cargaban el féretro en hombros cuatro solidarios, lo mismo se hacía de la iglesia al panteón; eso es común, me dirán. De acuerdo. El caso es que de la iglesia al panteón había sus buenos tres kilómetros. Cuando uno de los cargadores se cansaba dirigía una seña a los otros tres, se detenían sin bajar la caja y entraba otro voluntario de relevo; lo complicado era que en el cortejo marcharan suficientes hombres fornidos y de estatura similar.

A todo efecto, un sarcófago es un ataúd de pompa exacerbada, nada que ver con los “ataúdes de lujo económicos” que aparecen en Mercado Libre. No he visto nada parecido a un sarcófago en las exhibiciones de casas funerarias, seguro no vivo en la zona adecuada.

Ataúdes (del árabe at-tabut, cajón, cofre) los hay para todos los gustos y bolsillos, de madera, metal, ecológicos de cartón o bambú, con mirilla para curiosear hacia dentro (hacia fuera no tanto), forrados con tela lisa o plisada; con herrajes barrocos o modernistas, con barras o aros en los flancos para cargar; negros, rojizos, blancos, verdes, color de rosa, de varias tonalidades de gris. En favor de la ecología, preferible ser inhumado en un petate o una olla de barro como en la antigüedad. Váyanle pensando, no se apresuren.


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