Entrevista a Zel Cabrera.
Una entrevista a Zel Cabrera sobre su poemario Una jacaranda en medio del patio. Por Óscar Alarcón
Una entrevista a Zel Cabrera sobre su poemario Una jacaranda en medio del patio. Por Óscar Alarcón
Por Óscar Alarcón (@metaoscar)
Puebla, México, 14 de agosto de 2019 (Neotraba)
La charla se llevó a cabo en la Biblioteca Central de la BUAP, un espacio que en el último año ha trabajado por generar un público lector, con presentaciones de libros y charlas con autores, que de manera muy agradable han aceptado visitar el Hall y hablar de su obra. Fue el caso de Zel Cabrera (Iguala, Guerrero, 1988) quien presentó Una jacaranda en medio del patio, poemario publicado en 2018 por Instituto Sinaloense de Cultura y al que Zoe Castell me recomendó para leerlo y charlar con su autora.
Los poemas de Una jacaranda… son entrañables. En una primera lectura me hicieron recordar mis años de infancia pues al igual que muchas casas mexicanas, en la mía había una máquina de coser Singer, una marca que se haría popular desde hace muchos años. El pedal en medio del mueble hacía girar una rueda, junto a esta los hilos de colores iban agotándose hasta que la costurera terminaba su labor. Un pedal que pisaba como si fuera el freno de un auto. Bastaba impulsarlo un poco para sentir el movimiento que de pronto se realizaba como si nunca fuera a detenerse.
Zel Cabrera nos transporta a los terrenos en los que la casa de mayor significado era la casa de la abuela, donde comenzaba la niñez y la felicidad pero también el dolor y la muerte.
En primera instancia había acordado con Zel presentar el poemario en febrero, sin embargo, tuvo que posponerse pues un viaje a la frontera norte de México la llevo viajar para recibir el Premio Nacional de Poesía Tijuana 2018, por su poemario La arista que no se toca.
El humor y las bromas son un sello distintivo de Zel Cabrera, quien se muestra en todo momento una persona sensible y combativa, con el sarcasmo siempre a punto de estallar en las charlas.
Con una visión auto crítica con su trabajo poético, ha recorrido gran parte del país con sus poemarios. Becaria del Programa Jóvenes Creadores del FONCA y de la Fundación para las Letras Mexicanas, nos cuenta las historias de las mujeres que hay en su familia.
Óscar Alarcón. Una jacaranda en medio del patio, es un poemario muy entrañable porque se remite a los años de juventud, a los tuyos pero que también se remiten a los primeros años de los lectores. Encuentro mucho de la memoria que se tenía en casa, como la máquina de coser Singer, que mi madre tenía y que a la vez mi abuela también tenía. ¿Qué significado tiene para ti la memoria y la poesía?
Zel Cabrera. La memoria y la poesía son como ir sacando astillas, siempre lo digo, astillas que ya se encarnaron. De pronto uno no sabe lo que tiene adentro hasta que lo saca y pasa el dedo por ahí y siente que hay una pequeña astilla encarnada.
Tienes que sacar la astilla, no se te puede quedar adentro. Y metes un alfiler, un pequeño gancho –pienso en el gancho con el que hago las bufandas– para sacar la astilla. Es doloroso y creo que son muy pocos los autores que pueden enfrentar este reto y no se quedan nada más en el lenguaje sino que van más allá.
Pienso en Rosario Castellanos, este acto de sacar la astilla y a través de eso escribir. Y obviamente, la astilla tiene un poco de sangre: todo el tiempo que pasó ahí enterrada.
Una jacaranda en medio del patio fue justamente eso: estar sacando memorias, sucesos dolorosos de mi familia, de pronto cosas que parecían comunes y simples, intentar hacer el salto para que fueran parte de la poesía, para que fueran un poema, para que fueran un aparato poético, un aparato literario y no nada más se quedaran en la anécdota.
Creo que es un riesgo en la memoria pero es necesario y hay que tomarlo y hay que subirse a él.
ÓA. Encuentro que es una memoria melancólica y dolorosa como lo mencionabas. ¿Qué tanto tiene de falsa memoria? Hacemos catarsis, sacamos aquello que tenemos dentro, ¿qué tanto es una reconstrucción de esa realidad a través de la ficción?
ZC. Justo ayer lo decía, en Una jacaranda en medio del patio, me di licencias, metí varias ficciones. Zoe Castell, que es de Iguala lo sabe, en Iguala no hay jacarandas, hay acacias. Todo Iguala se viste no de morado sino de naranja. No hay jacarandas en Iguala. Iguala es de clima cálido en donde no hay jacarandas, porque son de clima fresco: Puebla, Ciudad de México, Cuernavaca.
Esa es una primera falsa memoria: que no hay una jacaranda en medio del patio porque el árbol de Iguala es la acacia. Todo el mundo en Iguala jugamos con acacias antes de que florezcan y jugamos gallitos.
La parte de las tías es totalmente cierta pero fue jugar con la ficción, acomodar. No elegí acacia porque no era tan bonito, no era tan “poético” como es jacaranda y su color, la delicadeza. Son permisos que me di en este y en el otro libro.
No podía poner acacia porque se me hizo un árbol muy rudo. Sigue siendo una acacia, sigue siendo un árbol femenino pero me parecía muy rudo. Aproveché esta licencia poética, esta obsesión que los chilangos tienen con las jacarandas, esta manía que tenemos los chilangos de estar viendo jacarandas en todos lados. Esa es la primera falsa memoria y creo que es la única.
ÓA. Se recuerda a las tías, a la madre. Se recuerdan algunos lugares pero se recuerda para huir más que para quedarse. Siento que la voz poética está huyendo de algún lugar.
ZC. Yo salí huyendo de Iguala, hace doce años que no vivo en Iguala, orgullosamente. Iguala es una ciudad que te orilla a huir, es una ciudad muy ingrata –es una palabra fuerte pero es la verdad–, la gente es distinta.
Volteé a mi historia, desde lo que he vivido después de haber salido de Iguala. Se dice que uno sale del pueblo pero el pueblo nunca sale de uno.
Volteé atrás y quise hacer poemas sobre mi abuela y me di cuenta que no nada más era mi abuela: eran mis tías, era mi madre. Era yo. Eran mis primas, eran sus amigas, era quien sea. Eran todas repitiendo los mismos patrones, preservando la idea de casarse por interés, la idea de no casarse, de quedarse viuda. Todas estas ideas machistas de mis tías que estaban siendo reproducidas por las hijas. Incluso por mí.
Fue tomar distancia, nombrarlo para entender mi lugar en el mundo, para entender el lugar de la mujer, sobre todo de las guerrerenses –no puedo hablar de otras provincias, no las conozco.
ÓA. Se nota la violencia en este contexto. En alguno de los poemas uno de los novios le llama “puta” a una de las chicas. ¿Por qué traer la violencia al contexto onírico que también está en Una jacaranda en medio del patio?
ZC. Uno debe de recordar todo, no solo lo bueno, no solo lo bonito. La poesía no es solamente hablar de cosas bonitas, tiene que hablar de la vida y tiene que ponerse al servicio de la vida, más que una ideología.
No creo en la poesía militante, ni siquiera yo soy militante de algo, todas mis militancias son muy chafas, muy fresas. Me digo feminista pero sin ser una feminista radical porque acabo teniendo ideas machistas porque tengo una pareja heterosexual, una pareja hombre, ya de ahí ya me chingué. Si me voy a una cafetería capitalista, soy muy hippie y si me voy a una cafetería hippie pido una Coca Cola, ya torció el cuello el ganso. Pienso que mis militancias siempre han sido muy deslactosadas; pensando en eso, mi poesía no es una poesía militante.
Y en este libro lo que intento justo es decir: a veces la violencia viene de uno mismo, a veces la violencia viene de tu madre, a veces la violencia viene de tu tía, a veces la violencia viene de tu pareja y está mal. Hay que decirlo, hay que nombrarlo, hay que darle peso a las palabras y hay que ponerle nombre a las cosas que nos están doliendo.
Creo que desde ahí la violencia en mis poemas es solamente el reflejo de la vida, de lo que todos los días vives. Existe el novio que te jala, que le cuentas que tuviste un ex novio y se enoja y entonces ya eres una puta. Fue básicamente hacer eso en ese poemario.
ÓA. ¿Es posible curar a través de las palabras? No como un medicamento, hacer una reconstrucción del pasado y del presente para tener en perspectiva el futuro.
ZC. No sé si curar porque suena muy cursi, muy trillado: “las palabras curan como la medicina del alma” ese tipo de cosas de superación personal barata. Creo que la poesía nos ayuda a nombrar y hasta ahí ya hizo mucho. Ya si nosotros después de haberlo nombrado podemos hacer algo con eso que nombramos, muy bien. Si no se puede, está bien, también. No pasa nada.
Estoy en contra de ver esto como una catarsis personal. Creo que la poesía está ahí para nombrar, para enumerar y ya fue mucho para la poesía.
ÓA. Encontramos una serie de poemas sobre la muerte, sobre la pérdida de la abuela y se alcanza a ver a la muerte como una celebración, hay muchas risas, mucho ruido y uno se acuerda que está ahí también la muerte y entonces uno guarda silencio. ¿Qué significado tienen los silencios y los ruidos dentro de tu poemario?
No me he hecho muy consciente de eso. No me voy a poner a decir que soy una maestra de los silencios: lo que está, está y lo que no está, no está.
Más que el silencio, me atrae la sonoridad de las palabras: el sorrajarlas en el piso. Desde hace mucho tiempo decía que para mí la poesía era como aventar piedras y estar escuchando ese sonido de las piedras. Y hay piedras que te gustan y hay piedras que tiras porque no hacen un ruido padre.
En Una jacaranda… mi intención fue retratar una historia, dar un pasado, meterme con esta idiosincrasia popular de provincia: está el cadáver ahí tendido, lo estamos velando pero estamos cantando. Para empezar, ¿cómo puede haber tanta gente? Esto no es una fiesta.
Siempre he dicho que me molestan mucho los funerales porque siempre está lleno de gente que ni siquiera te conoce en serio. Van, te abrazan, te dan el pésame y dices “No nos conocemos, ¿por qué estás aquí?” Eso de acompañar al muerto tan de Iguala, cierran las calles, ponen lonas afuera, un chingo de sillas, un montón de café y de pan. Y dices “¿esto es una fiesta?” “No, se acaba de morir alguien”.
Yo preferiría llevar el dolor con dos personas que realmente saben lo que estoy sintiendo. Pero en Iguala es ruido, ruido más ruido, gente que no ves desde la primaria.
Básicamente ahí están las partes: jugar con el ruido, con la fiesta y también jugar con el silencio, no decir nada: esto está pasando también.
ÓA. Hay un verso que dice “el amor no crece en tierra muerta”, ¿qué ocurre con la viudez y las relaciones de pareja? Quizá mis lecturas son muy cortas pero no recuerdo que se haya tratado mucho la viudez en la literatura, la poesía.
ZC. Justamente ayer alguien me pasó un poemario de Verónica Volkow, que se llama La noche viuda. Es un tratado sobre la reciente viudez de la poeta. Lo empecé a ojear y me dejó sin palabras. No lo digo de dientes para afuera, es de esos poemarios que te golpean aquí y te sacan el aire, y eso que leí dos páginas.
La viudez en la literatura –igual que la parálisis cerebral, igual que los trastornos alimenticios, igual que un montón de cosas– no se toca.
Justo lo digo en mi otro libro: hay un montón de cosas que no se tocan, hay un montón de cosas que no se dicen, que se quedan siempre en silencios, siempre decimos: “tiene SIDA, es gay, tiene diabetes, tiene cáncer”, súper bajito, como si fuera una cosa que no se puede pronunciar porque se propaga.
Creo que la viudez es uno de esos temas que nadie toca, que nadie dice. Yo crecí en un ambiente rodeado de viudas, mujeres solas, que es muy raro pero las relaciones de pareja eran mi mamá y mi papá. Y de ahí en fuera eran mujeres viudas, que no se volvieron a casar y que parecía que no les hacía falta volverse a casar.
De chiquita lo ves normal: mi tía no tiene esposo, ella tampoco tiene esposo, ella tampoco… Es que aquí no hay hombres y pareciera que hacen falta los hombres. Y cuando hay, no sirven para nada. Cuando hay, de verdad son inútiles: están ahí pero no sirven para nada, no cargan, no ayudan, no nada. Se dedican a vivir.
Mi abuelo siempre trabajó ayudando a mi abuela pero no tenía un trabajo como tal. Los maridos de estas mujeres se murieron y ellas parecían que no necesitaban volver a casarse. Y se quedaron viudas jóvenes.
La viudez en mi familia fue algo muy natural. Si una se queda viuda, una no se vuelve a casar. El amor no crece en tierra muerta. Todas estas mujeres se han alimentado de un amor a sus hijos, no hacia un hombre. Ya que crecí me pareció un fenómeno pero real y natural.
ÓA. “Para mi tía el amor está en el azar, en ese deporte de arrojar dados y tentar a la suerte”, ¿qué es lo que ocurre con los poetas y la suerte? ¿Existe el azar o sólo es una excepción y nosotros le llamamos “suerte”?
ZC. No lo sé. Mi tía es una persona muy extraña. Ella no se casó, tenemos la teoría de que es gay y por eso no se casó. Pero tampoco lo sabemos, son cosas que no se pronuncian y que se dan por sentadas. Es el punto donde mis tías no se volvieron a casar después de quedar viudas muy jóvenes: no es natural que no se volvieran a casar. Pero no lo sé.
Esta tía que cree en el azar y que se la pasa jugando maquinitas en la tienda –a las que les metes un peso–, hace eso saliendo del trabajo y puede estar 3 horas. Vive por mi casa, así que cuando llegaba de la escuela la veía jugando y al día siguiente la seguía viendo. Ella encontró ahí el amor, por así decirlo. Si mi tía tiene un amor o una pasión es al azar justamente.
En el caso de la maquinita creo que sí existe el azar. Te puedes pasar tres horas metiéndole un peso a la maquinita y no ganarte nada. Puedes llegar y ponerle una moneda y ganarte 500 varos, que es lo que tenía la maquinita.
Pero en el caso de la poesía creo que lo que existe es el trabajo. Y en el caso de una carrera académica y lo laboral de un corporativo, por ejemplo, lo que hace que subas es el trabajo.
Lo que hace que lleguen los premios o las becas, se puede pensar que es azar: “ah, qué buena suerte, me dieron el FONCA”, “ay qué mala suerte, ya no existe el FONCA”. Creo que lo que queda ahí es el trabajo, en ese aspecto.
Ya en lo demás, si te gusta ir al Jack, creo que sí es buena suerte o el azar.
ÓA. ¿Consideras que la soltería está mal vista en una sociedad como la mexicana?
ZC. Totalmente. Ya no vestimos santos, vestimos gatos. Creo que todas mis amigas de la primaria y la secundaria están casadas. Ellas llevan dos hijos y yo llevo dos perros.
En 2019, en Guerrero, todavía te siguen preguntando “¿Pa’ cuándo la boda, para cuándo los hijos? Ya te estás quedando, ¿no serás lesbiana?” ¡Ya te puedes casar aunque seas lesbiana! Creo que sí está mal visto.
ÓA. Ahora que ya ha transcurrido un poco más de tiempo después de haber ganado el Premio Tijuana de poesía, y después de que nos enteramos de que Andrea Chapela y Karen Villeda ganaron el Premio Gilberto Owen en cuento y poesía respectivamente, ¿cómo percibes el lugar de las mujeres en este momento en la literatura en México?
ZC. Creo que es un momento importante para las escritoras, un momento para alzar la voz y para que su trabajo se alce y se sostenga, sin duda.
No obstante, también creo que es un tiempo en el que se debe de reflexionar muy seriamente dicho lugar y dicho poder, para que éste no sea puesto en lugares equivocados o puesto al servicio de ideologías o demagogias que nos distraigan de lo verdaderamente importante: la literatura. El malinterpretar este lugar puede hacer que todo lo ganado se corrompa, siendo más de lo mismo y lo tan criticado en el pasado.
Las mujeres, más que por una cuota de género, debemos exigir equidad pero también calidad en el trabajo.
ÓA. ¿Los premios y las becas generan escritores?
ZC. No, en lo absoluto. Las becas y los premios literarios deben ser estímulos para los escritores pero no mecanismos para su existencia.
Ver estas herramientas como un fin y no como un aliciente es uno de los principales vicios de muchos que ven el arte como un lucro y buscan ganar premios siguiendo modas simplemente por el monto de los mismos.
ÓA. Platícanos un poco sobre las diferencias fundamentales entre tus dos poemarios Una jacaranda en medio del patio y La arista que no se toca.
ZC. Por un lado, Una jacaranda en el patio, es un libro en el que intento reflejar algunas costumbres redimidas y extrapolar el sentido femenino del pasado, sus poemas se pertenecen entre sí, como una historia, en él te cuento historias familiares y propias. Es por decirlo de una manera, un árbol genealógico de las mujeres de mi familia con sus anécdotas.
En cambio, La arista que no se toca, es un libro en el que ya no importa tanto la historia sino las palabras, lo que no se dice y permanece intacto. En los dos hay un tono confesional, sin embargo, creo que en el segundo, es la anécdota lo que se pone al servicio del lenguaje y no al contrario.
ÓA. ¿Es difícil ser escritora en México?
ZC. Es difícil ser mujer en México, dejémoslo así. Abrirte camino, caminar por la calle, viajar, todo lo haces con el miedo de que en cualquier momento puedan violarte o matarte y que al final, tu agresor ni siquiera sea llevado a la justicia.
ÓA. Mucho se ha dicho que en nuestro país no se lee, y aunque los promotores de la lectura nos esforzamos porque esto no sea así, ¿qué ocurre con los poetas en nuestro país, se leen?
ZC. Se leen entre ellos y escriben –la gran mayoría– para ellos, pocos piensan en un lector común y corriente, eso dificulta que la literatura llegue a los lectores. El lenguaje tiende a ser poco nítido y en ocasiones no dice nada, desde hace algún tiempo se está escribiendo sólo para encajar en estéticas que agraden a otros escritores, la mayor parte del tiempo para ganar certámenes.
Eso por una parte y, por otra, existe realmente poca difusión en cuanto a los libros, es decir, llega a dos o tres librerías locales, si es que llega, claro. El escritor distribuye sus libros en sus círculos sociales y hasta ahí. Tienes que publicar en una editorial grande para aspirar a ver tu libro en la mesa de novedades de una gran librería y que tu obra sea comprada por un lector real.
ÓA. ¿Qué es el amor?
ZC. Para mí, son cuatro patitas siguiéndome por la casa, la cena en casa, la tranquilidad del televisor iluminando la noche, la calma para escribir y que adentro todo permanezca en su sitio, una llamada telefónica a mis padres, contándome las cotidianidades. Las cosas simples.
ÓA. ¿Cuál consideras que es el sentimiento más ruin que tiene el ser humano?
ZC. La envidia, así, a secas.