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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 17 de agosto de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Nada en contra de la gente de Cholula,

como muestra de mi amistad,

una canción punketona de los cosplayers

de Caifanes: https://www.youtube.com/watch?v=9GkVhgIeGJQ

En abril –juraba que era más reciente– hablé del hecho de que el turismo actual cambia por completo el espacio a capricho del gusto extranjero; de modo que cuando uno como un cotidiano transita por esos espacios, es excluido por algo que debería formar parte de su identidad. Curiosamente no lo vi más patente que al visitar Cholula.

Siempre hablo del centro de Puebla porque es lo que veo más seguido, es donde existo gran parte de la semana en horario escolar, pero lo cierto es que vivo en Cholula, la intuición diría que mi campo de escritura debería estar aquí y no allá. Cholula en muchos aspectos, ha sido solo una referencia para decir dónde vivo. Por las mismas razones, al visitar Cholula, ni fui turista ni fui local.

Aclarado el punto, no sonará raro que me sorprenda de las cosas que se pueden ver en la cercanía de las pirámides y el mercado. Para empezar porque hay un contraste muy claro entre la parte que es destinada al turismo y la que es de uso común, mientras que hay una calzada entera dedicada a los souvenirs, a unas calles se empiezan a ver los espacios sin pavimentar y las casas con castillos expuestos. ¿Por qué?

La imagen que exporta México se puede entender mejor usando de referencia los pueblos mágicos, poblaciones dedicadas al turismo por su importancia económica o por su legado cultural. Así me lo enseñaron en asignatura estatal y así se los digo yo a ustedes. Sin embargo, la consideración de un pueblo mágico, para mí, no hace más que excluir partes que no son agradables al bolsillo extranjero. El turismo actual invisibiliza partes que queriendo o no, forman parte de la interacción cultural del espacio.

Con todo, podemos hacer burlas sobre los tacos del Paseo Bravo, decir entre risas en qué colonias asaltan, en cuáles venden buenas memelas, qué puesto es el mejor para comprar una guajolota y hasta saber en qué esquina y a qué hora para el de los tacos de canasta. No es como que aquello sea agradable para un turista que viene a disfrutar de lo que ofrece un panfleto de la secretaría de turismo –de los que hablaré luego–, pero es, existe más allá de que sea un problema o no. En caso de ser un problema, es mejor atenderlos y buscar su solución que solo desaparecerlos momentáneamente.

En Cholula hay calles incompletas, ambulantes que ocupan toda la cuadra, verdulerías ruidosas, mendigos orillados por la necesidad, casas abandonadas, tsurus tuneados, un tráfico confuso, una educación vial casi nula –como en el resto del país– y una tradición moral propia del siglo XX. Yo no lo veo como algo que se deba ocultar, como se pretende en las principales zonas turísticas de Cholula, creo que es evidencia de que es una ciudad que existe. El turismo no debería concentrarse en formar parte de una postal, sino en hacer de un espacio uno reconocible por algo más que fachadas bonitas.

Pensándolo así, Cholula no es muy diferente de la Villa iluminada de Atlixco en el invierno, Cholula es en muchos espacios una villa de casas con colores similares. Solo que, a diferencia de la Villa iluminada, Cholula no está desbordada de parafernalia navideña.

No es mi intención cambiar la forma de hacer turismo ni mucho menos dar clases al respecto, hablo de lo incómodo que es ver la discordancia de un espacio consigo mismo y saber que, de nuevo, el valor de un espacio está representado por su utilidad. En caso de Cholula, su utilidad para vender souvenirs a sobreprecio y tener una circulación vial terrible.


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