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Por Luisa Muñoz

Puebla, México, 03 de agosto de 2021 [GMT-5] (Neotraba)

¿En qué pensamos cuando recordamos a Penélope en Ítaca? Quizá en una mujer fiel, paciente, aferrada a su tejido que la mantenía lejos de sus pretendientes mientras esperaba a su marido Ulises porque él era un héroe ¿por qué no habría que esperarlo?, o al menos eso es lo que nos han hecho creer. Cuestionémonos las razones que nos llevaron a pensar en ella como tal y cómo su tejido siempre ha acompañado el arquetipo construido entorno a ella, asimismo pensemos en la causa para que el tejido y el bordado sean relacionados con la figura femenina.

Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.
Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.

Para mí, es claro que el sistema patriarcal y la industrialización simbolizan un par de los diversos peligros para tales praxis, desde el asunto de ver al tejido y el bordado como una práctica y no como un arte hasta, estereotípicamente, limitarlos a un quehacer exclusivo de las mujeres.

Tales ejercicios evolucionaron y en la historia de cada país representan distintas cuestiones. Por ejemplo, en Europa el bordado era empleado tanto para decorar los bordes de las prendas (de ahí su nombre) como para inmortalizar historias, este representaba un símbolo de poder y se reservaban los hijos de oro y plata para asuntos religiosos. Los primeros indicios de tejidos de seda datan de la antigua China convirtiéndose en uno de los textiles más preciados y expandida a distintas culturas por la dinastía Han a través de las rutas de comercio de la Ruta de la Seda. En Latinoamérica el huipil es considerado toda una tradición y, aunque su origen fecha desde la época prehispánica, la transmisión de generación en generación lo ha mantenido hasta la actualidad suscitando un legado sumamente valioso.

Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.
Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.

Pero, el telar de Jacquard y la máquina de bordado Schiffli relegaron al bordado y al tejido al quehacer doméstico, Gaya (2020) refiere al bordado como:

parte de una larga lista de cualificaciones para ser la esposa ideal y reflejaba todas las cualidades del ideal femenino, tales como: paciencia, delicadeza, cuidado y sumisión. Pero bordar ofrecía un espacio de expresión personal donde muchas mujeres imprimían su propio sello en los objetos que las rodeaban y creaban sus obras de arte.

Ante lo expuesto anteriormente, rememoremos a las mujeres en la Bauhaus: Anni Albers, Gunta Stölzl y Lis Beyes-Volger son algunas de las numerosas mujeres que representaron a la escuela en sus talleres. El fundador y director diferenciaba entre sexo fuerte y sexo bello, este último para referirse a las mujeres, una distinción que traspaso los salones de clase pues las mujeres eran enviadas a talleres que se creía que ellas eran capaces de realizar y quedando fuera de grandes clases como pintura, arquitectura y escultura. Esto no fue un impedimento para que ellas destacaran, lo que hubieran hecho en las aulas de pintura lo llevaron a los telares y convirtieron el área de diseño textil en una de las más sobresalientes de la Bauhaus. Apreciamos como, una vez más, el patriarcado se apodera de los espacios.

Tarde de bordada Patchwork the healing blanket. Foto cortesía de Rosa Borras.
Tarde de bordada Patchwork the healing blanket. Foto cortesía de Rosa Borras.

Kate Millett en su obra Política sexual (1995) ofrece una definición para el patriarcado:

sistema social y político de dominación, precedido históricamente por un tipo de sociedades denominadas pre-patriarcales […] se ocupa de socializar a las mujeres de manera que asuman y consientan el papel que les ha sido asignado.

Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.
Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.

Sin embargo, este término se gesta desde la antigüedad. Los griegos, con sus mitos y leyendas, han servido de ejemplo al hombre[1] a lo largo de generaciones. Durante la época Arcaica se buscó resaltar la figura del hombre, dando como resultado modelos y patrones de conducta que reforzaron el rechazo hacia las mujeres; las que tuvieron participación en alguna obra celebre nos ayudan a comprender el papel que tuvieron en las sociedades. Al respecto, Caamaño (1995, p. 62) dice lo siguiente:

En la época homérica, el mundo es de los hombres. Ellos gobiernan -piensan, hablan, ordenan con su discurso autoritario- van a la guerra, viajan. Las mujeres mientras tanto deben callar y obedecer, dedicarse a las labores del hogar y a la procreación […] Son vistas como objetos cuyo dueño puede usarlas para efectuar algun intercambio y son también botín de guerra.

Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.
Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.

Los paradigmas femeninos nos permiten entender el sistema patriarcal que los construyó, mismo que fue el encargado de postergar una visión de Penélope como una mujer fiel, sumisa, abnegada, apresada a la tutela de las figuras masculinas en su familia. Sin embargo, surgieron propuestas de relecturas a lo largo del tiempo que la alejan a ella y a su tejido del estereotipo misógino.

Un ejemplo de lo anterior es Sed de mar (1987) de la escritora mexicana Esther Seligson quien, mediante un poema erótico, resignifica al personaje. En esta obra, Penélope es consciente de sus propios deseos y ambiciones; construye su propia historia y rompe con las idealizaciones en torno a ella. Apreciamos cómo Penélope abandona su tejido y se va de Ítaca, no por un acto de rebeldía o rencor, sino –empujada siempre por la más genuina fidelidad– para consumar ese amor suyo, digno de leyenda, durante tanto tiempo pospuesto (Anónimo, 2004). Así pues, surge una reivindicación de Penélope como una mujer libre dueña de sí, que sirvió de inspiración para crear pancartas durante las marchas del día de la mujer con la leyenda Sal de Ítaca, Penélope. El mar es tuyo.

Tarde de bordada Patchwork the healing blanket. Foto cortesía de Rosa Borras.
Tarde de bordada Patchwork the healing blanket. Foto cortesía de Rosa Borras.

Sin embargo, el huir no es la única manera de emancipación. Podemos, también, tomar el tejido como símbolo de autonomía. Cirlot (1958, p. 428) define esta práctica como la representación fundamental de la creación y la vida, sobre todo ésta en sus aspectos de conservación y multiplicación o crecimiento. Quedémonos, pues, con el sentido de conservación de la vida; pensemos en Penélope decidiendo sobre su propia vida y resistiendo ante las imposiciones de conseguir un nuevo marido que reinara junto con ella en Ítaca, usando su tejido como un símbolo que le permitiera sobrevivir tanto tiempo pudiera sostener su compromiso propio de hacer y deshacer el tejido.

En la actualidad, el movimiento feminista se ha apropiado de este tipo de prácticas como un símbolo de resistencia. Didriksson (2020) menciona lo siguiente al respecto:

Para nosotras, es una reacción que ejercemos las personas ante mandatos o situaciones opresivas y las expresamos como un rechazo a ese “deber ser” que nos ha impuesto, en este caso, el patriarcado […] hay muchas maneras de resistir, cada uno decide en qué momento y cómo. Incluso, lo que antes veíamos como algo normal después lo podemos convertir en resistencia. Cuando se repite entre varias mujeres a lo largo de una sociedad se abre la posibilidad de que se popularice.

Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.
Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.

Recordemos que incluso el día de la mujer se conmemoran los logros de las mujeres trabajadoras en la industria textil en la obtención de derechos civiles. Lo relacionado con los textiles siempre ha sido un parteaguas para que las mujeres empiecen a construir, a tejer sus propias historias que rechazan la norma que favorece al hombre. Para Galia González (2021) el tejido es un saber de nosotras, todas las que aprendimos esta práctica ha sido gracias a nuestras abuelas, madres, tías, etc. Es una manera de resistir desde el amor y la ternura, y romper con los estereotipos que quisieron llegar a imponernos la idea de que el peor enemigo de una mujer es otra mujer. Bordar desde los feminismos, nos permite anudar hilos y potencias para pensarnos desde otros lugares fuera de la norma del mundo en masculino. Bordar puede ser un lenguaje de resistencia y de libertad. Pero la libertad desde el bordado, que es una actividad donde se reconoce la implicación de unas personas con otras, no es una cualidad individual, sino que es una resistencia colectiva que lucha por la dignidad común (Marina Garcés, 2013, 153).

Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.
Pañuelos para las víctimas de feminicidio. Foto cortesía de Rosa Borras.

El patriarcado, históricamente, no ha sido el único sistema de opresión encargado de desvalorizar a los hilos. El racismo, colonialismo, imperialismo, etc. nos hicieron voltear la mirada de los hilos, pero mantener la tradición de generación en generación y convertirlo en un aprender comunitario lo mantuvieron en un prominente aprecio.

Es valioso entender esto y lo que podemos aprender de esta manifestación es el respetar las distintas maneras de expresión artística, el arte está presente en lo cotidiano. El tejido de Penélope, erróneamente, se piensa como un símbolo de su espera idealizada. Debemos resignificar la idea que se tiene de ella y la resistencia feminista parece ser el camino que nos lleve a entenderla como una mujer que utilizó el tejido como una manera de resistir ante los lineamientos que le estaban siendo impuestos, del mismo modo que distintos colectivos.

Tarde de bordada Patchwork the healing blanket. Foto cortesía de Rosa Borras.
Tarde de bordada Patchwork the healing blanket. Foto cortesía de Rosa Borras.

[1] Entendido como género y no como especie.


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