El emisario o la lección de los animales: entrevista a Alejandro Vázquez Ortiz.
El emisario o la lección de los animales de Alejandro Vázquez es la aventura de un par de gemelos con el narco. Óscar Alarcón charló con él sobre su novela.
El emisario o la lección de los animales de Alejandro Vázquez es la aventura de un par de gemelos con el narco. Óscar Alarcón charló con él sobre su novela.
Por Óscar Alarcón (@metaoscar)
24 de octubre de 2017
Alejandro Vázquez Ortiz es miembro del consejo de la editorial an.alfa.beta que se encuentra ubicada en Nuevo León, también es editor de la Revista Levadura. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2015 por su libro La virtud de la impotencia; además se hizo acreedor al XXXI Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción de Puebla por su cuento “El mono que escribió el Quijote” y resultó ganador del Premio Nuevo León de Literatura 2017 con el libro de cuentos Yonque. El emisario o la lección de los animales fue publicado este año en Caballo de Troya Editorial.
Óscar Alarcón. Milan Kundera dice que el ser humano fue expulsado del paraíso y que los animales, desde entonces, han vivido en él, que por ello no tienen preocupaciones, existe una tradición muy amplia en la literatura con el tema de los animales: los bestiarios, el de Cristo y el del Diablo, quizá más famosos los de Borges y de Arreola, ¿cómo surge en ti la idea de hacer una novela con referencias de animales que resultan simbólicos y al mismo tiempo son animales con los que convivimos cotidianamente?
Alejandro Vázquez Ortiz. Los procesos creativos son muy caprichosos. Yo creo que las historias que finalmente se convierten en algo, nacen de las formas más extrañas, se transforman y al final acaban siendo algo que ni por asomo fue lo que se pensó en un principio.
El primer germen de la novela era precisamente lo que se convirtió en un subtexto, o un subtítulo: un personaje que es una especie de mediador entre los hombres y los animales. De hecho, esa idea la tuve cuando estaba en España y hay un primer intento de borrador que ya tiene el título El emisario, que probablemente es del 2009 y apenas alcanza las 10 cuartillas. Aunque el personaje no era un narcotraficante; sino un inmigrante ilegal. No son lo mismo; pero ambos están conectados por ese estar fuera de la ley. Esencialmente me interesaban las aves y el chivo, y ambos estaban presentes ya en ese borrador.
Los demás animales se acercaron en algún proceso de la escritura y fueron encontrando su lugar como si lo hubiera pensado todo desde el principio. Cada idea se va alimentando, madurando desarrollando según nuestro común metabolismo; el suyo y el mío. Cuando regresé a México y retomé el proyecto; me pareció imposible no transformarlo.
Si la ilegalidad en el primer mundo es un estar fuera de la sociedad; acá en México es casi un estar en contra a través de la delincuencia. Quise explorar los elementos y creo que los animales funcionan bien. Como subtexto y como tótems, como símbolo y como espejo para que los hombres nos reflejemos en ellos.
ÓA. Cuando era pequeño mi padre me enseñó un rezo que parecía más bien un refrán o un dicho popular: “San Antonio te pido que amarres a tu animalito con tu lazo bendito”, y si un perro era el que te acechaba, con eso se iba. En las páginas 102 y 108 de El emisario o la lección de los animales, se hace referencia a un rezo a San Antonio, que se acerca mucho a la poesía, ¿qué conexión crees que exista entre la poesía y los rezos?
AVO. El Romance de San Antonio es una poesía popular castellana que, como toda la poesía antes del verso tipográfico, es sinónimo de canción. De hecho, hay varias versiones muy populares disponibles para escuchar, entre ellas la de el folclorista español Joaquín Díaz. Desde que la escuché por primera vez, me quedé fascinado con el romance.
Es decir, con la descripción del milagro de San Antonio de Padua, que con su voz y su aliento podía comandar a los pájaros y pedirles que se alejaran del huerto o salieran de su casa. Acaso esa jaculatoria que te enseñó tu padre habla de ese poder divino de San Antonio para domesticar a los animales. ¡Y eso es lo que me interesaba al usar ese romance! Esa relación tan directa entre domesticación y orden. El sometimiento del animal al orden; a la palabra del santo; acaso la continuación mística del decreto del Génesis de nombrar y otorgar taxonomía a los animales. Y sobre tu pregunta; en este caso claro que se usa la poesía (y la poesía popular como el romance, que es una de las formas del arte menor) para divulgar los hechos religiosos. Pero también a mí me parece bastante clara la relación entre la poesía y la religión (y aún también la de la poesía y el estado).
Acaso valga la pena recordar que muchos de los primeros vestigios de lírica que se conserva de occidente (más allá de los poemas épicos) son precisamente Himnos, órficos u olímpicos, tanto da. Y aún más clara la forma en que las culturas sin escritura solían mantener su cohesión a través de lo único que se podía recordar: los cantos. La poesía es la forma de unir en una sola cosa religión, estado, cultura y música. De ahí que a Sócrates precisamente se le condenara por una herejía religiosa, acusado por Ánito y Meleto: ¡dos poetas!
ÓA. A veces la mirada del lector del centro de México sobre la literatura del narco es como si esos acontecimientos no ocurrieran en todas partes del país, ¿cómo hacer para que El emisario no sea considerada una novela más sobre el narco? Te pregunto esto no porque yo lo crea, sin embargo, el tema es tan abrumador que está tan presente que tenemos una cantidad de novelas que abundan sobre el tema.
AVO. Como editor y como escritor siempre he creído que el lector es inteligente. Que no se le puede engañar. Acaso como en ningún otro sector industrial y del entretenimiento (porque los libros al final del día, parecen ser eso), el escritor está condenado a no poder mentir a los lectores. En ese sentido, no puedo esperar a que un lector crea una cosa de la obra. Y es que, en el fondo, El emisario es “una novela más del narco”.
Por un lado, es verdad que hay un boom de este género y ha producido acaso obras no demasiado trascendentes. Pero por otro, no podemos ser tan malintencionados de creer que todo lo que se ha producido en torno a este tema es para “subirse al carrito” del género. Creo que los procesos sociales generan un clima metabólico, una atmósfera de relevancia y también estímulos creativos. Ya uno decide si responde o no a este caldo. Yo lo hice porque me pareció imposible darle la espalda a la guerra del narco.
También creo que los lectores sabrán asumir cuándo desean leer una novela negra, una de ciencia ficción o una de terror. Lo que sí es que, en mi propuesta, siempre me preocupa muchísimo el subtexto. Es decir, creo que la literatura empieza precisamente ahí donde ahí subtexto. Antes de él, pues hay historias más o menos buenas; pero lo realmente interesante y literario está ahí donde el lector empieza a entender que lo que está leyendo no sólo es una historia. Y eso nunca ha estado reñido con los géneros. Mi compromiso con mi propia obra es ese, no sólo en esta novela, sino también en los cuentos y en lo que sea que venga.
ÓA. Quisiera retomar un poco el tema de la religión pues nos encontramos ante una especie de Caín y Abel pero esta vez en el terreno del narco, ¿qué ocurre con estos símbolos que traspasan lo religioso y se vuelven parte de nuestra cultura?, ¿está destinado el ser humano a repetir estos modelos?
AVO. Lo de los gemelos y/o hermanos es muy arquetípico. Tomé muchos riesgos, la verdad. No soy mellizo como sí lo es, por ejemplo, el colega talentoso Vicente Alfonso. No sé si los gemelos monocigóticos auténticos al leer la novela digan: “Pfff, qué tonterías dice este sujeto”. Pero creo que hay algo arquetípico ahí. Janus. Rómulo y Remo. Caín y Abel. Hay algo en la duplicidad que aterra al hombre. Entre los pitagóricos, el número par era sinónimo de feminidad, infinitud y maldad. Es decir, algo que no es uno, que no está delimitado y conformado como un solo ser. En las primeras versiones los dos eran simplemente hermanos, sin ser mellizos. La idea de que fueran gemelos vino, en esos chispazos de genialidad que tenía, de Patricia Laurent Kullick, coordinadora del Centro de Escritores de Nuevo León, donde se terminó de escribir las versiones más acabadas de la novela. Fue una idea genial. No porque yo pudiera hacerla funcionar o incluso hacerla verosímil. La verosimilitud nunca ha sido mi prioridad a la hora de escribir; sino para desencadenar aún más la reflexión (nunca mejor dicho reflexión, en tanto pensar sobre sí mismo; pero también reflejarse en otros). Problematizar a todos los niveles la historia. Así llegué a conformar a los personajes principales.
Y lo del componente religioso está desde el momento mismo de la concepción. La idea central del texto se forma en mi cabeza leyendo el famoso ensayo de René Girard, El chivo expiatorio. En él se dice que la cohesión cultural y los ritos religiosos se fundan sobre sacrificios rituales. Literalmente: sacrificios humanos en donde un puñado de hombres se juntan para asesinar a otro en nombre de la ley religiosa. Ahí está el rito del Quinto Sol, o claro está, la crucifixión de Jesucristo, entre otros ejemplos. También el mito de Edipo tiene esa carga: la de la purificación del cuerpo putrefacto de la ciudad a través de un rito de violencia.
Estos procedimientos en los que el cuerpo del supliciado se convierte en pharmakón, es decir, el remedio que ofrece la salvación a la ciudad es lo que me interesaba. Porque, ante el ejercicio de la Guerra contra el Narco que se desató en la década pasada, ¿no vimos esto proliferar en todos lados? Es decir, la justificación del asesinato en aras del bien y la seguridad; mientras observamos (y seguimos observando) impávidos e indolentes como Estado y Capital administran nuestra muerte y nos la dan en pequeñas dosis. No creo que ese sea el destino del ser humano. Creo que eso es la locura y merece ser pensada.
ÓA. En el capítulo 8 de la segunda parte casi desaparecen las conjunciones con lo que se logra mayor tensión narrativa, en casi toda la novela ocurre, pero lo noté más en el capítulo que te refiero, ¿qué representa para ti este juego que guardas con el lenguaje?
AVO. Aprendí muchísimo sobre mi propia escritura con esta novela. La corregí mucho. Al final varios apuntes de Hugo Valdés y Rodrigo Guajardo, colegas y amigos, me azuzaron para corregirla aún más. Y en las múltiples lecturas empecé a notar algo que me fastidiaba: eran todos los índices y referentes. Es el riesgo de usar la primera persona para narrar. Que el narrador participante tiende a ponerse a sí mismo en la escena mientras narra, algo que ya por descontado sabe el lector. Al darme cuenta de esto me puse a buscar todas las conjunciones, verbos reflexivos, verbos compuestos, proposiciones y demás cosas que salían sobrando. Al final al borrarlos quedaba un efecto extraño. Un ritmo de frase cortado. Como de un aliento que más que pronunciarse para ser leído se pronuncia como si se estuviera haciendo. Eso ayuda, creo yo a la tensión narrativa, y era lo que importaba.
ÓA. La novela nos presenta una serie de paradojas, la de los hermanos gemelos y de su actuar, la del amor hacia los padres, pero hubo una que llamó mi atención en la lectura y tiene que ver con la libertad y la jaula de las aves, incluso tú lo marcas como que puede invertirse el silogismo y mencionas que “el animal es libre en su perpetua soberanía interior, siempre presta a la traición y al abandono de quien le procuró cobijo, atención y alimento”, me parece una imagen tremenda que no sólo está en el terreno de lo amoroso sino de todas las relaciones humanas. En cierto punto hasta diría que es una buena imagen de cómo los políticos tratan a los mexicanos, ¿cómo consideras que es el estado de salud actual de nuestra política? ¿Debemos fugarnos ya?
AVO. Vivimos en las ruinas de un estado que poco a poco ha destruido (y sigue haciéndolo) los pocos beneficios que se tenían por ser ciudadano, y lo único que se ha dedicado a mejorar y perfeccionar son las policías y los ejércitos. Al final del Estado Mexicano solo va a quedar un rifle Colt automático apuntándonos. Sí, creo que debemos fugarnos.
Creo que debemos asumir la soberanía a decir que no. Decir no por todos los medios posibles, el voto, sí; pero también otros. Inventarlos, si es preciso. Creo que la literatura también es una forma de ser soberanos y experimentar con otras formas que decir que no.
Por ejemplo, aquí hay otra metáfora, igual que la del pájaro en la jaula: uno pudiera creer que el escritor es el amo y dueño de la literatura; que a su son bailan las vírgulas negras de las letras y se reproducen sin más entre la masa de lectores fanáticos; y no. Basta con que un lector anónimo, soberano y traidor, cierre el libro y todos los premios y regalías y encuentros de escritores valen un pepino. Ojalá haya más lectores y ciudadanos traidores y soberanos. Seguro que las cosas irían un poco mejor.
ÓA. Hay un debate filosófico interesante en la página 223 en donde se dice que “el río no fluye. Tampoco el tiempo pasa. Se trata de que el río es y no-es el mismo río al mismo tiempo. No por fluir sino por una lucha interna de la cosa consigo misma”, es decir ¿hay un contrargumento a lo propuesto por Heráclito pero no por la persona sino por como la persona se acerca a ese río, una especie de no-lugar?
AVO. No rebato a Heráclito; más bien lo que intento es aclarar las interpretaciones. La tradición que llega de Platón dice que ese famoso pasaje del río se refiere a que el río fluye y por eso el río cambia. Sin embargo, otras fuentes, como el Heráclito Homérico (autor de un comentario a Homero en el siglo I d. C.) y Séneca en las Epístolas a Lucio, citan el pasaje de una forma diferente: “En el mismo río dos veces nos bañamos y no nos bañamos”. Me gusta más esta versión, porque creo que es más fiel al espíritu transgresor de Heráclito de Éfeso. Creo que la noción de cambio y flujo es algo impuesto sobre el pensamiento del efesio.
Hay que recordar que esencialmente la teoría de Heráclito es una teoría del lógos, es decir, del lenguaje y no de las cosas. La preocupación por el mundo real es una cosa que llegó mucho después con Platón y Aristóteles. Heráclito y Parménides pensaban en otra clave. El lugar en donde el lenguaje y la realidad eran una sola cosa. Creo que el juego de los contrarios (de lo contradictorio) del bañarse y no bañarse; en el río que es y no es el mismo es lo que ocurre con el lenguaje. Es decir, que las dos oraciones en sí mismas, aunque sean contradictorias, ambas son verdaderas. Semejante, por cierto, a otros fragmentos también de Heráclito que dicen: “Camino hacia arriba y el camino hacia abajo son uno y el mismo”. Es decir, que las cosas, al tener diferentes nombres, son otras cosas. Creo que eso pasa también con el recuerdo. En la superposición de lo que se vive y se recuerda, y la memoria es una constante en toda la novela.
Hay un poema que me gusta mucho de Agustín García Calvo, ¡heracliteo hasta la médula!, que habla precisamente de unas violetas que no son las mismas que le dio a su amada hace muchos años; y, sin embargo, las mira y también sabe que sí, que también son las mismas.
ÓA. Platícanos el significado del cabrito para la gente de Nuevo León, aunque es famoso en todo el país, para la gente de un estado como Puebla, quizá sea un poco ajeno pues aquí tenemos un dicho sobre el cerdo: “tres cosas come el poblano: cerdo, cochino y marrano”. Hay una escena que supongo debe ser aún más tremenda para los norteños y es esta mezcla de la sangre humana, durante una balacera, con algo tan festivo como es asar cabrito, ¿fue un intento por desacralizar una costumbre tan marcada?
AVO. Yo creo que casi todos los niños regios; al menos los que crecieron en mi generación; tienen un recuerdo de la primera vez que en su casa mataron un cabrito. Ahorita creo que se tienden a hacer las cosas de forma más civilizada y uno lo compra ya muerto en el mercado de abastos, pero a muchos nos tocó ver la matanza. Una costumbre, por cierto, de origen judía. Y mi intención no es tanto la de sacralizar o burlarme de la costumbre regiomontana; sino de aprovecharla para remachar la metáfora del chivo expiatorio. El chivo recorre esa última parte como el tótem fundacional.
Hay que recordar que tragedia es una palabra griega que significa “el canto del chivo”. No sé por qué los corderos han tenido la maldita suerte de ser aquello que nosotros sacrificamos, pero esa última parte tiene visos de hecatombe, de ritual, de sacrificio purificador. Era la intención al poner tan emblemática gastronomía regia a funcionar.
ÓA. Aunque la idea del Coralillo y del falso Coralillo nos puede remitir a los silogismos y a los falsos silogismos y por ende al tema de la lógica, no sólo filosófica sino matemática, muy al inicio de la novela hay una referencia a una ecuación, ¿sientes que es una línea que no fue totalmente explorada en la novela?
AVO. La verdad sí me interesan las matemáticas especulativas (es decir, la parte más inútil de las matemáticas). Apenas tengo tiempo para meterme a estudiarlas; pero la lógica y la teoría de conjuntos, me parecen casos extraordinarios de cómo la ciencia ha ido, literalmente, destruyendo los objetos de estudio con tal de aislar todas las posibles aporías del método científico. No se exploró en la novela, porque no era la intención. Pero como preocupación está ahí. De hecho, recuerdo el pasaje al principio que dice, jugando con la semántica del verbo:
“Contar cualquier cosa es una operación aritmética. Cuando se narra la vida, el lenguaje, las cosas, se convierten en enunciados, en realidad. Sin embargo, lo que hay del otro lado del lenguaje es sin fin. La vida es sin fin”. Yo, claro, vengo de los humanistas y veo en la matematización del discurso social iniciada por Descartes, una especie de obra satánica que debe ser combatida con buen humor y, claro, en la medida de lo posible, lecturas apasionadas de matemática especulativa. Son cosas que realmente me preocupan, aunque aún no les he podido dar la dedicación que se merecen.
Incluso estoy trabajando a ratos en una especie de tratado filosófico-aritmético que en realidad es un Anti-tractatus logico-phiolsophicus, porque nadie ejemplifica mejor esa traición al lenguaje natural que Wittgenstein. Y en efecto, Wittgenstein siempre se movió entre la mística, la matemática y el suicidio. Pobre tipo. Hay que combatir eso: las tres cosas. Pero habrá que hondar en ellas para poder combatirlas, digo yo.
ÓA. Una última pregunta que se la realizo a todos mis entrevistados, ¿qué es el amor?
AVO. El amor es lo contrario del tiempo.
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