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Por Verónica Ortiz Lawrenz

Ciudad de México, 08 de julio de 2020 [12:43 GMT-5] (Neoatraba)

Sobrevivir para contar. Superar el dolor, la enfermedad, las violencias extremas y hablarlo. Guerras, campos de concentración, tortura, racismos, violaciones, abusos humanos, pandemias entrañan historias que muchas veces desconocemos porque las y los protagonistas requieren de un tiempo para sanar y reconstruir su voz e identidad. No siempre lo logran.

Ahora en FB leo historias diversas sobre lo que estamos viviendo. Es catártico: la liberación de recuerdos que alteran la mente o nuestro equilibrio emocional. “Purificación de las pasiones”, decían los griegos.

Y es cierto; cada vez que escribo, algo se libera y encuentra eco en quien lo lee. Nos sentimos acompañados.

Hoy se están escribiendo poemas, cuentos, obras de teatro, novelas relacionadas con la pandemia. Son infinitas las miradas, ricas en intensidades y expresiones. Y todas parten de un principio: ninguno pidió o provocó este virus y todos lo padecemos. Somos inocentes. ¿Lo somos?

Tiempo de reflexión, de buscar nuestras nuevas voces y equivalencias desde el encierro, el cubrebocas, la careta que borra nuestra identidad y gestos humanos.

Tiempo de profundizar en las razones de las pandemias. Los porqués y los ahoras. Esas razones que nos negamos a analizar por lo inmediato del padecimiento. Habrá que detenernos cuando los semáforos nos permitan regresar a una cierta normalidad, cuando entendamos mejor lo que perdimos y cómo consolarnos. No es unitario, la pandemia nos iguala, aunque algunos lo quieran utilizar para agredir a sus opositores políticos, nos está pasando a todos y todas desde hace meses y sigue cobrándonos vida y presente.

He pensado mucho en las razones de Anita, la protagonista de mi novela “Un decisión equivocada” (por publicarse en estos meses). Mi tía empezó a contar lo que le sucedió muchos años después. Era tanto el dolor, tan profundas las heridas sufridas tras años de cautiverios y vejaciones, que necesitó humanizarse, recuperar la bondad y desde el perdón compartir su testimonio y con ello volverlo real y verdadero. Lo que a ella le pasó, lo vivieron cientos de presos y presas en infrahumanas cárceles rusas de la posguerra. Historia  que Anita decidió compartir con la idea de que no se repitiera nunca más.

Me pregunto, les pregunto, ¿qué estamos aprendiendo de todo esto? Aún no lo sé, tal vez vernos más de cerca, valorar lo que tenemos y podemos perder, comprender el dolor de los otros, las otras. Busco mi palabra y me doy cuenta que no la tengo definida, que ensayo y me equivoco. Sus testimonios se parecen, ese es el color humano de la pandemia, la paleta de tonos que nos identifica en este 2020. Algunos me dan miedo y tristeza, otros me enojan e indignan o alegran. Las voces, los sonidos, el silencio enmarcan las veinticuatro horas que se repiten en nuestros cuerpos con la poderosa magnitud de sus minutos y segundos. Queda nuestra palabra, el testimonio de lo vivido, para no repetir los errores. Que no se olvide.

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