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Por Amaranta Castro

Puebla, México, 08 de mayo de 2021 [00:02 GMT-6] (Neotraba)

En una oficina administrativa, la señora Dab espera en la fila. La mujer se siente cómoda y ligera como sino le hiciera falta nada. No pudo llevar ningún objeto de valor importante, su llegada a ese lugar fue de improvisto. No recuerda el momento en que salió de su casa o si fue después de hacer las compras el momento preciso en que llegó a esta oficina. La señora Dab se da cuenta que lleva puesto su camisón de noche, pero no siente pena, no se avergüenza. Es como si estuviera soñando. Se pregunta si, al leer un libro, habrá caído en una especie de sueño semiconsciente en donde ella puede decidir lo que habrá de suceder a continuación.

Decide salirse de la fila, mientras observa un letrero pequeño. Sabe que está ahí para esperar algo. Recuerda esa película en la cual los fantasmas esperaban a que algún tipo de oficinista les entregara un boleto en una sala parecida a esta. Esos boletos les permitían a los “recién muertos” el pase a una asesoría sobre los asuntos pendientes que dejaron en vida o sobre la aceptación de la muerte. Ahora la señora Dab duda y se lleva la mano a la boca. Camina, ahora lo sabe. No se trata de un sueño, sino de los trámites administrativos de su muerte. La película era cierta. Cuánto había odiado esa película en vida, cuántas veces había encontrado la idea de una fila de muertos que esperan su turno como una idea oportunista y vana. Jugar así con un tema tan delicado. Palabras de señora.

Rememoró entonces todas las filas en las que había estado antes: la fila de la revisión de tareas cuando era niña, la fila de la graduación y más tarde la fila en el registro civil para casarse, la fila del banco y la carnicería, la fila en un parque de diversiones. La fila en la que su turno fue el número 13. La fila para tramitar su título y la fila para dar el pésame a un ser querido. La fila del hospital para recibir un diagnóstico, la fila para comprar un libro o un gelato en Milán. La fila en el Vaticano. El poco tiempo de espera en la fila para subir a la Torre Eiffel, y con el miedo que le tenía a las alturas.

Este pensamiento le hace darse cuenta que está en una fila etérea. Puede moverse y desplazarse como una hoja en el viento, pero eso si, tiene que esperar. Esperar su turno para recibir su boleto, el cual la llevará a dónde. No lo sabe o no quiere saberlo. Delante de ella hay un par de personas esperando, las cuenta. Doce antes que ella. Se pregunta por qué no será la primera: algún tipo de ofensa a dios, algún tipo de creencia pagana. El tarot, las cartas o los gatos negros. El espejo roto. Fue porque creyó que guardar un dólar en su bolso era de buena suerte. ¿Habría pasado por debajo de una escalera?

Esa era la fila de los supersticiosos, destinados a no saber exactamente qué hacen y por qué están ahí. Sin ningún amuleto que pueda ayudarlos.


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