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El amanecer de los conejitos suicidas de Andy Riley
El amanecer de los conejitos suicidas de Andy Riley

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

3 de noviembre de 2019. Michoacán, México (Neotraba)

El profesor entró puntual al salón como todas las mañanas. Llevaba el termo repleto de café para sobrellevar los gritos de 40 niños, todos con la misma ropa y aun así tan diferentes entre sí: aquel bajito que mete los goles en los partidos, aquella que hace multiplicaciones largas con la mente, el otro, penoso, que adelanta las lecciones del libro de lecturas sin que nadie lo vea (ya lo ha descubierto, apartado de todos, con el sándwich a un lado y los ojos rutilantes puestos en el libro); el grupo de niñas que andan juntas por todos lados y sólo hablan de niños, pero muy en secreto, a una le gustan las plantas de una forma que no puede comprender y disfruta como nadie las clases de Ciencias Naturales, la otra, ama las matemáticas porque cuando su hermana mayor no está entra a escondidas a su cuarto y descubre un gigantesco pizarrón lleno de fórmulas inexplicables y por eso mismo atrapantes, hay otra que disfruta la clase de español porque le gusta escribir poemas; pero también están los que llegan con moretones a la escuela, mal comidos, los que no disimulan el sueño durante las clases, hay quienes gritan las groserías que escucharon en boca de sus padres, es su manera de normalizar la violencia familiar: el padre golpeando a la madre y la madre contestando con insultos.

Toma un sorbo de café. A su mente llegan las voces del resumen informativo que escuchaba en el camión. Violencia desmedida, peso inestable, una voz somnífera a cargo del país, los muertos del día anterior. Y luego: comerciales: anuncios de Coca Cola, se acerca la época de descuentos, Este Halloween, ven con tus hijos a…, Y tú, ¿ya sabes dónde conseguir préstamos con intereses bajísimos? No lo pienses más, en…Vio a sus alumnos y envidió su capacidad para ignorar lo que ocurre a su alrededor.

Pero conforme el día transcurría dejó de envidiar esa capacidad, pensó que la ignorancia, aun producto de la edad, podría ser fatal para niños de una escuela en cuya colonia hay balazos noche a noche. Lunes. Como de costumbre a los niños les costaba trabajo poner atención a la clase, más en las horas que suceden al recreo. Estaban en español, aunque la lección del día era sobre cómo escribir cartas, él asignó esa hora a la lectura de cuentos. En su librero tenía una edición vieja de los cuentos de los hermanos Grimm, los fotocopió para repartírselos. Él les daba lectura, ellos debían seguirla en silencio. Pero el salón estaba lleno de murmullos.

Se hartó.

-Niños, ya sé que no están siguiendo la lectura. No sé qué quieren entonces –cerró el libro–, ¿qué?, ¿a poco les parece más divertido que les diga cómo se hace una carta y los ponga a contestar las preguntas de su libro? A ver, ¿entonces? Miren, yo entiendo que es aburrido estar en un salón todo el tiempo, y más después del receso. Pero estamos leyendo cuentos, no tienen que hacer otra cosa más que seguir la lectura, ¿esto tampoco les gusta o por qué no la siguen?

Los niños ni se inmutaron.

-Hagamos algo nuevo, ¿sí? Esta vez no leeremos, yo les contaré un cuento. Y luego algunos de ustedes nos contarán uno, los mejores tres reciben un premio mañana, ¿esto sí les parece?

Los niños dijeron sí al unísono.

-Bueno, pues ahí tenían que…

Un sonido de gas lo distrajo, volteó: alguien abría su Coca. Destapa la felicidad, escuchó en la radio. Ignorancia. Niños. País roto. Balas. Violencia. Hubiera jurado que la presión le subía en forma de palabras.

-Déjenme iniciar de nuevo:

“Érase una vez un gran país lleno de estados de diversos tamaños y climas, todos dirigidos por su propio gobernador, quienes a su vez debía responder al soberanísimo presidente, encargado de administrar las riquezas de la nación y salvaguardar el bien de sus territorios.”

Conejito suicida de Andy Riley
Conejito suicida de Andy Riley

-Pero ese no es un cuento como los que nos lee, profe, en los que leemos no hay países, hay reinos, y reyes, no presidentes.

-Ustedes escuchen y luego hablan:

“Érase que no será un reino lejano, ni un rey generoso, ni gente feliz. No a los cuentos de hadas con finales felices y banquetes con perdices. No a los bosques encantados. No a las historias de eventos mágicos, animales cantores, hechizos por romperse, enanos saltarines, princesas encerradas en una torre, brujas feroces. No a ello. Sí a cosas reales que parecen fantásticas. Érase, pues, un país con 130 millones de personas. Érase una vez un presidente con poco tiempo de haber llegado a la silla del águila. Pero no fue su padre quien le dejó la silla, sino muchos de estos millones de habitantes: el voto popular lo trajo al poder, aquella noche ganó por mucho frente al resto de opciones. Y entonces comenzó a gobernar este país con sus 32 estados. Un país que ya tenía muchos problemas a cuestas.

“A diario, bandidos sangre fría mataban gente y las dejaban ocultas en los barrancos donde pudieran descomponerse los cuerpos antes de ser encontrados. Pero este presidente decía ser bueno y preocuparse por la gente. Repartía abrazos a donde sea que fuera y le gustaba recorrer cada uno de sus estados, caminaba con aires de faraón y no podía sino esperar a que la gente lo saludara con efusión y respeto.

“Hasta que un día la gente miró sus televisiones, sus celulares o sus computadoras con una sensación que poco a poco comenzaban a olvidar: impotencia. Les dijeron que el saldo de asesinatos iba en aumento mes tras mes. Y que nadie quería construir empresas en este país porque parecía peligroso. ¡Pero eso no era todo! Los bandidos sangre fría seguían ahí y nos les importaba que hubiera otro individuo en la silla. Ellos seguían persiguiendo a sus presas. Por eso, un día emboscaron a varias patrullas de policías y mataron a 13 con armas de fuego. Quemaron dos coches y escaparon antes de que otros policías llegaran.

“Y entonces el que estaba en la silla dijo que eso pasa a diario a mayor o menor escala, dijo que es culpa de quien estuvo antes que él, pero que ahora eran otros tiempos.

“Algún tiempo después vino algo peor. Fue una mañana apacible en uno de los estados del norte, ahí vivía un bandido poderoso, siempre vestía ropa elegante para disfrazar su feo rostro lleno de maldad, y ocurrió que el presidente quería detener a ese bandido. Para hacerlo, los policías y militares rodearon la casa donde descubrieron que se escondía, pero nadie formuló un plan. Decidieron tocar la puerta y amenazar al bandido: “Abrid, sucio bandido, que vuestra autoridad te ordena entregarte a la justicia por tus mellas y faenas”. Pero el bandido no abrió la puerta. Corrió de un lado a otro, se puso a cavilar qué haría para salir de tan tremendo problema. Entonces se acordó que su gente estaba muy cerca de ahí. Se acordó también que tenía un botón para alertas como esas. Lo activó. Y entonces, de sus escondites salieron los bandidos que trabajaban para este malhechor. A la gente del lugar amenazaron y les gritaron:

Pero miren cuánto poder

tenemos nosotros

que ya deben cederpara salvar a vosotros”

Imagen de Andy Riley
Imagen de Andy Riley

“Los policías ya rendidos se retiraron de la casa del bandido y muy enojados se fueron exclamando por todo el camino. No sólo habían fallado, también habían sido humillados.

“La gente del país quería saber qué pasaba, porque no dejaban de escuchar rumores. Y se esparcían como llamas en un bosque. Y el país ardía en rumores. Cuando se supo que el plan fue muy improvisado y por eso los bandidos pudieron amenazar a los ciudadanos, la gente se enojó y recordó otra vez una vieja sensación que creían que olvidarían con este presidente: impotencia.

“El presidente a la mañana siguiente dijo que no se podía arriesgar la vida de la población por la captura de un malhechor. Pero a la gente no le enojaba eso, le enojaba que no hubieran planeado bien la captura de uno de los bandidos más peligrosos de lo que al presidente le gustaría que fuera un reino y no un país democrático.

“La gente de este país otra vez se levantó con desilusión y salieron con miedo de sus casas. Hace pocas semanas tenían toda su fe puesta la idea de que una figura, la más importante, cambiaría las cosas y entonces sus vidas podrían tal vez parecerse más a un cuento de gente contenta, donde los malos reciben su castigo y los buenos tienen un final feliz por el resto de sus vidas. Pero en vez de eso se enteran de la noticia del asesinato de sus amigos. Se despiertan en plena madrugada con miedo de que alguien entre a sus casas. Van a sus trabajos para recibir la noticia de que la inflación está muy alta y tendrán que recortar personal. Cuentan los pesos que cargan en sus bolsas y aprietan los pocos billetes que les quedan con la ilusión de que no se acaben. Piensan en sus hijos que apenas cursan la primaria y tienen el futuro más incierto en la historia moderna de su país. Piensan –y mientras lo hacen escuchan su propia voz llena de zozobra– ojalá tuviéramos vidas felices en donde cada día termine con un Colorín colorado, este cuento se ha acabado.”

Bueno, niños, así acaba este cuento, ¿qué les pareció?

Pero los niños no decían nada. Había un silencio abrumador en sus rostros, los ojos delataban tristeza. Todos, sin excepción, desviaban la mirada con miedo de que el maestro los viera y los obligara a participar. A los pocos minutos sonó el timbre de salida. Los niños, parcos, guardaron sus cosas y salieron del salón. Dijeron adiós, hasta mañana, maestro, con esfuerzo. Aun eran niños pero parecía que alguna especie de edad interna los había alcanzado.

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