El día que se fueron los jóvenes
Verónica Mastretta escribe sobre el momento en el que los universitarios de la UNAM dejaron el centro de la Ciudad de México para mudarse a CU.
Verónica Mastretta escribe sobre el momento en el que los universitarios de la UNAM dejaron el centro de la Ciudad de México para mudarse a CU.
Por Verónica Mastretta
Puebla, México, 24 de agosto de 2020 [00:02 GMT-5] (Mundo Nuestro)
Vida y milagros
En 1952, en la explanada de Rectoría, el presidente Miguel Alemán asistió a la inauguración del Estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria de la UNAM, entonces muy lejos, al sur de la ciudad. Dos años después, en 1954, arrancó formalmente el primer curso en las nuevas instalaciones de CU. En 1929, autoridades de la UNAM planearon crear un complejo estudiantil alejado de la urbe y con espacio para conjuntar a las escuelas que en ese entonces se alojaban en distintas casas coloniales del Centro Histórico de la Ciudad de México, cercanas unas de otras y conocidas como “el barrio universitario”.
Muchas de las casonas estaban en un alto grado de abandono que ponían en riesgo a estudiantes y profesores. Aun así, ahí funcionaba la universidad más importante del país. En la calle de Donceles estaban Jurisprudencia y Economía, y a una calle, la Escuela Nacional Preparatoria; Medicina en la plaza de Santo Domingo, Odontología en la Calle de Primo Verdad, Ingeniería en la calle de Tacuba y Arquitectura en la Academia de San Carlos. Altos Estudios incluían las escuelas de Ciencia y Filosofía, las bases de la cultura, en la calle de Mascarones. La más alejada de todas era Ciencias Químicas, establecida entonces en el pueblo de Tacuba. La clase política y empresarial se movía también en el centro histórico, juntos, pero no revueltos, alrededor del Zócalo y el Palacio Nacional.
Con solo decir estos nombres uno se puede imaginar a los jóvenes dando vida a las calles y parques del centro, a sus fondas, papelerías, casas de huéspedes, mercados y centros de diversión. De todo el país llegaban estudiantes de otros estados con su particular forma de hablar y las costumbres de cada región, lo que le daba al barrio universitario una diversidad riquísima. El centro histórico estaba habitado por los jóvenes y las ilusiones que suelen acompañar a la juventud, observados de lejos por quienes ejercían el poder desde su supuesta edad, saber y gobierno.
Lo que fue una mezcla rica y diversa se fue convirtiendo en una mezcla explosiva. Los viejos edificios tenían capacidad para tres mil estudiantes, pero la UNAM contaba ya con 20 mil alumnos. No solo existía el riesgo de que los edificios se vinieran abajo, también los ánimos juveniles se caldeaban con facilidad, y una disputa podía derivar en una pelea campal en la que podían acabar involucrados hasta las marchantas de los mercados y los policías de la zona. Mudar a la UNAM se volvió impostergable.
El sitio elegido fue el Pedregal de San Ángel, parte de un ejido que por sus condiciones era imposible de arar. En 1946 se creó una Comisión de la Ciudad Universitaria que fue resolviendo todos los problemas que traería consigo el nuevo plantel a través de una campaña de fondos en todo el país. Inauguraciones parciales fueron y vinieron, ya ven que eso se da mucho por aquí.
Hasta que llegó la hora de la verdad, el inicio de cursos en la nueva CU en marzo de 1954. Aunque todo fue paulatino, pues no todas las escuelas se fueron al mismo tiempo, hubo un testigo clave, un político en particular que registró el hecho como una sola mudanza:
“¡Se fueron los jóvenes, ya no hay estudiantes!”, exclamó un día de 1959, cinco años después, el presidente Adolfo López Mateos durante un recorrido por el Centro Histórico al inicio de su mandato.
Dicen, cuentan, o quizá yo lo recuerdo mal, que se puso muy triste. Si así fue, tuvo razón. La despreocupación y la energía del espíritu universitario del día a día se había ido con ellos. El ambiente del Centro Histórico no volvió a ser el mismo.
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