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Por Óscar Alarcón (@metaoscar)

Puebla, México, 5 de febrero de 2020 [00:03 GMT-5] (Neotraba)


Todas las fotografías son de Ale Meter y aparecen aquí por cortesía del autor.


Platicamos el día en que Joe Biden tomó posesión como Presidente de los Estados Unidos e hicimos un paralelismo con el día en el que nos conocimos en persona. Es una anécdota a la que le tengo mucho cariño porque las risas nerviosas de Ana Fuente Montes de Oca, y las mías, al ver cómo Ale Meter despegaba la vista de la carretera, no se hicieron esperar. Descendíamos por La Rumorosa –la sinuosa carretera que une Tecate con Mexicali– y escuché su punto de vista sobre el triunfo de Donald Trump. Era 2018. Estábamos ante una situación atípica pues no se trataba de un político sino de un empresario dirigiendo al país más poderoso del orbe. El resto es historia: cuatro años después, nuestros vecinos despidieron con una patada a Trump para que no regrese a la Casa Blanca.

El escenario cambió para 2021: con la vuelta de los demócratas al poder en medio de la primera pandemia del Siglo XXI hay un ligero dejo de esperanza. Una noche en Mexicali, durante el encuentro Tiempo de Literatura, organizado por Elma Correa, vi cómo la calle se iluminaba como si una patrulla se hubiera detenido frente a nosotros. No alcancé a distinguir a quién le tomaban una foto. Pero vi al fotógrafo: espigado, vestido con jeans, playera negra y lentes de pasta. Imposible confundir al autor de la serie “Bord(e)ar rostros: una cartografía fotográfica de la frontera Mex-USA”, la cual tuvo que detenerse pues ante el confinamiento es imposible realizar fotografías de persona a persona por el riesgo de contagio.

Y sin embargo, Alejandro Meter ideó una serie titulada “Postales de la pandemia” en donde retrata a distancia a varios creadores. ¿Cómo se puede hacer un retrato si el fotógrafo está en Estados Unidos y el escritor en Chile?

Comienza la charla a través de Zoom un encuadre impecable me muestra a Ale Meter al centro, del lado derecho un librero y al fondo todos sus implementos para sacar las fotografías: “Te hago un minitour, aquí tengo un proyector, un cable, una computadora, una cámara que está en un trípode. Atrás tengo diferentes fondos, tengo un óleo que pinté pero puedo usar un pedazo de cartón común y corriente. Hay cartones, vidrios, hay de todo. Proyecto sobre estas superficies y hago la foto. Pero pará, me fui por las ramas y no te contesté cómo empezó el proyecto.”


Óscar Alarcón. Como ciudadano norteamericano, ¿qué crees que ocurrirá con los migrantes y para los no nacidos en Estados Unidos pero que han adoptado la nacionalidad, con el cambio de presidente?

Ale Meter. Qué día especial para hablar del tema. Justo hoy estamos en el cambio de mando en Washington y siento que con Trump dimos marcha atrás unos 50 años, aproximadamente. Lo que ahora esperamos de Biden es que por lo menos nos reinserte en Siglo XXI. Esa es la esperanza que tenemos, con temas que nos importan a muchos de nosotros como la inmigración.

Me parece que uno de los primeros cambios que vamos a ver es un cambio de lenguaje: en vez de hablar de muros ojalá empecemos a hablar de puentes, de la frontera como un lugar que invita y no como un lugar que evita, que se cierra.

Ale Meter. Autorretrato 2.

ÓA. Naces en Argentina y llegas a Estados Unidos a estudiar y trabajar. Platícanos un poco sobre esos inicios.

AM. Es una historia larguísima pero te la hago muy breve: soy argentino –y como muchos argentinos– soy de familia de migrantes. Mis abuelos fueron a la Argentina a principios del Siglo XX, así que más o menos hace cien años que mis abuelos se fueron de Europa hacia Argentina. A mí me tocó, junto con mis padres, irnos de Argentina para buscar nuevos horizontes –por así decirlo–, que terminó siendo Estados Unidos. Habíamos contemplado ir a otros lugares, como Francia, por ejemplo.

Tenía 13 años cuando llegamos. En realidad me sigo considerando argentino, pero también soy estadounidense. Tengo doble nacionalidad. Me siento un poco como de todas partes. Acá soy estadounidense y soy un migrante.

ÓA. Llegaste muy joven a un país de inmigrantes y que al mismo tiempo los repele. ¿Cuáles fueron las dificultades que tuviste para integrarte como ciudadano y como creador estadounidense?

AM. En Argentina, como en todo los países, tiene un mito nacional: que el país se hizo gracias a los inmigrantes. Me cuido mucho porque contar la historia de esta forma siempre deja fuera a los pueblos originarios. Quiero dejar claro que hay formas distintas de contar la historia.

En mi caso personal no voy a negar que vengo de familia de inmigrantes, pero no es el caso de todos los argentinos. Aunque es verdad que hubo un flujo muy grande entre los años 1880 y 1930. Hubo millones de inmigrantes que fueron a la Argentina y fue, junto con Estados Unidos y Canadá, el país que más inmigrantes recibió, principalmente de Europa. Vino mucha gente del Medio Oriente, Siria, Líbano, Turquía, Grecia.

En Estados Unidos también está el mito nacional de cómo se hizo este país. En busca de la libertad se encuentra el lado romántico del Oeste, pero no se toma en cuenta que se hizo a espaldas de los que ya estaban: había pueblos originarios viviendo en estos territorios que fueron expulsados, marginados, hubo genocidio. Cuando se habla de inmigrantes es como hablar de “los buenos inmigrantes de hace 100 años”, pero no es lo mismo la inmigración reciente.

Ahora hay lo que hubo siempre: mucha xenofobia, racismo, discriminación. Lo dijo hoy el nuevo presidente norteamericano, que va a luchar en contra de estas actitudes. Nunca fue del todo fácil integrarse, tengo muchas anécdotas de intolerancia y la inmigración.

En mayor o menor medida es difícil para todos el tema de la otredad y poder encajar, tiene mucho que ver con los mitos nacionales que se van formando: ¿qué es ser mexicano?, por ejemplo, ¿qué es ser argentino?, ¿qué es ser norteamericano o estadounidense?

Hay variaciones regionales muy marcadas en cada país. Incluso en la frontera misma, lo hemos visto. Para mí fue un aprendizaje todos estos años en la frontera.

ÓA. Es muy difícil para un niño de 8 años decir “mamá, quiero ser escritor” o “quiero ser fotógrafo”. ¿Cómo surge tu vocación y cómo llegas a la Academia?

AM. Cuando era chico no se me ocurrió ser fotógrafo ni nada por el estilo. De chico soñaba con ser veterinario como muchos otros chicos de mi edad. Cuando llegamos a Estados Unidos y me tocó el momento de ir a la Universidad, mis padres me sugirieron que estudiara algo “práctico”. ¿Y qué había “práctico” en la Universidad más cercana? Contabilidad. Me metí a estudiarla. No me gustaba: “pero no te tiene que gustar”, ¿viste? Le puse todo a eso un par de años, realmente no me gustaba.

Caí por curiosidad: tenía 18 años y daba clase como tutor a hijos de trabajadores mexicanos migrantes. Les hacía tutoría de matemáticas, de lengua en español. Y después, a los dos años de eso, me tomaron de maestro de Jardín de Infantes. Primero fui el asistente de la maestra y la maestra duró un año, tuvo que dejar el puesto y quedé yo de interino y luego de titular dando clases a niños de cuatro años, lo que llamamos Preescolar en Estados Unidos.

Durante ese tiempo tenía esta suerte de disonancia entre lo que hacía: la docencia, y lo que estudiaba, que era Contabilidad: iba a las clases y la gente decía “¿Qué estás haciendo?” “Yo estoy haciendo una práctica con el Banco Mundial”, “Yo voy a estudiar con una firma de contadores”. “¿Y tú qué estás haciendo?” “Yo estoy dando clases en un Preescolar”. No encajaba con nada.

Explorando otras opciones caí en un curso de literatura y me encantó. No pensé qué es lo que podía hacer con eso como carrera. Dije “Tengo que hacer esto para obtener un título universitario porque no me puedo quedar en Contabilidad porque me van a echar”. Me quedé ahí, me fue bien y luego empezó todo un recorrido de Universidades, porque de ahí me fui a hacer una maestría a Nebraska, luego un doctorado a Pittsburgh, Pensilvania. De ahí fue cuando me tomaron como profesor titular en San Diego, hace ya 20 años, comencé en 2001, este año cumplo 20 años. El resto es historia.

La fotografía es algo que siempre estuvo presente pero nunca con ningún afán de ser fotógrafo ni nada por el estilo, sin embargo, la revolución digital me pasó por encima: usaba cámaras con película, como todo mundo en esa época y pensé –muy ingenuamente– que lo digital era una moda, que iba a pasar. Dije: “la fotografía es con película. Sacar fotos con una camarita no puede tener ninguna permanencia”, ¡cómo me equivoqué!

José Vicente Anaya. Foto de Ale Meter.

Eso debió ser en 2002-2003. En 2008 me compré una cámara digital grande, como las que tenía de película y no sabía qué hacer con ella: no entendía los botones, leía el manual y no entendía nada, sabía que había que enfocar y apuntar pero no entendía los balances en blanco, cosas que antes quedaban en manos del laboratorio pero no en manos de quien hacía las fotos.

Es más allá de las cuestiones básicas de tomar la luz, de enfocar, apuntar y encuadrar, después todo lo demás me parecía demasiada información. Para ello tomé unos talleres en donde descubrí algo curioso: quería aprender más y que no me alcanzaba con ponerme al día, o como diríamos en Argentina: ayornarme con la nueva tecnología.

Era algo más que ponerme al día, quería hacer algo con la fotografía. Seguí aprendiendo por cuenta propia –todavía me considero bastante autodidacta, porque nunca fui a la escuela para aprender formalmente fotografía.

Desde 2008 no paré, le vengo dando a la fotografía: pasó de una etapa de hobby a ver si podía hacerla funcionar económicamente –hacer fotos de sociales y cosas por el estilo, era 2012– y para 2014-2015 comencé con algunos retratos de escritores. Empecé a hacer a uno y a otro y a otro. Terminé dándome cuenta de que se alejaban las dos carreras: la Literatura de la Fotografía, como si no tuvieran nada que ver. Y hacer fotografías de escritores me ayudó a juntarlas nuevamente y a justificar un poco la foto no como hobby sino como parte de mi trabajo: una forma de vincular lo académico con lo artístico.

ÓA. Cuando uno logra unir las disciplinas que le apasionan, los temas surgen solos. ¿Cómo llegas a la idea de la serie de escritores en la frontera?

AM. Como bien decís: una cosa se nutre de la otra. En mi caso, mi fotografía se nutre de la literatura, de la lectura propiamente dicha: abrir un libro, leer y encontrarte con preguntas y de ahí surgen otras dudas que te llevan a explorar.

Lo de la frontera tiene todo que ver lo que dijimos al inicio de esta charla: lo de Trump. Hacía 15 años que vivía en San Diego, y más allá de visitar con cierta frecuencia Tijuana, Baja California en general, no tenía interés académico marcado en el espacio de lo que se conoce como La Frontera. Existe un área de estudios, sobre todo en Estados Unidos. También en México, pero es un fenómeno muy de acá: estudiar la frontera. El famoso Border Studies, me parecía un tema muy interesante pero no era el mío. Aparte, estamos tan compartimentados en el mundo académico.

Roberto Castillo Udiarte. Foto de Ale Meter.

Entré con mi especialidad: Memoria, Justicia, Dictaduras del cono sur, Argentina, Chile y Uruguay. Literatura postdictatorial y Estudios Judíos era mi área. La diáspora judía en América Latina fue el tema por el que entré en México, a través de escritores como Margo Glantz, Myriam Moscona me interesé mucho por la producción literaria mexicana. Paradójicamente desde ese lugar.

Todo eso estaba presente pero cuando llega la campaña presidencial, que en 2016 estaba en pleno auge, escuchaba las barbaridades que decía este tipo sobre los migrantes que sentí que debía de hacer algo.

No podés quedarte sentado cómodamente con Twitter o Facebook. Y dije “¿Qué puedo hacer?”. Y justo en esos tiempos me llegó una invitación de casualidad casual (sic) de un centro de estudios fronterizos de mi Universidad que se llama Trans-Border Institute, y me invitaban a participar en su programa. Le dije al director “Yo no soy de estudios transfronterizos”, me respondió “Precisamente queremos una mirada fresca, nueva, sobre la región y nos gustaría que presentes un trabajo”.

Ganó Trump y a finales de 2016 me fui a Buenos Aires, como todos los diciembres y eneros. Allá me surgió la idea de hacer un mapeo fotográfico de la frontera. Volví con esa propuesta que fue aceptada y me puse manos a la obra. Desde entonces hago este recorrido con las fotos.

El objetivo de esto es generar una suerte de mapa interactivo de la frontera, de la producción cultural específicamente, y en esta primera etapa, producción literaria. Me gustaría armar una página web en la que la gente pueda buscar una región y dentro ver quiénes están. Habría fotos –de las que he venido haciendo– y al darle click a cada una de estas figuras se escucharían entrevistas, habría video.

La próxima etapa que voy a emprender en el 2021 será empezar una serie de entrevistas: voy a comenzar a grabar y me vengo preparando desde hace tiempo para eso, para llevar a cabo una serie de entrevistas y en video ir documentando la frontera: fotografía, video, sonido, algo bien multimedia, multiplataforma.

Para darle una visibilidad que me parece que no hay en la frontera. Para hacer visible el mundo de la cultura en la frontera. Es verdad que la frontera es un lugar complicado, es complicadísimo, con lo bueno y con lo malo. Me gustaría hablar sobre todo de lo bueno, qué es lo que se está haciendo en la frontera. Es un campo muy fértil y repleto de escritores y escritoras. Voy a tratar de ponerlos en el mapa.

Mavi Robles Castillo. Foto de Ale Meter.

ÓA. Has retratado a escritores del lado mexicano pero también del lado de Estados Unidos. En un juego de la imaginación con la frontera: ¿desde dónde te pararías: en el lado mexicano, en el lado norteamericano o justo en medio para fotografiar?

AM. Es una muy buena pregunta. Dos cosas: primero, soy latinoamericano y segundo soy latinoamericanista y lo dejo ahí para que lo interpreten como quieran. Cuando estoy en la frontera soy un latinoamericano, no soy un yankee, no me considero un estadounidense mirando México, me considero un latinoamericano que está en uno de los corners de América Latina, pero siento que es parte de mi tierra también, por decirlo de alguna forma. Así que eso es importante señalarlo.

Creo que estoy parado en ese lugar para aprender, para conocer y mi postura es un lugar de empatía, de encuentro con el otro, con esa otredad por la que yo viví toda mi vida. Tengo una fuerte identificación con el otro, en términos generales.

ÓA. Desafortunadamente viene la pandemia y detiene el trabajo que todos estábamos realizando. Me imagino que pasaron meses en los que se detuvo tu trabajo creativo pero no podemos pasar tanto tiempo detenidos y para un fotógrafo es complicado decirle a un creador que le permita ir a su casa a retratarlo cuando tenemos este virus que nos está matando. Háblanos de cómo surgen los retratos en el confinamiento, porque tú haces y al mismo tiempo no haces las fotografías.

AM. Surge a partir de la imposibilidad de salir de nuestras casas, de viajar. En un principio, muy ingenuamente pensé que esto iba a terminar pronto, pero vi que seguía y seguía.

Había visto que gente hacía fotos remotas, no entendía muy bien cómo era eso. Me puse a hacer mi propia versión, no me gustaban los resultados de cómo quedaban. “¿Cómo hacés? ¿Conectás una llamada? ¿Hago click? ¿Te pongo el teléfono, pongo la cámara y retrato la pantalla?”. Era como hacer otras cosas.

Me puse a experimentar primero con amigos, en casa, hasta que le fui dando. Tuvo mucho que ver un libro que empecé a releer. La pandemia fue interesante porque todo cobra color y otro significado: fue un libro que tenía varios años en mi biblioteca, un fotógrafo húngaro llamado André Kertész tuvo una trayectoria larguísima e importante. Hacia el final de su vida, fallece su esposa Elizabeth y el tipo entra en una depresión terrible y se encierra en su departamento de New York y no sale.

El tipo no revelaba sus propias películas, las llevaba con un revelador a quien le daba sus rollos. Un amigo le hace llegar una Polaroid, una cámara con una tecnología nueva y le dice “¿Por qué no juegas con esto?” y con eso, como la foto era instantánea, no tenía que salir de la casa, tenía agorafobia, le traían la comida.

Sentí que había ciertos paralelos por la imposibilidad de salir, sea por el motivo que fuere: la dificultad de la salida, la dificultad de acercarse al otro. Una cosa que hacía Kertész es que empezó a hacer fotos con la Polaroid –no me estoy comparando con Kertész, que era como el Picasso de la fotografía. Me inspiró Kertész porque usaba su ventana de Manhattan con una camarita: una tecnología nueva para jugar con la imposibilidad de poder salir.

Jerome Rothenberg de la Serie Postales del confinamiento. Foto de Ale Meter.

Entonces dije: “La computadora es mi ventana, tengo la posibilidad del Zoom, tengo la tecnología, ¿qué tal si jugamos con esto?”. Me puse a experimentar con esto y terminó convirtiéndose en una forma muy interesante de reconectarme –o mantener el contacto– con mucha gente. Incluso pude llegar a escritores a los que no había retratado en persona y los pude fotografiar por Zoom, ¡es una cosa loquísima! Le hice fotos a gente en África, en todas partes de Europa, en todos los rincones de América Latina prácticamente; no me quedan muchos países que no haya fotografiado.

ÓA. ¿Qué ocurre con la técnica y los temas? Parece que, dado el nivel de complejidad, la técnica tiene que depurarse y superar aquello que, cuando sales, lo tienes bien controlado. ¿Y los temas?, ¿qué tanto te permite el Zoom desarrollar los temas de la fotografía?

AM. Depende porque ocurre algo interesante, como bien decís, aparentemente: la falta de control porque aunque tenemos la llamada del Zoom no puedo controlar cómo está iluminada la persona del otro lado. Hay un montón de cosas sobre las que no tengo control, y eso quizá fue lo más difícil.

Después, hay problemas de comunicación: a veces la recepción no es buena ya sea de mi lado o del otro. Me han pasado ambas cosas. Digo algo y hay un delay en la llamada y te digo: “Óscar, mirá para la derecha” y no me escuchás, entonces digo “Mirá para tu izquierda” y recién llegó el mensaje de que miraras para la derecha. A veces se torna algo bastante agotador. Termino las sesiones agotado de dar instrucciones.

Hay gente que se divierte mucho y la pasa muy bien. Hay gente que siente cierta extrañeza –y justificadamente.

La idea con estas fotos, me gusten o no, es hacer una documentación. Es un registro de lo que está pasando alrededor del mundo desde un ángulo en particular: las y los escritores en el mundo. Me gustaría captar –y sigo buscando cómo hacerlo– es cómo se siente la gente. Captar algún tipo de sensación: me gusta ir un poco más allá de lo obvio.

En este caso vos y yo, aunque la estemos pasando bárbaro, es saber qué está pasando: “corréte un poquito más, mirá hacia la luz, movéte ¾ para acá, bajá un poquito, mirá para allá. ¿Y qué pasa si te parás y te vas allá atrás?”. Jugar un poco así: “¿No tenés una copita de algo? ¿Y si tomás un vino?”. Hay otra gente que trae luces.

La verdad es que ha sido una forma muy linda de mantenerse conectado con el mundo y también de no perder la cordura. Si te lo tomás como debés de tomártelo, creo yo, lo más ligeramente posible –dentro de las circunstancias, obviamente– es para pasarla bien lo de hacer las fotos. Me parece que tiene varias aristas.

Karla Michelle Canett. Foto de Ale Meter.

ÓA. Ahora que mencionabas los temas que estudias, por ejemplo la relación de la memoria con los lugares y los no-lugares. ¿Estaríamos hablando que lo que estás realizando es una no-fotografía?

AM. No. Creo sigue siendo fotografía por el simple hecho de que estoy fotografiando, no hay mucha vuelta que darle. Sigo usando una caja con un agujero al que le llamamos cámara, con o sin lente –en este caso yo uso un lente: una caja que junta luz y eso sigue siendo fotografía: escribir con luz. Así que sigue siendo un proyecto fotográfico. ¿Es una fotografía diferente? Sí, pero la fotografía es un campo muy amplio y cuando pensamos en fotografía, en algún sentido es como pensar en literatura.

Cuando vos decís a una persona que no viene del mundo de la literatura, qué es la literatura piensa que es una novela y nada más. Y que el teatro no es literatura, es teatro. Esa persona no se pone a pensar en el ensayo o qué es lo literario. Pasa lo mismo con lo fotográfico: es un campo muy amplio. Hay gente que considera que la fotografía es el fotoperiodismo y nada más, y otros que consideran que la fotografía es la moda. Así que es una forma de pensar un poco en lo fotográfico y la representación fotográfica.

ÓA. Justo por eso te preguntaba que si los temas le ganaban a la técnica, es muy difícil controlar la luz en estas circunstancias del encierro y trabajas con lo que tienes. El gran tema es el encierro. ¿La pandemia te permite jugar con otros temas? Todo mundo está cansado de hablar de la pandemia, ¿qué es lo que se ha descubierto en el encierro?

AM. Es una pregunta interesante. No sé si te la puedo responder ahora o tengo que pensarla un poco más: te digo lo que me viene a la mente. El encierro atraviesa estas fotos, el título que le puse fue: “Postales del confinamiento”. El aislamiento es un denominador común. La soledad.

José Salvador Ruíz. Foto de Ale Meter

Depende del lugar, la gente que se ha liberado más el movimiento y hay lugares que han vuelto a encerrarse, tanto en Europa como en Estados Unidos, donde se tomaron las cosas muy ligeramente y se hicieron muy mal. En California estamos técnicamente bajo un lockdown, una suerte de confinamiento que rige a partir de las 10 de la noche. Podés ir al supermercado pero no podés hacer fiestas. Hay una serie de reglas que se respetan de diferente forma y se interpretan de diferente forma, pero las reglas están.

Me quedo en deuda con esta pregunta sobre los temas. Este proyecto –me da cosa llamarlo proyecto porque no empezó como tal, probé y comenzó a salir– todavía sigue. Siento que todavía no puede tomar la distancia suficiente como para evaluarlo todo.

Quizá dentro de un año o dos años, en algún momento diré “Che, qué interesante. O qué estupidez esto que hice”. En este momento me siento muy metido y te reconozco una cosa: la pandemia no ha sido fácil para nadie y eso que hacer fotos siempre me da adrenalina, es oxígeno puro hacer fotos. Pero después de las fotos volvemos a la realidad que nos rodea y a la pesadumbre y a las malas noticias. No es fácil transitar esto.

Por ahora sigo haciéndolo con un pie delante del otro. Estoy haciendo proyectos de cara hasta el 2022, tengo ideas, caminos sobre los cuales ya estoy transitando, preparándome para viajar pero más que eso no sé. Todo es paso a paso.

ÓA. ¿Qué ocurre con las clases en línea? ¿Cómo estás trabajando con la gente en la Universidad?

AM. Me da mucha pena por todos, en particular por los que recién llegan. Doy un curso para los de primer año. No es un curso obligatorio pero están en un área que se llama Justicia Social, que es en la que trabajo yo. Me da pena que su primer contacto con la Universidad sea remoto, pero es lo que hay. Y me da pena por los del último año, que se gradúan en los próximos meses, que tengan que hacerlo así, me da mucha pena.

Dicho todo esto: la Universidad nos ha dado mucho apoyo. Lo que te diría es que si bien todos buscamos estabilidad, tratar de hacer esto desde la forma más natural posible, lo primero que hay que reconocer es que no es natural y no es normal esto que está pasando. Es una aberración, es terrible esto que pasa con la pandemia.

Mi punto de partida con mis clases es limitar, acotar el material, prepararlo para esta forma de intercambio a través de la pantalla, que no es lo mismo que estar en la clase. Me considero bastante lleno de energía, histriónico. Me gusta estar en el salón de clase. Estar aquí sentado, limitado delante de una pantalla es una tortura china para mí.

Lo que quiero decir es que parto de un lugar de empatía, trato de ponerme en el lugar de los alumnos y soy más comprensivo y flexible que nunca. No te digo que la clase es cualquier cosa pero manejo el currículum de otra forma como con las entregas: hay que entregar un paper para el lunes pero alguien no tuvo conexión.

Después hay otra cosa: la gente está con la cabeza en otro lado y hay que entender un poco. Les digo: “esto se entrega el lunes” y si me lo entregan el miércoles no les quito puntos ni nada por el estilo, simplemente les digo “no pasa nada, no te preocupes”. Estoy tratando de llevarlo del mejor modo posible, de ponerme del lado de los alumnos y de tratar de ayudarlos y estar ahí para ellos de la mejor manera posible.

Jorge Ortega. Foto de Ale Meter.

En cuanto cómo lo llevo yo es horrible, es difícil, me cuesta horrores. Siento que trabajo no el doble sino el triple de lo que trabajaría en un semestre regular en la clase… con eso no quiero decir que no trabajo, trabajo un montón pero termino las jornadas de clase como si me hubiera pasado un topadora por encima. Esa es la nueva realidad.

ÓA. ¿Consideras que son clases las que estás dando?

AM. Lo voy viendo sobre la marcha, capaz que lo que te digo ahora cambia dentro de una semana pero en este momento es una combinación, un híbrido. Trato de dar el puntapié de un tema, depende del nivel de los alumnos: estoy dando un seminario a los de niveles más altos, ya han estado en las clases, ya saben lo que es la Universidad, ya están saliendo. Con ellos puedo establecer las notas desde el comienzo: el trabajo final debe de tener estas características y durante el semestre trabajamos sobre eso.

Con los semestres más básicos siento que debo de estar con ellos más encima y generar nuevas estrategias para poder darles las oportunidades necesarias para que aprendan, para que se luzcan, para que disfruten. Soy de los que creen que se enseña divirtiéndose, te tiene que gustar. Es horrible ir a una clase que uno odia: es horrible cuando uno odia al profesor, cuando uno odia la materia. “Ninguno es cautivo ni está obligado a estar en esta clase, yo le voy a poner onda, traten de ponerle onda ustedes y hagamos lo mejor que podamos”.

Creo que en general ha estado bien, siempre tenés un alumno que no está conforme pero le pongo onda, che. Me gusta lo que hago.

Ale Meter. Autorretrato remoto.

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