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Por L. Carlos Sánchez

Hermosillo, Sonora, 24 de junio de 2022 [07:45 GMT-7] (Neotraba)

El cuerpo es un arco. Metáfora o analogía. Línea vital que significa vida incluso ya inerte. El cuerpo cuenta. Narra el paso del tiempo desde los latidos del corazón. Un segundero a veces. Arena que habita dentro de un cristal que sube que baja y es un recuento de armonía.

Narran los brazos: extensión del pensamiento. Las piernas dicen, añoran, duelen y tocan a las puertas del reproche, cuando ya la tarde parda desinhibe el ronroneo de los gatos que hurgan el equilibrio sobre las bardas en la última línea de sol. Estoy aquí: hecha de tobillos rodillas andadura infinita desde la inquietud del pensamiento. Las piernas ladran.

Andar es un bailar los desasosiegos. El movimiento impostergable. Porque la vida se ofrece duela, plataforma el baile para decir los dolores las alegrías el ven que voy y vas porque fuimos y somos. Mariposas cuya inercia nos platican sobre el viento.

Tengo, tenemos los ojos puestos en el color púrpura los azules que de tanto blanco nos incitan a la punta del pie. La cadera es un runrún porque allá la música, adentro, en tarareo incesante que orquesta el pensamiento. O si es cumbia balada swing acordeón percusión bajo sexto Mozart o Pavarotti.

La memoria es un rictus que cuenta los decolores, aciertos y desconsuelos. El parche del alma en un desplante coreográfico. Bailar se nos oferta como una opción todas las veces. Porque las búsquedas más implacables se escabullen hacia nuestro interior. Tenemos los placeres del concreto, la dócil fecundidad en la tierra que nos invita y accedemos.

El cuerpo es un lego, la batuta imprescindible, cuerdas y metales, el clímax de un tono que de súbito nos refrenda el accidente que es vivir.

Bailar es un acontecimiento indigente. El sonido de la flauta cuando la tribu recorre las calles con sus golpes de tambor. Todo está sumergido en la memoria. Confinamiento de la infancia y senectud. El mundo jovial que también un día nos llenó de existencia.

La memoria de aquella vez cuando la ciudad abrió las puertas a la locura, tropicalísimo apache y un hombre barbado nos liberó con sus pasos lúdicos e improvisados. Esto es la vida, nos dijo sin decirnos. Desde entonces ya no somos los mismos.


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