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Juan Jesús Jiménez reflexiona en su columna sobre la importancia de olvidar y cómo el olvido se tambalea entre el ser y el estar.
Juan Jesús Jiménez reflexiona en su columna sobre la importancia de olvidar y cómo el olvido se tambalea entre el ser y el estar.
Por Juan Jesús Jiménez
Puebla, México, 26 de mayo de 2020 [13:35 GMT-5] (Neotraba)
Creo, en tiempos en que el aislamiento se está tornando como una norma en la sociedad (y si usted no ha apropiado esta medida, hágalo de ser posible), no hemos estado más tiempo con nosotros mismos y los miles de pensamientos que ocultamos la mayoría del tiempo; ya sea porque nos es doloroso o por simple pereza.
Me encontraba leyendo el poema 20 de Neruda (de ser posible, léalo, es muy bueno) y llegué hasta el verso que dice “es tan corto el amor, y tan largo el olvido”. Frase que, si ha asistido a algún concurso de declamación en una escuela, es casi imposible no encontrar. Y me detuve entonces a pensar a causa de un evento que me ocurrió en la mañana.
Ahora, si bien no suelo poner mi vida en ejemplo (más que nada porque no creo que sea correcto ni modesto de mi parte), en esta ocasión creo que es una buena oportunidad para hablar sobre algo a lo que tenemos miedo. El olvido. Y mire, si lo escribo así, hasta parece algo realmente tenebroso aunque sea algo imposible para el ser humano, o al menos un miedo sin fundamento.
Abramos hilo (como se diría si esto estuviera publicado en Twitter). Para hacerlo corto, tiene más de un año que empecé a hablar con alguien[1], pasaron muchas cosas y dejamos de hablar; recientemente cumplió años y parece ser que no olvidé la fecha. Cierro hilo.
Desde mi perspectiva, hace meses que me dije que ya la había olvidado, pero no es sino hasta ahora que entiendo que eso no es posible; recordar algo tan disperso como su cumpleaños es prueba de ello. Una persona es incapaz de olvidar porque hay detalles y circunstancias que, de forma inconsciente, se asocian a la persona o momento, algo así como una secuencia invisible entre los eventos que tienden a repetirse y se conservan toda la vida. Las cosas no se olvidan, dejan de estar presentes. Un patrón, si lo aprendes una vez, no importa que pase mucho tiempo, seguirás sabiendo el orden del patrón pero surge la duda: ¿cómo es que logramos hacerlo?
Trate de recordar varias cosas. Si es usted atento, se habrá dado cuenta que suele relacionar objetos, estados de ánimo, colores y experiencias; esta asociación del recuerdo a algo tangible es un reflejo de la forma en que aprendemos. Si algo es bueno o malo, relacionamos esa experiencia con el conocimiento respecto al acontecimiento. Por ello sabemos que el fuego quema, la lluvia es fría… probablemente son cosas que se experimentan completamente una sola vez, pero se queda guardado en nosotros durante toda la vida.
Esta forma de ser pero no estar puede aplicarse a mi ejemplo: la persona y yo dejamos de estar (hablar regularmente) pero seguimos por nuestra cuenta (ser). El olvido consiste, pues, en la omisión del estar. Y creo que es algo que podría aplicarse de forma general: cosas como olvidar las tortillas o las llaves no son más que efecto del estado de la persona, si es o está. Si no me cree, piense en la última que le ocurrió algo así. La gente, dentro de esta normalidad obligada, no tiene tiempo para pensar lo que está haciendo, y hace las cosas de forma mecánica, lo que favorece que la gente olvide cosas de forma espontánea. No por olvidar sus llaves deja de ser una persona, pero no está presente en lo que está haciendo. He aquí el argumento que se necesita para saber que el olvido no es algo a lo cual temerle.
Si desaparece un árbol en medio de un bosque, obviamente van a sentir el cambio los animales que en él residían u obtenían su alimento, pero el bosque, donde está, seguirá siendo bosque; ha estado muchos años antes de que apareciera el árbol y seguirá estando muchos más después de su desaparición. Así las personas. Por alguna parte deben andar, no dejan de ser, lo único que sucede es que se les archiva en la memoria hasta que algo denota ese recuerdo. Una fecha por ejemplo.
Y ya sé, soy un adolescente que no ha vivido lo suficiente para experimentar el olvido, pero ¿será? Digo, después de todo, mi generación y algunas anteriores carecen de herramientas que los hagan estar a la par de ser. Todo parece ir tan rápido y cambian muchas cosas de la noche a la mañana. Tal vez, que estas generaciones padezcan del olvido adquirido, le dé una lección al mundo de cómo llevar una vida entre segundos. Pero, bueno, eso no lo sé.
[1] Ese alguien sabe perfectamente quién es. No me parece apropiado escribir su nombre y hacerlo del dominio público. Si ese alguien por pura casualidad me está leyendo: Un saludo, realmente me alegró haberte encontrado. Feliz cumpleaños. (Mayo del 2020)