Por Óscar Alarcón.
Si pensamos en todos los motivos que tenemos para estar contentos en los últimos meses, quizá diríamos que son muy pocos.
El resultado de las elecciones de julio pasado abrió el camino hacia una nueva realidad marcada por el desaliento, cubierto por el velo de una resistencia que tiene en las redes sociales su principal bastión; aunque a decir verdad también es cierto que el enojo poco a poco se ha venido desinflando.
Parece ser natural. Es casi imposible mantener un estado eufórico, iracundo o violento por un tiempo prolongado.
Y aunque la política y los triunfos deportivos no deberían estar mezclados, hay mucha gente que se empeña en unirlos. Que si ya somos medalla de oro en futbol y medalla de oro en corrupción, que si tenemos una medalla de oro por qué no protegemos a la minas de la explotación de los canadienses, o peor aún, que así como celebramos el triunfo de la selección deberíamos celebrar el premio Príncipe de Asturias… En fin, un montón de comentarios que intentan conectar dos hechos que no tienen relación.
Y sin embargo, el pasado sábado 11 de agosto la selección mexicana de futbol les dio a muchos un alka seltzer para el enojo.
Sé que con el triunfo no se resuelve ni uno solo de los problemas que existen en México. Eso es un hecho contundente. Así como también, es un hecho contundente que Oribe Peralta no metió los goles para mejorar al país, ni para hacerlo más democrático, ni siquiera para que nos hiciéramos mejores ciudadanos. Metió los goles para conseguir una medalla en una justa deportiva y punto.
Es importante no confundir el triunfo de un partido de futbol con ganar una elección o encabezar una revolución armada.
La emoción que ese triunfo debe provocar, debe ir exclusivamente a la emoción por ver cómo ha ganado nuestro equipo favorito, lejos de los ambages políticos con los que muchas personas han querido matizar el triunfo.
Por primera vez en la historia México ha conseguido una medalla de oro en futbol, venciendo a lo que parecía un poderoso Brasil, sin duda el favorito sentimental de Joseph Blatter, presidente de la FIFA, y por si fuera poco en Wembley —la catedral del futbol en donde el brasileño Pelé nunca triunfó—.
¿Acaso eso no es un motivo suficiente para celebrar? Por lo menos para mí, que soy un aficionado al futbol, sí lo es.
No quisiera seguir pensando que México es un país de ganadores que se ve a sí mismo como un país de perdedores. Quizá ese sea el disfraz del que se habla en el Laberinto de la Soledad.
Prefiero quedarme con la imagen de Luis Fernando Tena al término del partido, llorando, hincado en la zona de los directores técnicos, agradeciendo al cielo el triunfo.
con la humldad llego a la cima luis fernado tena saludos de morelia luis
HUMILDA
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