Solar
Ana Fuente revisa "Solar" de Javier Elizondo, una novela donde la violencia, el abuso, la adicción, la soledad, la toxicidad de las relaciones familiares, la desesperanza y el abandono son inherentes a la existencia.
Ana Fuente revisa "Solar" de Javier Elizondo, una novela donde la violencia, el abuso, la adicción, la soledad, la toxicidad de las relaciones familiares, la desesperanza y el abandono son inherentes a la existencia.
Por Ana Fuente
Ensenada, Baja California, 11 de febrero de 2022 [15:34 GMT-5] (Neotraba)
Una novela con fantasmas narrada por una mujer alcohólica escrita por un hombre. Confieso que, al empezar a leer, la premisa me parecía complicada. Sin conocer a Javier más que por una breve llamada telefónica pero con la enorme carta de presentación que implicaba la recomendación de Elma Correa, seguí leyendo. Conforme avanzaron las páginas reconocí una prosa fluida y agradable, poética en múltiples ocasiones, que embellecía con la forma la sordidez del fondo. Encontré también una protagonista femenina llena de matices y claroscuros, ajena a la fragilidad que, resultado de mi propio prejuicio y la costumbre que hasta a la burra hizo arisca, supuse que encontraría.
Agradecí lo arriesgada que me parecía la apuesta: en estos tiempos de hipercorrección, cuando aparentemente sólo es posible crear desde la experiencia propia, fue reconfortante descubrir una voz que es hija y madre, amorosa y violenta, inocente y devastadora a veces, cuya dimensión humana rebasara la relevancia del género.
En ese mismo tenor, Inés, la protagonista, se mostró como la voz que configura el contexto de la familia: a través de ella conocemos los excesos y las manías del abuelo, el abuso al que es sometida su madre y sus excesos resultantes y, más adelante, los de ella misma: el vaso de ron parece ser heredado desde el abuelo hasta su propio hijo, Amadeo. En la segunda parte de la novela, cuando sucede la ruptura y su nieto Teodoro no hereda dicha condición, el hilo de la locura se hace presente en Santiago, su bisnieto. Las voces de cinco generaciones se entremezclan en ese umbral en el que conviven los que son y los que fueron con el sello indeleble de la familia: todos están rotos.
“Por si quedaba alguna duda —dice el narrador de la segunda parte de Solar— aquí todos se van a morir. Éste es el tedioso relato de las muchas muertes que le suceden al aún más tedioso relato de un pequeño grupo de personas de las que no había mucho que decir”.
Y aunque efectivamente la novela narra las muchas muertes que le suceden a un grupo de personas, Solar dista mucho de ser un relato tedioso. Se trata de un irreverente tratado sobre la muerte que convierte en difuso uno de los límites que la costumbre nos ha hecho considerar como inequívocos: o se está vivo, o se está muerto. Esa alteración de la noción de la existencia se presenta desde el inicio, cuando aprendemos el abuelo de Inés escribió un libro sobre una conversación con un fantasma: La primera escucha. A pesar de que en apariencia el punto neurálgico es ése, es decir, la existencia del libro y la conversación que sostienen un fantasma sin identidad y el creador de una secta cuya finalidad no alcanzamos a entender pero a la que todos los personajes parecen pertenecer, ignoramos el contenido de dicha conversación. Mientras tanto, la turbia madeja de realidad se desenrolla lenta y sigilosamente hasta envolvernos en la podredumbre de lo que nosotros como lectores, en tanto que vivos y terrenales, reconocemos como verídico en nuestro propio contexto: la violencia, el abuso, la adicción, la soledad, la toxicidad de las relaciones familiares, la desesperanza y el abandono inherente a la existencia.
En ocasiones, ese mismo narrador parece increpar directamente al lector hasta el desasosiego, como si el libro que leemos en ese instante contuviera el relato de un intercambio verbal, temporal y espacial entre vivos y muertos, vinculados ya sea por un vaso de ron, por una roca inmensa o un perro negro: “Mira al cielo y verás, detrás del cielo azul, la nalga enorme de una piedra enorme; más allá está Dios, sentado sobre ella, con un vaso lleno de alcohol y hielos en las manos, pensando, haciendo como que escucha”.
Así, a pesar de que Solar es una novela que provoca terror –y lo digo así porque ya no estamos para encasillarnos en géneros– no es el aspecto fantasmagórico lo que nos estremece, sino el humano. La novela está permeada por la capacidad de una familia de cinco generaciones de terminar con la vida en múltiples formas: la suicida, la matricida, la que es casi filicida. A ella se suma la habilidad de ser poseídos por ideas hasta convertirse en criminales, o por sustancias –en este caso el alcohol– hasta perder la noción del valor de la propia existencia. En esa nebulosa donde confluyen el pasado, el presente y el futuro, los espacios de los de los vivos y los muertos, lo imaginario y lo real, lo espiritual y lo terrenal; en esa danza donde los personajes oscilan entre la ternura y la rabia y entre la devoción y la animadversión, todo, al final, carece de importancia porque todos terminaremos muertos.