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Imagen tomada de http://missatomicbombb.blogspot.mx/ manipulación digital de Eugenio Amezcua
Imagen tomada de http://missatomicbombb.blogspot.mx/ manipulación digital de Eugenio Amezcua

 

Por Becca Durán

 

Con motivo de mi triunfal regreso a la escuela —y para no dormirme en clases— me dediqué a observar a mis compañeritos. Al fin de cuentas era el primer día de clases en segundo año. ¡Yei!

No estoy tan convencida de que el primer día sea importante para la adquisición de conocimientos nuevos, y aunque aparece la eterna promesa de subir el promedio, shalala, lo que lo hace más importante es el hecho de que tenía un mes que no veía a mi “crush” y la verdad es que ya lo extrañaba.

 

Yo siempre fui de las niñas que cuando entraban a clases se arreglaban como si el presidente las fuera a recibir —cabe resaltar que mi mamá siempre quiso que fuera a ver al presidente por mi buen promedio, pero no todo se puede. Me despertaba dos o tres horas antes, me metía a bañar, salía y me peinaba. Mi uniforme bien planchado y mi mochila con todos los útiles —que pesaban diez mil kilos— más dos lápices del número 2, y 3 lapiceros: rojo, azul y negro, siempre estaban listos a tiempo.

 

Ahora que estoy en la prepa, sigo teniendo esa emoción por el primer día de clases, claro que ya solo me cepillo el cabello así muy equis y me dedico 10 minutos a la ardua tarea de poner corrector, base, rubor, lip gloss y enchinarme las pestañas con cuchara -—evitando no arrancarlas—, un poco de rímel y listo: FA-BU-LO-SA para la escuela.

 

Es una clase de ritual, que al menos yo hago cuando regreso de vacaciones de diciembre, me quedo de ver con mi “crush” o cuando sé que ese día llegará el alumno de intercambio de Italia… Bueno no, la verdad es que lo hago todos los días mientras sacrifico una gallina (F.R.Y.D.A no me maten, please) para que el rímel no se corra o mi cabello no tenga frizz. Y dejando de lado toda la superficialidad del arreglo personal, que en su mayoría realizamos las mujeres —y mi mejor amigo— ahora sí vamos al salón de clases.

 

Sí, ese donde 2/3 de los alumnos te cae medio mal, y el otro tercio que sobra te cae súper mal. Saludas a todos, y haces un chequeo rápido de su aspecto (aclaro, solo para ver si no se ven tristes o deprimidos, nada de criticar). Llega el profesor de la primera materia del día y como tienes la hermosa ventaja de que ya estás en segundo, no tienes que verte obligada a decir “Me llamo Rebecca, me gustan que me digan Becca, vengo de la escuela shalala, y quiero estudiar shalala”.

 

El profesor o profesora viene con todas las ganas de querer reprobarte y tú vienes con todas las ganas de querer hacerle la barba para que te exente o por lo menos de caerle bien y no estar reprobada desde la segunda clase. Y entonces ocurre algo que me causa mucha risa y que observé en la mayoría de mis compañeritos —y debo reconocer que también en mí—: el profesor está explicando, de repente voltea a verte, asientes con la cabeza y crees poner cara de que has descubierto el origen del universo (digo “crees” porque en realidad tienes cara de estreñimiento y colitis) y dices en voz baja “¡Oh! Sí”, “Es verdad”, “¡Claro!”, pero en realidad no estás entendiendo nada.

 

En fin, es el segundo primer día de clases tienes la esperanza de verte súper guap@ y cools, tener todo organizado y ordenado, caerle bien a los profesores, hacer amigos nuevos y limar asperezas con viejos conocidos, poner atención en clase, hacer todas tus tareas, y finalmente sacar buenas calificaciones y subir tu promedio.

 

Pero déjenme decirles que probablemente en la segunda semana hayan perdido sus lapiceros y pidan prestado un lápiz. Aunque yo ya estoy en la cuarta semana, solo he perdido mi lapicero negro y veo a mi “crush” todos los días.

 

¡Ey!, soy Becca, ésta es mi columna y trata de la manga del muerto.

 

@beccaduran1

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