Una ventana inmensa: Manuel Becerra
El taller de poesía en prosa de Manuel Parra Aguilar presenta esta semana al ganador, entre otros premios, del Premio Laura Méndez de Cuenca 2020.
El taller de poesía en prosa de Manuel Parra Aguilar presenta esta semana al ganador, entre otros premios, del Premio Laura Méndez de Cuenca 2020.
Por Manuel Becerra
Ciudad de México, 23 de febrero de 2023 [00:05 GMT-6] (Neotraba)
Se le adelgaza la fuerza de las patas delanteras horadando con la hoja de una cuchilla. Se hacen varios cortes hasta que el animal cae de frente como arrodillándose. Después vienen dos garfios que lo alzan por las patas traseras y su garganta queda expuesta para la misma delgada cuchilla. Se coloca una cubeta de metal para atenuar la caída de la sangre que vendrá inmediatamente después de un corte certero en la garganta –Tiene el caballo la cualidad para detenerse el corazón cuando viaja a la velocidad del sonido. El hombre, por su parte, desconoce esta virtud cuando va hacia el desamor a la velocidad de los caballos–. Su tráquea es de mármol. Hay que ser decisivo para abrirle bien el cuello y silenciar el dolor.
Hay un dios ebrio en todo caballo que duerme de pie
*De Instrucciones para matar un caballo
Tres caballos están corriendo por la avenida Insurgentes de la Ciudad de México. Se desconoce el motivo y su procedencia. Sus pezuñas contra el asfalto tienen el efecto de la zapatilla de la patinadora de hielo; algunas veces caen, pero se incorporan pronto a la carrera. El caballo es devuelto a la velocidad. La policía inicia la caza. El público expectante toma fotos y las comparten velozmente siguiendo la persecución por redes sociales: Facebook, Twitter, Instagram. No respetan semáforos, doblan las calles. Pero ante todo, permanecen juntos. Un caballo a la luz del sol es dos. Los tres y sus sombras son un ejército. La humanidad, que interrumpe su jornada laboral, no está preparada para una subversión de caballos, pero no lo sabe. Al día siguiente, algo se comenta en un par de diarios de baja monta. El suceso mueve a un publicista a moldear su figura de tres cabezas en una medalla que colgará, en un futuro cercano, en torno al cuello de uno de los más afamados vinos del sur. Su historia quedará escrita en la etiqueta trasera.
Las astas de la gacela son únicas, aflautadas, sus anillos ahuesados subiendo en espirales apuntan hacia un satélite. En cambio, una muda de cabeza de este tipo en la breña se puede atribuir fácilmente al ciervo rojo. Cada animal que se precie de estar vivo ¿es cierto? es reconocible por aquello que abandona: la forma de su pie que se aleja o el grito encarnizado tras de sí. Por aquí, ya lo he dicho, ha pasado un córvido ungido en gracia y al lado de su huella hendida, está presente la hoja del árbol bauhinia llamada también pezuña de buey debido a su forma lobulada. Apenas dejo esto, quedará la mía, ancha y ofendida, formando una tríada cómplice: animal, vegetal, y animal nuevamente.
Es julio y ha comenzado el Cordonazo de San Francisco o mejor dicho la temporada estival de los aguaceros que arrecian –los miro desde la ventana– o mejor aún: San Francisco de Asís se ha ajustado su túnica y desató su cordón celeste entre las pasturas celestes, las pasturas terrestres, las pasturas marinas. Nubes lanzadas
como runas por una mano vidente. Nubes con forma de fémur humano, porosas, talladas en la piedra calcárea, cúmulos como un hemisferio cerebral, inmemoriales, con pasado de animal de espuma, de osamenta. Nubes parecidas al coral calcificado en una bahía.
Como es sabido por todos, el evento de la lluvia oblicua se extenderá hasta octubre.
(Spleen)
Los ventanales de este lugar inician a la altura de mi rodilla y terminan centímetros antes de llegar al techo. Afuera todo es engañoso. Adentro una luz ahuesada cae sobre las cosas con la delicadeza del manto que cubre a una virgen. Nada envejece salvo yo. Detrás de los ventanales se aprecia una aldea portuaria. En ocasiones es la calle Harajuku que desemboca en una pagoda a los pies de la luna. La cuestión es que el paisaje insiste en cambiar apenas levanto la mirada. El mesero está de espaldas vertiendo leche en un cuenco y aquellos dos clientes recargados en la barra insisten en portar el rostro como una fotografía mal enfocada. Me vuelvo nuevamente hacia afuera y esta vez alguien se acerca y me llama tras el cristal empapado por la lluvia; su cabeza es el enorme ojo de una ballena que agita las aguas profundas de la noche y desaparece.
(Massachusetts)
Ya sea por suerte o designio, esta travesía incluye un río y a un hombre montado en una bicicleta. A su lado desfila el río Connecticut, ancho de espaldas, más voluptuoso –como es bien sabido– que las palabras río y Connecticut. El hombre toma un camino alterno a Turners Falls hasta Montague y mientras avanza, un granero abandonado en medio del camino crece como una especie inusual de árbol africano. Mucho tiempo habrá estado ahí. Probablemente, la lejía de las olas de un océano ya extinto lo golpeó por años. Los bueyes de agua quedaron a merced del viento y fueron arrastrados de un lado a otro mientras boqueaban alargando su cuello por sobre la marea y elevando sus ojos de mártir hacia a un cielo protector. La madera que encumbra al sótano, gime. Aunque la oscuridad llama, se mantiene lejos. En su interior figura un letrero de Private property.
**De Los trabajos de la Luz no usada
(a)
–Estoy en una balsa y hay un guía, pero el guía se ha perdido y se ha hecho de noche y el bosque despierta con el coro tenebroso de los sapos. La flor del día se cierra pudorosa. Atamos la balsa a una orilla y caminamos por el río. Mientras más me interno en el bosque, me encamino más hacia mí. No hay guarida para cada animal del cual provengo. No hay nada. Solo el sapo en la piedra que luce su existencia como un revés para el cisne–.
(c)
Pero Hegel en su Poética se detuvo en el sapo. El único de los anfibios que a la luz del día desarrolló la fealdad que a los peces del abismo les costó el abismo propio. El sapo no tiene un creador visible. Su fauna embrujada sin cazadores naturales se extinguiría y con ellos también una cadena de alimento si no es por el pescador que, más allá de su locura y supervivencia, los caza por equivocación y por la serpiente que es ciega y todo lo devora piadosa.
(d)
Yo conocí la fiebre a los cinco años cuando el mercurio dudaba entre los 40 grados y los 39 a la sombra del cuerpo. Sentía mis manos expuestas a una lluvia finísima de breves agujas hipodérmicas sobre las falanges, pero en las malas horas me imaginaba a diminutos sapos retozando decididos a ir desde mis manos hacia el pecho. La imagen, recuerdo, llegaba por la pestilencia y terminaba por completarse con la lubricidad de sus cuerpos imposibles de atrapar.
(e)
Los sapos corredores tienen la sangre negra. Hay que mirarlos como un cerebro aislado quemado por el sol, un pulmón, una esfera de vaho. En su etapa de ninfas de charca el torrente está inacabado; son dueños apenas de una dupla de muñones engarzados a la caja. Sus huesos son una duda para los niños crueles. Hay quien asegura que aún después de la metamorfosis siguen siendo sólo pulsión y sangre, carne negra bajo más carne a oscuras: un fraude inexplicable en las mesas de disección: abiertos y ante la vista de los ojos benévolos desaparece la maquinaria ósea y el corazón huye de la luz.
(f)
Los alumnos castigados de las escrituras: sin pies, con el vientre andarás sobre la tierra. Serás un pez de vida fácil tanto en los azolves como en los lavaderos desteñidos. Nacerás sin rencor en el agua estancada y mirarás con gesticulación idéntica la pradera desde la boca de la víbora como desde el plato de los chinos. La fruta será para los soberbios; tú cuidarás las raíces. Para ti la fruta antes de pudrirse que cae al suelo, la noche de los roedores, la muerte por hastío de las madrigueras.
***De La escritura de los animales distintos
Manuel Becerra (Ciudad de México, 1983). Fue escritor residente en International Writing Program, Iowa 2019; por la Universidad Stockton, New Jersey, 2019 y en Omi Art Center, New York, 2018. Ha obtenido el Premio Laura Méndez de Cuenca 2020, el Premio Enriqueta Ochoa 2014, el Premio Ramón López Velarde 2011, entre otros. Su trabajo está traducido al inglés, al francés y al italiano. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2022. Libros: Los trabajos de la Luz no usada (2021), La escritura de los animales distintos (2022), Fábula y Odisea (2020), Instrucciones para matar un caballo (2013) y Canciones para adolescentes fumando en un claro del bosque (2011).
Fotografía de Manuel Becerra: Tom Langdon.