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Culiacán, Sinaloa, 17 de octubre de 2024 (Neotraba)

14 de abril

Ninguna obligación con el lector. Las dudas son sobre mis desencuentros con mi solo. Si buhardilla o sótano, lo decido en medio de mi ángel y mi demonio. Digo belleza, horrible y negruzco desde los intestinos de la palabra. Voy detrás incluso cuando la delantera me pertenece. Mis autores me sobrevivirán: no me interesa y me intereso poco en mis resultados. Si estoy tranquilo o no, es algo que sólo le concierne al insomnio. Voy deprisa y no suelto mi espalda que se amarró al hueco. Sí, Faulkner: “Si reencarnara, sabe usted, me gustaría volver a vivir como un zopilote. Nadie lo odia, ni lo envidia, ni lo quiere, ni lo necesita. Nadie se mete con él, nunca está en peligro y puede comer cualquier cosa”.

19 de mayo

Escribo de lo oscuro con cola de hambre, de la región de araña donde se agota mi espera, de la furia hecha cáscara por tanto corredor en mis decisiones, pero no me interesa lo oscuro, ni la araña, ni la furia. Mi atención se coloca en lo que tiene de locura lo simple, ahí donde le salen patas a la cabeza porque el ruido asegura su oficio. ¡Lo imposible tiene más hueso que todas las obviedades del día! A un lado las sumas correctas, los resultados previstos, el aburrimiento de tener los dos pies en un círculo de casa. Yo saco mi libreta sólo si no tengo seguridad en mi sangre. Salgo a mi mente si hay truenos. Apenas un ojo enfermo se contenta con la sombra como consecuencia de la noche. Lo predicho y la enumeración son los males del bien. Cierto, Hemingway: “Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa…”.

12 de agosto

Yo no converso con los tristes. No me siento a la mesa con los melancólicos. No continúo la historia si un personaje se complace en lo ridículo. Lo infinito se encuentra en mi siguiente paso, no me arriesgo: la libertad es un instante, ¡cómo ser bibliotecario de lo corriente! Borro de mi bibliografía el comercio de trivialidades. Destruyo la ortografía del suspenso, pero me quedo con el suspenso. Gloria del verdugo en el patíbulo de falsos acentos. Fuera con el injusto que desmorona entre sus dedos las alturas. Fuera con la miniatura de lo inmenso en la escritura que titubea. Termino con lo intocable en los rincones del cuidado. ¡Inclinación para los que huyen de lo desemejante! Yo no leo ningún capítulo de la insignificancia. Estoy en desacuerdo contigo, Baudelaire, porque te comprendo: “El hombre de espíritu, ese que nunca se pondrá de acuerdo con nadie, debe dedicarse a amar la conversación de los imbéciles y la lectura de los malos libros. De ellos sacará goces amargos que compensarán largamente su fatiga”.

27 de agosto

Niego la felicidad. Niego el deseo que hace de lo simple un centro para soltar su trompo. Niego el sábado con un río en el tiempo de la pantalla. Niego el jardín en los movimientos de la tinta. Niego el placer del tacto inmóvil en la cueva. Niego el abismo sobre la mesa de café. Sin la expectativa del beso, del papalote, del interior, de lo compartido, del otro, del astro que protege la trayectoria del espantado cuando la noche se pone quieta en un insecto. Sí, mejor la indiferencia que un aturdimiento. Mejor Hume que Spinoza, porque yo no te condeno, Hegesias. Sería un verdadero loco pero de cuerdo como para adscribirme a los “racionales”. Nada de dolor, nada de angustia, nada de decepción, nada de temor: vivir es morder el aire de lo imposible.

5 de septiembre

Cuando no puedo cerrar la ventana en la hora del roedor, los sentimientos tienen calle y hablo del orden de las cosas con mal juicio. No quiero lo monótono. Reniego de toda circunstancia con puerta definitiva. Quiero la uña en la prisa. La sensación de tener el mundo en un centro sin geometría me reconforta. ¡El aire en su arrastradero, sin santo, sin policía! La intención es un hueco donde se meten las extensiones con su punta. Si algo que amenaza encuentra su conjunto, sé que debo tirar de mí mismo. Pienso y lo amigable vuelve a escapar de las palabras. Sí, Schopenhauer: “El genio siempre tiene mal genio”.

24 de septiembre

No tengo grandes problemas. Ni lírica, ni tragedia, sólo un drama de pequeñas cosas. Nada como para romper un espejo dejando caer mi escritura. En todo momento cobijado por una realidad concreta. Entro en las horas como se entra en una casa. Hablo al centro, escucho sin misterio. La ambición concluye con mis especulaciones. Y si me despierto por la noche, sigue con los ojos cerrados el horror que experimenta el mundo. Puedo decir que venzo: por más metafísica que intente masticar un recuerdo, no se me complica el alma. Sé que girar cien veces mil alrededor de una cosa, es ser un profesor oscuro: el nerviosismo, un lujo grotesco de los que piensan demasiado. Yo leo y escribo con el bienestar de la insignificancia. Para decirlo contigo, Cioran: “Y es que la filosofía, lejos de eliminar lo inesencial, lo asume y se complace en ello: ¿acaso todos los esfuerzos que despliega no tienden a impedirnos percibir la doble nulidad de la palabra y del mundo?”.

Matemática del reverso

¡Cuidado!, no hay amigos, ni compañeros, ni camaradas; hay una matemática del reverso, un vacío de inteligencia que come caras, médulas, tobillos, todos los dedos que hacen la articulación de un nombre. Necesitas entrar en la luz azul, abrir las ventanas a la nueva masticación. Hay tiempo en las coladeras del clic, mataderos en la burla del pixel, relevancias que huyen, pero dejan la rodilla inutilizada en algún sitio. ¡Cuidado!, el monstruo de la indefinición está suelto en la cuenta de los números.

Puntos suspensivos

La aceleración entra en el ojo y derriba la respuesta. No hay muro ni tope que perjudique un poco el desenfreno. Nada pesa. La luz tantea con preguntas, pero no encuentra contornos de sustancia. No identifico mi angustia. El mundo se recoge en la línea recta de un hipnótico vacío encascarado de pérdidas, con la infinitud en el punto que repite su locura. No identifico mi temblor. La nitidez dobla su rodilla sobre el residuo. Yo no veo sino un horizonte que arroja su muelle contra cualquier cosa que quiero. En el mundo de la aceleración, el mundo es un decir.

Desenfreno

Hacia dónde si en un clic se reúne el infinito. Por dónde si la coordenada está llena del hueco de la gran memoria. Busco la noticia y encuentro a la oreja en su hervidero. La ventana parece contener una calle, pero sólo es lluvia, una lluvia del tamaño del tiempo cuando ya no importan las ejecuciones: la lluvia con el azul que cubre la retina. Me confunde la trayectoria empapada de azul. Me confunde que todo sea un eco de la nuca de las cosas. Sin noche y sin día, la realidad tiene una fractura en la parte baja de su espacio. Cualquier asunto es desenfreno, espacial desenfreno. ¿En qué tierra virtual la forma puede encontrar su virtual cintura? No veo por dónde un reposo, el lugar: hasta el espacio escupe espacio.

Adentro de la fuga

Audífono. Cierro la inmensidad en la burbuja. Lo que no me pertenece queda en su desastre, pegado a la cáscara, vencido en movimientos mortales. Yo desciendo, me amarro a la atmósfera de la respiración, no salgo de la miniatura del aire. Respiro casa, calor, isla, cualquier proximidad, interior, uno, respiro fondo, núcleos y lo central de mis márgenes. La ausencia me resulta fuente y ronroneo. El tiempo logra su nota. Desciendo acabado, en la sabiduría del espacio que se aparta del tejido. Solo. Voy solo. Estoy adentro de la fuga, justo donde la alteridad ondula mi pensamiento. Afuera, el polvo del ruido.


César Carrizales. Culiacán, Sinaloa. Poeta, ensayista y arquitecto. Becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (1997). Premio nacional de poesía Clemencia Isaura, Mazatlán, Sinaloa (1998). Su obra poética aparece en las antologías Cinco al Patíbulo y Permanencia del Relámpago. Actualmente ha publicado el libro de ensayo Del habla a la superficie. Una trayectoria hacia la desaparición.


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