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Puebla, México, 14 de octubre de 2024 (Neotraba)

Cómo no tengo dinero, tengo mucho corazón: https://www.youtube.com/watch?v=FrGSMW7PuFo&pp=ygUkaGlqbyBkZWwgcHVlYmxvIGpvc2UgYWxmcmVkbyBqaW1lbmV6

Septiembre envuelve las cosas que no están. Carga consigo los últimos días del verano y el despertar del otoño por lo que, mientras por las tardes el calor abraza la piel de los árboles, de noche son fantasmas del follaje los que rodean los adoquines empapados de negro. Y en estos días en que el viento tira de las nubes, y las nubes tiran de los ríos; a lo lejos ladran los perros, histéricos de los cohetes que adornan el cielo y anuncian otro 16 de septiembre.

Incluso semanas antes de que la gente se junte en sus casas a escuchar en la televisión el grito desde el zócalo de la CDMX, los campos se llenan de un espectro extraño en que el humo y la bruma, develan la naturaleza más incierta de la identidad; el uno que no se pertenece. O al menos, así me ocurría hace años cuando en medio de viajes en carretera, viendo los campos de caña quemarse durante estos meses, el campo que ardía, ardía dos veces; en el campo rodeado de los canales de riego, y en mis ojos rodeado de los canales de la memoria –aunque luego hablaré más a profundidad de las cosas que nos dice el fuego. Septiembre te digo, envuelve las cosas que no están.

Y es curioso que en ese mes en que nada nos pertenece, se celebre una fecha tan relevante para la formación identitaria; el inicio del proceso de independencia de nuestro país. Y digo “relevante” y no “importante” adrede; es complicado entender las razones que llevaron a desatar una guerra de diez años en los que, además de perder y ganar nada, nadie conserva la memoria de las pequeñas cosas –las más importantes. Y, por tanto, hoy en día no puede ser “importante” algo que no conocemos. Es “relevante” porque nos permite tener puente un fin de semana, tener una excusa para tomar en vía pública, y dejar salir al yo-tribal sin sentir culpa.

Justamente eso es lo curioso. Las fiestas patrias celebran algo que ya no está y –que ciertamente– no nos pertenece. Como el sentido propio de una “patria”, un algo que debería ser de dominio público y, sin embargo, se privatiza con cada nueva empresa que inyecta capital en “tierra de nadie”, dónde el dinero es el poder ejecutivo, la chequera el judicial, y el interés el legislativo. O el sentido de “nación”, que en condiciones de la globalidad ya no es tan preciso; ahora que tantos cruzan nuestro país como tantos cruzan el país de otros, y que el lugar donde uno nace no es el lugar donde vio por primera vez la luz, sino que, con el paso del tiempo y el andar, nuestra carne revela a tantas caras y costumbres distintas en nosotros, que decir algo como “nación” es traicionar la esencia de nuestros zapatos rotos, y el aroma de nuestros recuerdos.

Este, por si fuera poco, se ha convertido en un país de fantasmas. En que se teme por la compañía de los muertos, sin saber cuándo nos corresponderá la muerte en las misivas de nuestra pasión por jugar a que nada existe. Y los fantasmas andan a espaldas de los vivos que los buscan. Y los fantasmas comen con la boca de los vivos que padecen hambre. Y los fantasmas hablan con la garganta oscura que ofrece la tierra cuando se descubre una fosa. México, en su afán por burlar a la muerte, la ha burlado tanto que ha empuñado su guadaña y sin querer ha cegado todos sus campos. Ahora los fantasmas andan por las ciudades, llenan las calles, trabajan, compran, venden, pero no viven.

Y de esta tierra llena de vida, no queda sino la sombra que proyecta la luz de la luna cuando atraviesa la neblina. Un pueblo entre muchos otros en el que a luces de la pirotecnia; los muertos comen y beben, esperan otra noche en la que desde el poder se enaltece el poder, y en el que al igual que los perros, a lo lejos ladra lo que alguna vez fue patria sin que nadie la escuche.


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