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Puebla, México, 20 de marzo de 2025 (Neotraba)

Hoy no hay canciones, porque faltan muchos para cantarlas.

Había decidido no escribir al respecto, porque esperaba contar con el testimonio de los nombres que ahora –o en la semana anterior a la publicación de esta columna– deben estar negociando las condiciones para levantar el paro de labores en mi facultad. Pero muchas cosas pasaron –aunque sinceramente no deseo compartir exactamente qué, basta con decir; hubo un desaire del movimiento. Y entre otros paros de labores en la ciudad, otras huelgas, periódicos que no informaban –o que no tenían ni la menor decencia de dar derecho de réplica[1]– y una puerta al infierno que la política dejó entreabierta en Jalisco, terminaron por llenarme de notas sobre las notas en mi libreta. Ahora, en algunos días de reposo –cortesía del club de fans del bene-Beni– me siento de nuevo a escribir otras anotaciones mejor hiladas.

Hoy; sobre el caso de Teuchitlán en Jalisco.

Mira, si México no es una quimera que se tortura a sí misma[2]. Es común encontrar este tipo de noticias en los grandes medios desde que tengo capacidad de recordarlo, noticias como estas son narradas infinidad de veces por voces cada vez más acostumbradas a dar la cifra de muertos, o dar la ubicación exacta del hallazgo. No es raro que estos presentadores –que muy pocas veces son periodistas– suelten un comentario “mordaz” para “expresar su enojo” para que unos minutos antes de comerciales, hagan promoción de una escuela, un grupo jurídico, créditos automotrices…

Pero algo ocurre cuando se sabe que estos hechos encapsulan tantos carpetazos y estadísticas gato-pardas que reducen el número de homicidios y desapariciones al mínimo común múltiplo de la cifra real y la que haga quedar bien a la administración en turno. No puedo imaginarme –y tampoco quisiera– la sensación de enterarse de que un ser querido, lo contiene no más que su zapato.

No pretendo lanzar un mensaje mordaz para pasar a otros temas sin más solemnidad que fingir tenerla. Es una actitud que me desagrada y que no pretendo incentivar. Sucede que, en torno a la noticia, las últimas semanas se han convertido en un remolino de declaraciones, pésames, silencios solemnes y silencios estúpidos. Esta columna está dirigida a los diversos todólogos y opinólogos olímpicos que se suben al hecho para rascar una cazuela ajena.

Las personas que tuvieron un destino tan horrible, la gente que se acabó las manos de rascar las piedras para encontrarlas, incluso la gente que llena de horror supo de cómo ese rancho terminó en manos del narco; no necesitan saber que es un hecho terrible. Lo saben y peor aún, lo viven. Repetir qué fue lo que pasó sin más sentido que buscar el asombro público, es caer muy bajo.

Hoy mi padre puso las noticias en la cena como es costumbre. Reflectores y cámara apuntan a un joven –no mayor de 25– encapuchado que dice haber sido parte de lo que él llama “campo de entrenamiento”. Cuenta la historia de cómo es que terminó siendo sicario del narco. De las aberraciones y excesos que se vivían dentro de ese predio, cuenta incluso de anécdotas que hacen parecer al narco como una fuerza militar de un estado –esto último no lo dudo. En todo momento se turna para mirar el micrófono y al periodista. Pero, aunque menciona en repetidas ocasiones que vio morir a otros, y que él mismo fue puesto en ese límite; no se quiebra su voz, no tiene ningún atisbo de duda o de arrepentimiento. Ríe de vez en cuando, como si recordara algo gracioso. Es entonces que me levanto del sofá. Ya quita eso –le digo a mi padre.

¿Qué mierda pasa? Parece que la labor periodística no es con la gente que, tras años de búsqueda, reconoce en biblias abandonadas y restos de ropa a sus familiares. ¿Vale más la voz de un narco que la de una madre? O peor aún, actuar una entrevista con un sicario. Como decía un historiador sobre Alejandro de Macedonia: ¿Que de magna tiene la barbarie para fundir la piedra y grabar un sello de sangre? Hasta parece propaganda; si alguna vez te ofrecen un trabajo con prestaciones y un buen salario en otras palabras, un buen empleo, duda si no es un patrocinado por el narco. Pero incluso si te ves envuelto en el giro del plomo, hazte de anécdotas como la de este sicario al que entrevistamos, para que en vez de quebrarte al recordar cuántas vidas habrás arrebatado, rías. Porque acabas de contar un buen chiste. ¿Qué clase de periodismo es este? Qué dialéctica guarda pararse sobre una pila de cadáveres para obtener vistas, sin preguntarse por las personas que sufren el silencio de no encontrar un hermano que salió hace meses –años quizá– porque le ofrecieron un buen empleo en Guadalajara.

Vaya tinta es la sangre, y vaya celulosa produce la carroña, que la gente detrás de los escritorios de productores y editores, al igual que el encapuchado que no para de juguetear en la mesa, creen haber contado un buen chiste o en su caso, haber contribuido a la construcción periodística del hecho.

Pero al igual que la gente acostumbrada a la violencia –cascajos infrahumanos, diría yo–, poner en duda si los hallazgos realmente corresponden al vicio de la violencia y el brutal empeño de sangre que vive nuestro país, es un intento pobre por volver a encarpetar el asunto hasta la siguiente administración que no tenga un color bonito. Mi padre no quitó las noticias e inmediatamente después, sale una declaración de un de por sí caricaturizado político. Afirmando sin conceder: ¿Quién nos asegura que esto no sea un montaje? –dice. Aconsejaría a su familia hacer un examen médico para comprobar que no se le haya podrido el hígado. Pero lejos de detenerme a darle más aire a esta persona, creo que nos dice algo muy importante; el discurso está a servicio de quién lo controla, y no de quién lo usa.

Una figura política, sea cuál sea su bandera y posición, es un eco focalizado de remanentes culturales existentes. Cristalizaciones de opiniones públicas. Y como tal, sólo reflejan aquello que lo hace más amable con su base. ¿Qué hace más agradable a este bellaco[3] para su base? Creo que va de la mano la pseudo-entrevista y esta declaración. La opinión pública respecto al narco es la de una narrativa bien-mal-hechora.

La cultura que precede a la exaltación del narco en este país no hace sino ser indulgente, hasta empática. Robin Hood que incendia el bosque de Sherwood, saquea las aldeas de Nottingham y al silencio tras las violaciones, asesinatos y despojos, le llama paz. Así ha sido siempre, quizá.

Un síndrome de Estocolmo colectivo, avivado por películas que sólo proyectan las carencias que parece solucionar la vida consagrada a la explotación ajena, para convencernos de que aquello es mejor, que el sistema es una mierda –que sí lo es– y que la única manera de progresar en él es desconociendo la libertad de otros. Servirnos de ella. Que después se arreglen. Que después busquen a sus familias. Déjales los zapatos, esos no nos sirven.

En una plática reciente sobre este tipo de cosas, uno de mis tíos me dijo; si sigues pensando así, este país terminará en otra revolución. Claro que lo dijo en un tono burlón. Si eso hace falta. Tidol[4]–pensé.


[1] Realmente no sé si en algún momento me lean los editores de esos periódicos, pero; no la chinguen si no la maman. https://www.instagram.com/p/DHJfZaKOWw5/?utm_source=ig_web_copy_link&igsh=MzRlODBiNWFlZA==

[2] Por si no sabe de qué hablo, le dejó la nota -una de muchas; no es la mejor, ni la más objetiva a decir verdad. Pero es útil: https://www.eluniversal.com.mx/nacion/que-si-hay-en-el-rancho-de-teuchitlan-lo-que-sabemos-y-lo-que-aun-no-sabemos-del-caso-que-estremece-a-mexico/

[3] Antes de que me vengan a abrazar los fachos; la bancada de Lily Téllez –y esa señora en específico– demuestra en cada una de sus participaciones, el por qué la oposición política de este país está tan jodida. Bellacos todos, chingada madre.

[4] Me he metido mucho en el Dwarf Fortress y descubrí que hay un idioma enano distinto al de Tolkien. Su gramática es muy simple y clara, estoica. Por lo que muchas de sus frases u oraciones son reducidas a locuciones fonéticas muy simples y compactas. “Tidol” sería traducido como “Que así sea”.


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