Después de varias horas de ensayo solitario, a las seis de la tarde, ya enfundado en unos zapatos negros de charol de nariz blanca, vestimenta gris/perla sin una sola arruga y sombrero negro de ala corta, Vladimiro Casanova cuelga su soledad en el perchero y va a la plaza a sentir que el mundo fluye a través sus pies.