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Por Edgard Cardoza Bravo

Ciudad de México, 11 de agosto de 2023 [00:10 GMT-6] (Neotraba)

(…) que ya no puedo tanto,

y al grito en que te imploro

te imploro y te hablo en nombre

de mi última ilusión.

Manuel Acuña

Pues bien, yo necesito decirte sin decoro,
que lo que te has comido
en público desdoro, 
terminará, lo juro, en una indigestión.


Cinco tacos de buche más cuatro de suadero,
unas seis empanadas, dos aguas de limón, 
tres cebollas asadas, un taco de pastor
y el “volcán” tatemado que como bien sabemos
ya casi hace erupción. 


Yo quiero que tu sepas que antes de entrar el día,
después de horas ingratas con el retortijón,
ya muy aceda, y pálida de tanto no dormir, 
justo cuando la aurora debiera de ocurrir
tú estarás instalada en esa taza innoble 
que algunos llaman water y otros paredón.


Comprendo tus motivos, rudos y elementales,
los motivos del lobo, los motivos del ron,
lo que si no comprendo es como haces posible 
que en tu menudo cuerpo combinen las teleras,
el caldo de frijoles y el dulce de turrón.


El alma se te ha hundido en el vientre inaudito;
yo sólo observo cauto, lo demás es canción
de intestinos floreados, de cólicos malditos,
que rondan por los foros de las epifanías
armando calendarios para los rompevías
que hartándose conservan su neófita ilusión.


Lo cierto es que si pones tus sienes en la almohada
terminarás, muchacha, haciendo carambadas,
ni de tu Cocacola encontrarás perdón,
y estarás, lo aseguro, a punto del suicidio,
sin encontrar salida para tu condición: 
porque traes encima las perlas de la virgen,
el rosario de Judas, los clavos del faquir,
y por si hiciera falta habráste dado de alta
en la hermandad secreta de la resurrección.


Ya para entonces tendrás fruncido el sueño,
estarás simplemente deseándote morir. 
Es cuando la sal de uvas o el bicarbonato, 
la magia del orégano, el fluido del cedrón,
serán más efectivos que cualquier garabato 
que en letras somnolientas te recete un doctor.   
 

Este es el hondo abismo que existe entre los dos:
es más fácil comprarte un traje Christian Dior
o escalar sin arneses la torre de Dubái,
que intentar conquistarte con bonos de alimento, 
pues entre las mujeres que gozan de apetito, 
tu gozas de apetón.  


Adiós por la vez última mi flor de calabaza, 
mi pipián almendrado, mi pay de huitlacoche,
me voy porque no puedo lidiar con tu prurito
porque precisaría de un sueldo de ministro
o de algún buen plantío de hierba de jachís,
o esperar que el mesero se descuide y de un grito
poniéndonos de acuerdo nos fuésemos a huir:


y al encontrarnos solos en medio de la noche,
tus ojos en mis ojos, mis ojos sobre tí,
terminaría diciéndote: “¡esas son chingaderas!,
por la aureola fingida de san wichito mártir,
aléjate de mí”.

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