Los niños perdidos

¿Para qué sirve el periodismo, la literatura, la palabra? Precisamente para entender y vivir las tragedias de los otros porque en cada voz el filo de un bisturí nos cercena el intestino.

Los niños perdidos

La crónica trágica

A las luminarias las veo cada día, en redes sociales, encabezando festivales de literatura, anteponiéndose a lo que escriben opinando con “autoridad” como eruditos sabelotodo solo porque tienen en su haber un premiecito o algún libro publicado.

Café Trotsky

Para leer este libro se requiere la lejanía de los prejuicios, la disposición de regresar a la adolescencia.

Portada de Café Trotsky. Publicado por Mambo Rock

El taller de los martes

En Centro Intermedio del Instituto de Tratamiento y de Aplicación de Medidas para Adolescentes, en Hermosillo, hay unos morros que se aventuran al vuelo de la escritura: la consecuencia de un curso que desencadenó en la publicación de una plaquette

Portada de El taller de los martes publicado por Mambo Rock

Un colibrí en su nombre

Vinieron a avisarle a las vecinas que doña Lupe estaba ya al lado del creador, el mero día de san pancho, el venerado. Linda decisión del cielo, llevarla al descanso eterno un día inscrito en la memoria para siempre, se escuchó a alguien decir.

Un colibrí en su nombre. Imagen por cortesía de Carlos Sánchez

Ea ea, Cananea: La tierra de Dios

Decir Cananea es pensar en la Mina, el ombligo de lo que los días conllevan a las familias: los proyectos siempre adheridos a ese cerro, al socavón, al movimiento consuetudinario de la urbe, los sueños cristalizados de cananenses y no.

Portada de Cananea. La tierra de Dios de Carlos Sánchez

Un girasol

¿Cómo será una reunión familiar? Se pregunta un conserje de escuela mientras pasan las horas entre juegos y el jardín que tanto ama.

Piedra, hierro y lápiz. Foto de Óscar Alarcón

Dónde estás corazón

¿En dónde está Juanita? Puede estar perdida, ¿se la robaron? Voy a la casa de su jefa. ¿Está muerta? No lo sé, se me hace un nudo en la garganta. Lo presiento.

Fotografía de Carlos Sánchez

Cierta tarde que algo dije

Abigael Bohórquez es un niño que rebasa los cincuenta años, con sus huaraches de vaqueta le he visto recorrer los surcos que construyó con sus manos. Lo he mirado también sonreír mientras dice un poema de memoria. La satisfacción de la palabra le alumbra los ojos.

Estatua de Abigael Bohórquez. Foto tomada de Entre Todos