Super size dead
Quizá el problema, opina Juan Jesús Jiménez, no esté en lo global o vistoso que puede ser tener una celebración dedicada a la muerte. El problema surge de hacer de un aspecto cultural, un brazo de la industria. Un producto.
Quizá el problema, opina Juan Jesús Jiménez, no esté en lo global o vistoso que puede ser tener una celebración dedicada a la muerte. El problema surge de hacer de un aspecto cultural, un brazo de la industria. Un producto.
Por Juan Jesús Jiménez
Puebla, México, 7 de noviembre de 2023 (Neotraba)
Hoy hay doble-play; una para halloween[1] y otra para día de muertos[2]. Play ball!
No es secreto mi desdén por películas como Coco o El libro de la vida. Hubo un tiempo en que hacía podcast –cuyo nombre no pondré– con mis mejores amigas de la preparatoria, y hablamos de cómo es que una tradición como el día de muertos cede mucho de su razón identitaria para adherirse a un contexto global. Es hasta cierto punto normal. Toda cultura es artificial y todo cambio que registra es solo una manifestación de la plasticidad humana. Sin embargo, una tradición lleva mucho más que lo visible. Día de muertos –que en realidad contempla varios días–, no es la excepción.
Sí, es fácil entender las bases físicas de la celebración. Ofrenda de flores, comida, símbolos religiosos, agua, sal y un espejo. ¿No? Pero lo primero que sale al buscar imágenes de referencia en google, son mesas llenas de colores, comida y calaveritas de dulce. ¿Hasta qué punto la tradición se volvió una caricatura de sí misma? ¿O será que este tipo de ofrendas no se adhieren a la tradición? Quizá podría entender y hasta disculpar la omisión del sentido religioso que lleva la tradición, pero hacerlo desde el conocimiento de que cada elemento tiene un significado por sí mismo. Que, más allá de lo bien que huelen las frutas, de lo ominoso en el humo del copal, todo aquello retrata una historia mucho más grande que las ganas de ver una ofrenda bonita en una casona remodelada.
El fin de una tradición, y sobre todo una tan relacionada con la mortalidad humana como el día de muertos, es hacer partícipe al humano de lo desconocido. Una forma de trascendencia breve en la que es el tiempo quien construye nuestra imagen impostada en la cultura. Yo, el que celebra el día de muertos. Es esa finalidad la que demanda a una persona conocerse desde los elementos que no son él. Explicarse un rito así desde la fe sí, pero también desde su interacción con lo desconocido en un objeto que trasciende con él. Saber, por ejemplo, qué días se guardan para la memoria de ciertos muertos, el orden en el que se debe colocar la ofrenda, qué hacer al retirarla. Saber que la tradición viene de un accidente cultural como lo es el mestizaje, pero que su cristalización viene de siglos en que México ha sido un país laico de nombre y católico en su dinámica. Y que como tal, es propio de la tradición conservar preceptos de su origen.
Día de muertos sí se trata sobre la memoria, como plantea Coco y sí, también hay mucho de la relación del mexicano con la muerte, como lo muestra El libro de la vida, pero lejos de ser una fiesta eterna, guardar la tradición se parece más a cuidar de alguien que duerme. Un acto solemne y silencioso en que la persona que va a limpiar la tumba de su madre, o coloca las flores favoritas de su hermana en la ofrenda, o recuerda el día en que su padre lo llevó a ver las luchas, ve en esos actos dos muertes; la del ser querido y la suya.
Pero las representaciones contemporáneas se llenan de imaginarios –no muy diversos, además– de tierras de los muertos. No lugares después de la muerte en que hay dos opciones: o se es una confirmación del estereotipo mexicano o se es un esqueleto decorativo. Siempre presas de dioses –o representaciones similares– de la muerte. Siempre un alivio cómico para la trama. Mientras el más allá de otros espacios culturales parecen ser más orientados por la ontología y por un cuestionamiento real sobre qué pasa después de que alguien muere.
Quizá el problema no esté en lo global o vistoso que puede ser tener una celebración dedicada a la muerte. Nunca será un problema tener un horizonte más amplio. El problema surge de hacer de un aspecto cultural, un brazo de la industria. Un producto. Dirigido específicamente para la comunidad mexicana, pero con apertura a que cualquiera lo tome como propio. Amoldando partes de la tradición a objetivos simples: que sea reconocible y replicable.
Por ello toma imágenes como la catrina, casi como un logotipo de venta. La flor de cempasúchil como un agregado para un combo de super size dead o algo así. El día de muertos parece más un epílogo al halloween hoy en día. Porque detrás de las ofrendas no hay nada. Es solo un producto de costumbre, arreglos impersonales que pondremos en una caja y no veremos hasta el siguiente año. Incluso las fotos de las personas que pretendemos recordar, no serán desempolvadas hasta que Walmart ponga su exhibición de objetos indispensables para una ofrenda. En la tele repitan Coco. Y en el zócalo pongan en las bocinas “La llorona” por milésima vez.
[1] Debajo de una carpeta vieja hay una propaganda y un papel metalizado, como el de una envoltura de dulces baratos. El fantasterrifíco circo.pdf
[2] El día siguiente es 28 de octubre. Las verdulerías se llenan de naranja y morado, la ciudad guarda un luto unánime, y las ofrendas van anidando en las casas. Eterno sueño..pdf