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Por Adán Medellín (@adan_medellin)

Cerritos, San Luis Potosí, 13 de septiembre de 2022 [00:03 GMT-5] (Neotraba)

Hace unos días en redes sociales recomendaron un libro reciente, del que guardé en mi mente el título: Un verdor terrible (Anagrama, 2020). En mi caos, pensé que se trataría de poesía y después de un volumen recién editado de ciencia ficción. Esas memorias imprecisas me llevaron a buscar el título y comprobar mis errores. No se trataba de un libro de poesía ni de literatura especulativa, aunque era algo más. Un libro peculiar, curioso, raro, del escritor y periodista chileno Benjamín Labatut.

No era una novela ni un libro de cuentos tradicional. El primer relato, o capítulo, era una especie de historia cultural y científica sobre el descubrimiento y la propagación del cianuro. Había otro relato más sobre el gas de cloro y una suerte de novela corta, con dos epílogos. Todo mezclaba una importante cantidad de hechos históricos, escenarios europeos, juegos cronológicos, referencias exóticas, algunos datos curiosos a lo Wikipedia y una narrativa hábil, amena, pero donde yo sufría algunos vacíos de comprensión durante la exposición de sus apartados científicos.

Siempre fui malo en física. Mis profesores en esa materia no fueron especialmente ejemplares. De uno recuerdo que llevaba su guitarra a clases y lo poníamos a cantar y a que nos sacara complacencias para evadir la materia. El otro era un tipo ensimismado, huraño, que debía ser horriblemente condescendiente con nosotros para no mandar a extraordinario a tres cuartas partes del salón.

No obstante, me gusta el lado poético de la ciencia. Me encantan esas anécdotas de Newton místico y su manzana, la famosa foto de Einstein despeinado sacando la lengua, los avances astronómicos, o esas películas de físicos atormentados por su genialidad que, rayando en la locura, nos descubren algún secreto del universo invisible que nos domina con sus leyes. Me gusta la narrativa posible de la física, la química o las matemáticas en contacto con su personaje, más la potencia de algunas imágenes, pero no logro interpretar su teoría. Me deja paralizado.

Labatut, sin embargo, parece disfrutar y ser hábil en esas incursiones teóricas. No teme escribir con soltura de electrones, matrices, diagramas, ecuaciones. Y uno siente, al leerlo, que él lo sabe todo, pero al mismo tiempo podría tendernos una trampa, porque nosotros no comprendemos gran cosa de física ni matemáticas puras, pero nos gusta pensar en las vicisitudes de Heisenberg para revolucionar la mecánica cuántica, el azar de que el mismo químico que inventó los fertilizantes nitrogenados que nos salvaron de la hambruna en el siglo XX también creó un arma de destrucción masiva o las relaciones del Art Brut y un príncipe gay genial y meditabundo.

Benjamín Labatut. Fotografía de Julieta Labatut
Benjamín Labatut. Fotografía de Julieta Labatut

He leído reseñas rimbombantes del libro de Labatut que definen Un verdor terrible como un libro inclasificable. ¿Pero inclasificable para quién? Podría ser un espléndido libro de divulgación científica en una colección de ensayo narrativo. O una novela ensayística con un pie en la ciencia y un dedo en la autoficción. Pero colocado en una colección de narrativa “tradicional”, a los críticos se les atraganta. La estructura mental entra en crisis, llueven los titubeos y los adjetivos.

Para mí, Un verdor terrible podría hermanarse con las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, o la Historia Universal de la Infamia de Borges o las Vidas minúsculas de Pierre Michon en su sentido “biográfico”. Libros donde los límites entre la ficción y la realidad vivencial son dinamitados bajo una apariencia de verosimilitud, erudición y un trabajo estilístico. Donde Schwob o Borges apelan a lo individual y lo extraordinario, Labatut apuesta por lo cultural y a lo histórico. Si bien no comparto la misma admiración por el libro de Labatut, sí me imagino recomendárselo a mis pocos amigos científicos, con el fin de que dialoguen con él y me digan si Un verdor terrible es sólido en su ciencia o es un engaño literario, a veces un poco abstracto pero muy bien contado, que nos ayuda a reducir el margen entre las “ciencias duras” y las humanidades.

Mi punto es que, en ocasiones, el mundo crítico alrededor de la literatura sí es de un verdor terrible en relación con todo aquello que se extienda fuera de los márgenes anecdóticos, poéticos, ensayísticos tradicionales. Esa diferencia le provoca pavor y amnsiedá. Ese afuera es caótico, salvaje, peligroso. Una selva oscura. Aquello que nos obliga a salir de la comodidad lectora y cuestionar nuestra expectativa cae en el rechazo o, al menos, en la condescendencia. Como cuando alguien baila solo.

Y entonces, se escribe que estamos frente a un libro inclasificable, y uno se va a dormir tranquilo y puede sacarle la vuelta a la obra de Artaud, de Michaux, de Marosa Di Giorgio y más, cuando en realidad deberíamos sacudir nuestros estantes mentales para hallarle sitio a las formas literarias que desvían y enriquecen nuestro camino lector.


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