Se me va el avión…
¿Alguna vez han perdido un vuelo? Aquí se describen los minutos angustiantes y después divertidos mientras corremos para abordar el avión.
¿Alguna vez han perdido un vuelo? Aquí se describen los minutos angustiantes y después divertidos mientras corremos para abordar el avión.
Por Adriana Barba
Monterrey, Nuevo León, 23 de octubre de 2020 [00:01 GMT-5] (Neotraba)
Un millón de luces iluminaban mi terruño desde las alturas, yo las admiraba agradecida. Siempre me quejo de la ciudad que me vio nacer pero verla de lejos me dio cierta nostalgia, otra ciudad me esperaba con ansias, la tierra del mole de guajolote, Puebla.
El amanecer fue encantador, una mezcla de colores engalanaba mi vuelo, “celular en modo avión”, decía la bocina. Quien quiere el celular teniendo esta vista, no les voy a negar que estos amaneceres son mágicos cuando uno va tomando con fuerza el volante pero después de 9 meses sin viajar este momento me supo a gloria.
Mi cabello estaba empapado de sudor, tanto que me cuido de no hacer ejercicio para no sudar y que no se me haga ondulado el cabello. Llegaré a Puebla con el pelo crespo –pensé enojada.
Aquí les platico qué me pasó y yo no sé porque a mí, tan cuadradita que soy en todo, que algo así me pase me da bronca.
Pero lo bueno es que son anécdotas chistosas para mis nietas.
–El vuelo a Puebla ya salió señorita, ya está cerrado, me dice al momento de querer pesar mi maleta.
–¡Qué fregados! Nunca corro y en 5 minutos casi le quitó la chamba a Flash: no corrí, volé, y con Combat boots, una fila impresionante para llenar el papelito que dice que no has salido del país, no te escurren moquillos ni tienes tos –que por cierto yo ya había hecho por internet– me quitó tiempo para abordar decente como todos los demás. Sumándole que, según yo, para economizar tiempo me fui al aeropuerto en mi camioneta, la dejé en el estacionamiento y una Van pasó por mí para llevarme a la terminal C de Viva Aerobús, pero pasó por mí y por 5 más, retrasando mi llegada a la hora que según yo lo haría.
Al pasar todo el equipaje por los detectores agarré todo como si me estuviera peleando por un artículo en las ventas del black friday en el Walmart y corrí, hasta el segundo acceso F8, hubieran visto la cara que puso la señorita toda amable cuando le dije:
–Vuelo a Puebla.
–Señorita corra por favor, me dijo angustiada. “Aquí está Adriana Barba, va para allá”, le dijo a alguien por el radio.
Antes hubiera echado bronca en mi mente, algo así como: pues sí, tú pesas 40 kilos pero para mis 72 libras de cadera no es cadera –como dijera el General–, la palabra correr pues, prácticamente estaba en chino. Sabía que el verbo correr salvaría mi viaje, lo entendí a la perfección.
Ya la lagrimita se me estaba saliendo corrí de verdad, casi casi para decir que ahora que abran la frontera voy a los Laredos por unos tenis bien fresas y un outfit de corredor… Ok es mentira, no lo haré solo agradecí por mis piernas fuertes –que no pensé tuvieran tanta agilidad– para llegar al último avión de la pista.
Fue un poco vergonzoso entrar al avión como una estrella, ya saben está todo el público solamente esperando la entrada triunfal de su artista favorito, pero ya estaba ahí y no conocía a nadie, así que caminé tranquila buscando mi asiento: 9A, mi número favorito, mi número de la suerte, casi casi mi número de vida.
Y todavía al pasar le pegué con mi maleta a unos cuantos señores un poco más anchos que los demás.
–Perdón, buenos días, perdón es que está bien pesada mi maleta, le dije sonriente a uno que obvio ni me peló.
Un joven guapetón pero mustio estaba en mi fila pero del lado del pasillo –yo siempre elijo ventanita. Abro el maletero y veo que ocuparon mi lugar, me quedo parada, hasta que viene la señorita azafata.
–Señorita ocuparon mi lugar.
–Sí, es que usted llegó tarde.
Casi suelto la carcajada, ¡qué llevada!, pensé.
–Ok entonces, ¿qué hago, la dejo aquí?
–Tiene que buscar en otro lugar, me dijo en tono groserito para que les digo que no si sí.
Aquí viene lo bueno: subir mi maleta, chingado, correr un 1 kilómetro con cubrebocas, maleta y botas a las 6 de la mañana me dejó con los brazos como el hombre elástico.
Pues encontré un lugar casi atrás del joven mustio que ni por humanidad –ya que vio cómo entré– se apiadó a darme una mano con mi maleta.
Así que lo hice sola, los brazos no me respondían y todo indicaba que mi maleta no alcanzaría su lugar sino la cabeza del hombre, que no llegó a tocarla porque un buen samaritano de al lado se paró y la acomodó en el maletero. Bueno, solo le dije las gracias con mi sonrisota al buen hombre y empecé a reírme mucho, pensé: “te saqué un sustote, canijo”.
Amable, le dije “con permiso” y pasé a mi lugar junto a la ventanilla, donde de inmediato saqué el celular para escribir esto. Fue tan chistoso que no quería que se me pasara nada.
Me relajé. Este viaje lo deseaba tanto, exactamente hace un año lo escribí en una libreta y en marzo afirmé: mi primer viaje de 2020 será a Puebla.
Así pasó, llegué en una hora con una hermosa vista del Popocatépetl, un aeropuerto modesto que casi casi empecé a cantar: “Central camionera, testigo de mi pena, se llevan a mi novia, muy lejos de aquí” de Ramón Ayala, pero con una vibra muy bonita, algo así como llegar a casa.
Amé Puebla y Puebla me amó a mí.