Rafael Grillo, el aquí y ahora de Cuba y la cultura global
Entrevista | El Caimán Barbudo e Isliada son las revistas culturales a cargo de Rafael Grillo. Conversamos con el periodista y escritor cubano a propósito de su proyectos y visión cultural.
Entrevista | El Caimán Barbudo e Isliada son las revistas culturales a cargo de Rafael Grillo. Conversamos con el periodista y escritor cubano a propósito de su proyectos y visión cultural.
Por Óscar Alarcón (@metaoscar) y Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)
Puebla, México, 28 de enero de 2021 [00:16 GMT-5] (Neotraba)
¿Podemos realmente escaparnos del mundo? Algunas cosas, por más extrañas o poco cotidianas que parezcan, están codo a codo con nuestras vivencias. Las determinaciones personales para hacer unas u otras más evidentes dependerán del horizonte en donde coloquemos la mirada.
Pero, precisamente por tratarse de un horizonte lejano, pocas veces caemos en la cuenta de corroborar la vanguardia. No sucede así con Rafael Grillo, periodista, escritor y difusor cubano nacido en La Habana en 1970, quien constantemente utiliza la palabra “hoy” para hacernos comprender la meta de su propuesta: el aquí y ahora de la totalidad cultural cubana.
Grillo es jefe de redacción en El Caimán Barbudo, revista subvencionada por el Estado Cubano y que, quizá, sea la de mayor importancia en su campo en la isla y el Caribe. Además, dirige Isliada, revista de tintes personales rigurosamente mediada por la elaboración de un concepto filosófico de cultura. Dicho sitio indica que ha publicado volúmenes de ensayo (Ecos en el laberinto, 2005; La revancha de Sísifo, 2010), crónica (Las armas y el oficio, 2009) y novelas (Historias del Abecedario y Asesinos ilustrados, 2010).
En la charla se desgajan ideas sobre el porvenir de las producciones literarias y artísticas de Cuba y su entorno geopolítico. También se tiran mitos creados ya sea por nuestra cercanía con el gigante global del capital o por el fanatismo nostálgico de algunos intelectuales mexicanos. Una charla que, de no tratarse Neotraba de un proyecto independiente y sin fines de lucro, seguramente se hubiera llevado a cabo en La Habana, fumando y bebiendo café, tal y como estaba Grillo al otro lado de la pantalla.
Luis J. L. Chigo. El slogan de El Caimán Barbudo es “La revista de la juventud cubana”. ¿Cómo nacen y en qué momento tomas las riendas de dicho proyecto?
Rafael Grillo. El Caimán Barbudo cumple 55 años, se fundó en el año ’66. Quienes lo fundaron son identificados como la primera generación de escritores de la revolución cubana, eran jóvenes que no habían tenido ningún tipo de participación en la vida cultural antes de 1959. Era un grupo sin ningún tipo de relación con el espectro cultural que existía antes.
No fundaron la revista con intenciones literarias sino culturales, querían abarcar todas las artes y el movimiento cultural naciente de ese momento. Era muy fresca en cuanto a sus pretensiones e imagen –muy relacionado con el pop de ese momento y su respectiva apropiación cubana.
En cuanto a los textos, tenían la intención de proporcionar una mirada muy crítica respecto a la producción cultural hecha hasta ese momento –piensen que en Cuba esto implica una ruptura. De ahí viene el slogan, en el sentido de que fue fundada por jóvenes. Todas las épocas de la revista fueron conformadas por gente fundamentalmente joven: quienes escriben y escribieron en ella, o encontraron ahí un espacio para publicar sus primeros textos, para los artistas que la ilustran.
No siempre tuvo ese slogan. Apareció en un momento determinado de la revista –anterior a mi presencia– y yo empecé a eliminar ese error: daba la impresión de estar dirigida al público joven cuando su intención era llegar a todo tipo de público, aunque el tipo de contenido se relacionara con la promoción de las nuevas generaciones. Aunque todavía se arrastra por ahí ese eslogan, me gusta hacer esta aclaración.
Cuando llegué a la revista era el más joven del equipo. Actualmente, estoy por cumplir 17 años en el proyecto. Empecé como el editor web y al año siguiente ya tenía un cargo general.
Llegué a la revista en un momento donde –todavía dentro del espectro de la revista cubana y de todas las cosas culturales– era incipiente el tema de la importancia de estar en internet y no había demasiado conciencia de ello. Mis compañeros del equipo eran estrellas del periodismo cubano, gente muy reconocida, pero mucho mayores en edad. Yo venía con una visión del periodismo digital, desde mis inicios me vinculé a las redes, y me costó trabajo.
La tradición era pensar en la revista impresa, crear un producto para imprimir, divulgarlo y luego sumar esos contenidos a la red. A partir de mi idea, se logró el cambio. Subíamos a la red el resumen de los contenidos para luego publicarlos en formato impreso.
En su momento representó un cambio en la dinámica de las revistas culturales cubanas con la web.
Lo otro fue, primero, mantener la noción de ser un espacio donde hubiera una cronología de trayectoria. Por ejemplo, tenemos una sesión llamada “Por primera vez”, con 30 años de vida, donde publican autores que nunca habían publicado. Si haces un recorrido de 30 años, esa sección hace la cuenta de sus primeras publicaciones.
Al día de hoy, casi todos los ganadores de premios de poesía en Cuba o internacionales, si miras la revista, publicaron por primera vez en el Caimán. Era muy importante rescatar eso o mantener aquello que nos hacía mantener jóvenes.
Es un espacio de entrada, validación y consagración en el mundo del periodismo, para muchos de ellos es un aliciente. En los dos últimos años de la revista, prácticamente todos los premios de periodismo otorgados en Cuba tienen textos publicados en El Caimán Barbudo. Son de jóvenes periodistas que comenzaron a transitar ahí.
Óscar Alarcón. Con esta evolución del Caimán, ¿cómo percibes la evolución no sólo de los lectores, sino también de los colaboradores de la revista?
RG. Transitan 55 años de historia de la revista, es decir, la historia de vida de nuestra nación.
Siempre sugiero que, si se quiere entender los avatares de la política cultural cubana y sus cambios –en el sentido positivo, el terreno de la cultura implicada con la libertad creativa– El Caimán Barbudo es un buen territorio y espacio experimental para observar todos esos cambios.
Hubo un momento extraordinario en los años ’60, pero luego vivió un momento más oscuro cuando las políticas culturales cambiaron. Hubo un lapso en el cual la relación de las artes y la cultura fue menos fluido. Provocó la pérdida en el proyecto de ciertas condiciones características de la misma.
En los ’80 se dio un reajuste y reacomodo de las relaciones para lograr en la revista un nuevo esplendor. Todavía hoy se le considera la época cumbre, junto con aquella primera época.
En los últimos años reintenté engancharnos una vez más a la circulación internacional, preferentemente latinoamericana, crear la posibilidad de intercambio y diálogo, y de poder introducir colaboraciones de aquí y allá. Publicamos a personas de todas partes.
En los ’90, con la brutal crisis económica se cerró la revista. Al final de esa década se recuperó con un perfil interesante para el momento, pero conflictivo y de mucha batalla. En ese momento tomó su curso y tuvo su impacto.
Siempre digo que he intentado hacer en la revista una síntesis de corte hegeliana, de la negación de la negación, de conciliación y síntesis de distintas maneras de pensar y sentir la identidad cubana y los procesos culturales. Eso nos hace una revista menos conflictiva, contradictoria, polémica, pero a la vez necesaria.
El Caimán Barbudo es una revista muy abierta, líquida y fluida con el entorno y de muchísimas aventuras. Tú le puedes preguntar a jóvenes narradores, músicos o periodistas cuál es el espacio institucional de la cultura en donde pueden sentirse más libres. Parece una promoción pero es un hecho, se demuestra por sí solo.
LJLC. A propósito de la apropiación de la cultura pop en Cuba, ¿cómo se da este proceso en la isla? ¿Qué notas en el centro de las temáticas actualmente y respecto a esa apropiación?
RG. Uno de mis objetivos principales es cambiar la noción de cultura proyectada en algunas ocasiones por revistas culturales y literarias: entender la cultura como las manifestaciones artísticas y literarias y la producción en esos campos.
La cultura es un fenómeno, un proceso, algo muchísimo más amplio. En ella se incluyen las manifestaciones de la cultura popular, hábitos, costumbres, historia, tradiciones, fenómenos emergentes donde se manifiestan los cambios de la vida social y apropiaciones. De todo.
Nosotros lo intentamos: transmitir, trasladar y romper el campo de las nociones de lo que es la cultura hoy desde una visión de responsabilidad y jerarquía de los procesos culturales sin permitirnos, de ninguna manera, ser elitistas en su valoración o peyorativa hacia otro tipo de manifestaciones culturales. Eso es justamente lo que trata de transmitir esa suerte de caos organizado que tiene El Caimán Barbudo en su espectro temático.
Un proceso editorial en diálogo con el proceso cultural, aquel que se encuentra al nivel de la calle.
ÓA. El periodismo no es del todo democrático. Hay líneas editoriales y, por supuesto, ideológicas. ¿Cómo observa El Caimán Barbudo la época postrevolucionaria? ¿Qué tanto influye el Estado cubano en la forma de hacer periodismo de El Caimán?
RG. La revista surge vinculada a la Unión de Jóvenes Comunistas, una especie de versión chica del Partido Comunista de Cuba, y sigue vinculada a ella al día de hoy. Somos una revista subvencionada por el Estado cubano. Eso significa que, de alguna manera, tenemos dueños, quienes tienen una manera de delinear cuáles deben de ser tus propósitos.
En particular, siempre tratamos de defender nuestra labor. Incluso al grado de llegar a conflictos con la institucionalidad y la política por estos espacios de libertad y compromiso –ya no personales sino de equipo– acerca de lo que entendemos que debemos hacer en definitiva como una institución pública.
Ese forcejeo es lo característico en muchos momentos del proyecto, esa lucha por ser un espacio de libertad dentro de los lineamientos políticos que nos rigen y determinan, pues forman parte de una infraestructura donde sólo somos un elemento más, que lidia con todo eso. Esto lo debe entender quien mire hacia la realidad de la prensa cubana. Cuando hablamos de la revista, hablamos sobre esa determinación.
Precisamente, para evitar todo lo anterior cree la revista Isliada. La particularidad: no tiene managers ni patrocinadores. Incluso fue hecha en el espacio mediático de internet fuera de Cuba, alojándola en un servidor extranjero, con un dominio no nacional. No queríamos que nadie nos diera una línea editorial. Isliada es la libertad absoluta.
Mis vínculos con la institucionalidad son desde mi propio interés: me acerco y separo de ellos cuando quiero, me incorporo a los espacios donde me invitan –si quieren hacerlo– pero no negocio ningún tipo de entrada en ello, menos si no sale de mi propio trabajo. Por ejemplo, la institucionalidad cubana me invitó en su momento a participar en las negociaciones con las instituciones del libro en Estados Unidos. Asistí a ellas en La Habana como representante de Isliada.
Es un espacio de libertad donde, además, no hay una línea de gusto personal impuesta por mí. La intención no es establecer la corriente de la literatura cubana predominante o que yo quiero jerarquizar.
Mi posición puede ser conflictiva: con un pie en El Caimán y otro en Isliada. Trato de mantener ese perfil doble. Muchos fenómenos suceden hoy en la cultura, en la música, en la literatura y no son exactamente de mi agrado, pero ahí están y existen, tienen un público y mantengo una distancia crítica. Es también un espacio de cuestionamiento de todo eso que va pasando.
Lo que de ninguna manera se puede hacer es invisibilizar o silenciar. Al final, nos debemos a nuestros herederos, a quienes nos seguirán. ¿Qué pueden saber ellos de lo que fuimos hoy si no les mostramos todo lo que somos, todo lo que fuimos?
Hacemos una pausa técnica para cambiar el link. El capital nos golpea: sin la versión pro del servicio no podemos hablar por más de 40 minutos. El tiempo contado en dólares. Afortunadamente, el antologador de Isla en Negro, –cuentos policiacos cubanos, editado en México por Nitro/Press–, no pone pausas a su charla. Incluso pide pongamos un alto si sentimos que no para de hablar.
“Puedo ser hasta autista para otros temas, pero si hablo de lo que me gusta, puedo hacerlo hasta perder el aliento y desmayarme sobre la mesa”, afirma el cubano. Por supuesto, es de agradecerse. Por eso, cuando reanudamos la charla, Grillo no espera pregunta alguna y continúa con su disertación:
Isla en Negro es la primera parte de una trilogía, los otros dos son Isla en Rojo e Isla en Rosa. El primero es de cuentos policiales, el segundo de terror y el tercero de romance. Son diferentes temáticas y ya habrán notado qué tipo de literatura promuevo, hablo de los géneros y temáticas más populares y con gran cantidad de seguidores. Esto cambia un poco la manera en cómo se mira la literatura, pero esos cambios de la actualidad era lo que buscaba también sucediera dentro de mi entorno cultural cubano, un entorno donde, por mil razones, se mantuvieron mucho las visiones elitistas dentro del terreno institucional.
El realismo sucio no fue bien recibido en ese panorama. Si era sucio, no era literatura. Los años ’90 tuvieron esa lucha literaria. Actualmente, todavía se cuestiona la calidad de escritores como Pedro Juan Gutiérrez y su Trilogía sucia de La Habana o la novela policiaca de Leonardo Padura. Tuvimos un tipo de literatura policial muy popular hasta los años ’80. Pero, a pesar de su popularidad y de ser muy promovida por la institucionalidad cubana, era vista como literatura menor o de mal gusto. Ni hablar de aquella relacionada con vampiros o terror.
Mi proyecto se encamina a esa la línea contraria de ese pensamiento: revalorar y tratar de entender el campo de lo cultural y literario, cuánto esta influencia de cómo el mundo se mueve permeaba y se infiltraba en el discurso narrativo, en la corriente de lo escrito hoy en Cuba.
Con la trilogía buscaba crear best sellers, libros populares, ampliamente leídos. Me interesan los lectores. Soy escritor y editor, y me interesa que sean libros leídos por la gente.
Mi batalla no es por una jerarquía literaria o un canon literario, sino por el hábito de lectura; porque la gente lea y haya un camino de conocimiento, entretenimiento, para el ocio y el aprendizaje; un camino para el crecimiento personal, la educación sentimental de las personas y el desarrollo de determinadas estructuras psicológicas no dadas por otro medio audiovisual.
Esa fue la batalla fundamental. Quiero en principio generar lectores, continuar con la producción o la materia literaria activa, poética, y de cualquier tipo; que la gente siga interactuando con eso. Es decir, encontrar lectores o generarlos. Esa es la razón de que escoger las temáticas para la trilogía.
También aprovechar una suerte de complicidad editorial con la Casa Editorial Abril, para desarrollar un proyecto que me permitiera forzarme y darme tiempo para leer y saber todo lo escrito en Cuba en el siglo XXI. Las tres antologías son la base de textos escritos y divulgados en el siglo XXI. Nada anterior me servía. Quería saber qué estaba escribiendo la gente en Cuba y qué temas abordaban, y si estos temas que son parte del stream –porque son temas en circulación y con predominio en las listas de los catálogos de todas las editoriales–, están moviéndose hoy dentro de la literatura de Cuba. Así nacieron estas tres antologías.
Paralelo a ello, trabajé con editores de República Dominicana y de Puerto Rico para hacer libros de minificción hecha en el Caribe hispano. De ahí salió L@s Nuev@s Caníbales. Microcuentos del Caribe hispano. La minificción es un género de este tiempo.
Par mí, el entorno es todo cultural.
ÓA. El éxito en la producción literaria y su respectiva difusión cultural en Cuba, ¿radica en su educación?
RG. Cualquier tipo de discurso relacionado con la excepcionalidad de los cubanos me molesta. Odio los chovinismos y cualquier forma de visión de la excepcionalidad.
Todos sabemos a dónde nos llevó históricamente la visión identitaria: al fascismo, la guerra, la severidad de una cultura o de una etnia sobre otra, a exterminios.
Claro, nosotros somos un país pequeño: cualquier noción nuestra de la excepcionalidad nunca nos llevará a una Tercera Guerra Mundial ni a una confederación de nazis porque, aparte, no tenemos con qué. ¡Pero imaginen si el ego cubano estuviera puesto en medio de México mismo!
Si algo me golpea todo el tiempo –en términos psicoanalíticos– es la lucha entre el ego y la humildad. Créanme, es algo con lo que siempre intento luchar, en lo personal y también respecto a mi entorno.
El tema de la excepcionalidad cubana es un tema que no me gusta tratar, pero siendo sincero y enfocándome en la pregunta, ya hay una realidad. Por ejemplo, relacionado con la trilogía: a quienes la leen les llama la atención la calidad literaria de los textos, más allá de su pertenencia. Ahí podríamos hablar de otras cosas.
Nosotros no tenemos encima nociones de mercado o industria: no está encima una normalización desde la industria del mercado –desde producir para un gusto hasta para una lista de editoriales–, sino todo lo contrario, una visión de la cultura todavía modernista, de jerarquía y cánones y muchas otras cosas. Es importante a la hora de entender la producción de cualquier campo en Cuba, no sólo literaria.
Es innegable, realmente, que viene del proceso revolucionario en Cuba y las prioridades establecidas en su inicio –de llevar la alfabetización y luego establecer un nivel de formación en sus distintas etapas: primarias, secundarias, etcétera. No sólo la masividad, sino también intentar hacerlo con calidad y de ser mantenido desde el Estado, es un logro del sistema social cubano.
En el campo literario en Cuba, hay una institución llamada Centro de Creación Literaria. Forma escritores y es subvencionada por el Ministerio. Eso se da en todos los ámbitos. Si vas a estudiar música, los músicos cubanos tienen formación musical de máximo nivel.
Hay toda una institucionalidad pública y gratuita, te permite pasar sin sobresaltos de una formación a otra de distintos niveles. Se da como resultado la calidad de la producción cubana en distintos ámbitos.
Quizá por razones relacionadas con cambios sociales y económicos, hay más críticas respecto a si se mantiene el mismo nivel de calidad hoy a nivel de la educación en Cuba. Es muy curioso. Puedes atribuirle determinadas razones y, a partir de ellas, decir que la formación actual de los jóvenes que llegan a la educación superior no es la misma de hace 20 años. Pero no es un proceso exclusivo de Cuba.
Mucha gente de todas partes me dice exactamente lo mismo, que los jóvenes de hoy no están educados de la misma manera. Están condicionados por otras cosas, no sólo con la dificultad económica, sino además con la influencia y la avalancha de otras culturas.
Aun así, con todas las dificultades, debilidades y comparaciones que se establecen, veo todavía en ello un potencial notable.
Empecé la charla diciéndoles que El Caimán Barbudo se nutre en lo fundamental de jóvenes periodistas salidos de la Facultad de Periodismo. Sería una contradicción calificar de mala a la educación si de ahí se obtienen los premios y los contenidos de la revista.
Debemos relativizar cualquier visión extrema sobre la educación en Cuba y su nivel de calidad, observar todas esas cosas gravitando sobre eso. Pero sí debería ser obvio para cualquiera de que, si hay un logro social importante de la revolución cubana, es el énfasis dado a la educación. Es importante mencionarlo como un logro social, más allá de ideologías puntuales y su relación con la ciudadanía.
Hay luces y sombras, diferentes grises, otros matices y colores. No estoy de acuerdo con los aires de excelsitud y superioridad.
LJLC. Lilia Barajas, editora de Nitro/Press y donde se publica Isla en negro en México, comentaba que se observaban largas filas en la Feria del Libro de La Habana para comprar manga. Hace un momento mencionabas la importancia para ti de generar lectores. Coméntanos cómo llevas a cabo este proceso con la globalización de fondo.
RG. Los medios suelen proyectar la idea de una sociedad cubana totalmente cerrada. Cuba no es, ni lo ha sido nunca, en alguna medida, porque incluso el entorno más cerrado es el que mira hacia afuera. Si tú lo encuentras todo en tu espacio, puedes hasta desaprovechar el hecho de tenerlo todo al lado. Eso es algo muy notorio.
Sucede que estas nuevas generaciones están mucho más influenciadas como realidad globalizada por lo que hoy es tendencia entre las juventudes extranjeras, de las cuales Cuba no escapa. En Cuba hay grupos de K-pop y de otakus, por ejemplo.
La novedad de esos productos forma parte de la cultura global actual –porque vivimos en un espacio cultural global y más allá de la supervivencia de espacios culturales y tradiciones nacionales que se sostienen. De alguna manera estamos también inmersos en la globalización, somos influidos y monopolizados por esa cultura. Los jóvenes cubanos que compran manga son una expresión de ese fenómeno del monopolio del gusto producido a escala global, y en donde los jóvenes de hoy ya no escapan.
No tengo nada en contra. A mí no me gusta el manga pero soy un fanático de la historieta. De hecho, llegué a la literatura a través de la historieta, porque es una realidad y está ahora mismo a través de movimientos literarios.
La historieta cubana tiene una tradición fuertísima en los años ’60 y ’70. Se hicieron historias de altísima calidad, a nivel de un fenómeno análogo a lo sucedido en México o en Argentina. A nosotros nos sucede exactamente lo mismo que a ustedes: miran a la tradición gráfica estadounidense y japonesa mientras miran y elaboran su propia tradición.
En Cuba luchamos para que los jóvenes creadores de esa manifestación miren no sólo a Asia o Norteamérica, también hacia la tradición de la historieta cubana. El Caimán Barbudo fue la primera revista adulta que le dio espacio a la historieta para adultos: en Cuba, la historieta en los años ’70 tenía un sentido didáctico, para introducir a los niños a determinados conceptos.
Queremos desarrollar un proyecto a contracorriente, tratando de dialogar con lo contemporáneo y desde ahí intentar moldear el gusto y la realidad nuestra. Darle cabida a la diversidad no sólo formará mejores consumidores, también mejores personas.
Cuba está demarcada en México por una serie de prejuicios llevados a cabo desde una visión política insípida, los cuales pueden estar a favor o en contra, como si de ellos dependiera la estabilidad socioeconómica de la isla.
A pesar de la respuesta de Grillo respecto a la excepcionalidad de la educación cubana, la isla representa para la cultura mexicana un hito todavía de ruptura, si se considera que nuestros procesos evolutivos son lentos y engorrosos. “Comparar países es un deporte espantoso e inevitable”, nos diría alguna vez Alejandro Zambra.
Para no dejar un mal sabor de boca con esta comparación, a manera de síntesis hegeliana, le preguntamos a Rafa si tiene algún inconveniente con el manejo de la cultura en Cuba. “Todo pasa por las instituciones, no se puede emprender de manera independiente. Si te otorgan un espacio, si necesitas fondos para iniciar tu proyecto… puede que al final ni siquiera termines dirigiéndolo, porque al Estado le gustó tu propuesta pero considera que tú no eres apto para encabezarlo.”
Visitar El Caimán Barbudo o Isliada es desechar el panorama enmarcado por las ficciones precisamente culturales: crónicas sobre las mezquitas y el judaísmo en La Habana, lo mismo que futbol o cubanos haciéndose pasar por soviéticos durante el periodo de la Guerra Fría. Además, nos ponemos en contacto con uno de los proyectos más visitados del Caribe y de una calidad intelectual y creativa como pocas.
Y, nuevamente, ponernos a hilar el presente: la vitalidad de un proyecto justamente relacionado con la actualidad del cubano y su entorno globalizado que emana de una postura vital personal. Quizá por eso Rafa no deja de sonreír al otro lado de la pantalla, porque comprende como pocos este tiempo y este espacio, los hace suyos a la luz de la isla.
Esta entrevista contó con la colaboración de Karime Montesinos.