Quedé. Pésimas instantáneas de la tragedia
Crónicas de lo crónico | En nueve instantáneas, Luis J. L. Chigo comenta la influencia de la incoherencia como tragedia personal.
Crónicas de lo crónico | En nueve instantáneas, Luis J. L. Chigo comenta la influencia de la incoherencia como tragedia personal.
Por Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)
Puebla, México, 22 de enero de 2021 [00:51 GMT-5] (Neotraba)
Leo la crónica de cuando Martín Caparrós conoció a Ryszard Kapuscinski. En su taller de periodismo, el polaco afirma que para ser periodista es necesario ser buena persona. “Ya valió…”, digo en mis pensamientos.
A todos en casa nos dio COVID-19. Me siento un ridículo. Un año atrás, mientras corría la noticia de que algo dañino a gran escala llegaría a nuestras vidas, yo remarcaba algunas incoherencias del nuevo virus en un salón de clases. Ahora tampoco doy clases.
Bien, lo digo varias veces: nos salió barato. Sin tanques de oxígeno. Sin hospitales ni sistemas de salubridad inservibles pero pagados por nuestros impuestos. Sin el terror del ventilador. Eso sí, hay un mar de medicinas en el comedor y en nuestros estómagos.
De entre todos los cuidados, una pequeña rendija, un descuido de los sentimientos provocó el contagio. En este instante pienso, parecemos radio descompuesto: hay un concierto de tosidos –vaya manera de conjugar– poco armonioso en nuestro día.
No hay tiempo, la palabra “saturación” –que hasta entonces era innecesaria en mi vida– se vuelve el verbo más cuidado de nuestro lenguaje. ¿Cómo respiras?, preguntamos a todas horas.
Vasos de leche para aguantar el ardor en la laringe. Inyecciones de esteroides. Un antiviral cuyo nombre parece trabalenguas. Y volver a la saturación cotidiana.
Cerrarse sobre sí mismo y abandonarlo todo para saber qué ocurre dentro de los propios pensamientos. Aceptar la incapacidad de apoyar a alguien más cuando lo necesite. Quizá hasta descansar.
“La introspección es ese trabajo en el que regresas a la gente todo eso que no es tuyo”, dice mi mejor amigo y yo le creo.
Luego, soportar el señalamiento. ¡Cuán malos somos por no poder ver a los demás! ¿Acaso no vemos que alguien sufre todavía más? ¿Quién se inventó la introspección? Para pedirle nos deje vivir en la desgracia ajena.
La señora ya se siente mejor. Hoy intenta cocinar y, cuando está frente al plato de comida, dice cansada: “ahora sí se antoja”. Perdió el gusto y el olfato durante la COVID-19.
Su marido, sentado a su derecha, se limita a llevarse la cuchara de caldo a la boca. Hace unas semanas dijo frente a su hijo y su esposa que “la verdad, a mí una mujer que no sabe cocinar…” y completó la frase con un ademán de manos indicando rechazo.
El hijo se da cuenta: es todavía peor que el hombre no sepa cocinar. No porque con eso demuestre tener “su parte femenina”, como mal político con aspiraciones a falso feminista, sino porque la vida le da más reveses al masculino.
La justicia divina se impuso frente a la comida mal hecha de los varones del hogar y a las cajas de unicel de comida rápida.
Sale mi columna en el periódico. Relato cómo mi anterior trabajo era una pesadilla: mal pagado, sin prestaciones, sin seguro médico, limitante de mi libertad.
Después de leerla, me manda mensaje un excompañero de Facultad. “Sólo tengo una duda. Si era tan malo, ¿por qué desde un inicio no lo rechazaste? Yo siempre le decía chinga tu madre a todo egresado que aceptara menos de 70 pesos la hora.”
Miro a mi izquierda, luego a mi derecha. Uno refunfuña cuando escucha la palabra “privilegios”, pero son precisamente los privilegios los que permiten a uno abrir la boca para decir vaciedades.
Trato de explicarle lo desolador del panorama, la oferta laboral pobre, la corrupción de las instituciones. Me sugiere ser “autogestivo”. Claro, cómo no lo pensé antes, mi dignidad estaba debajo de aquella piedra todo el tiempo, ¿por qué rayos no se me ocurrió levantarla y restaurarla en mí?
Una vez más la “Filosofía” pierde contra la realidad, la tangente, la de dos horas de metrobús y malos desayunos, la de quienes fuman mota y dicen que ahí está la libertad del espíritu pero son ricos a costa de la ignorancia propia y la de los demás. Ah, ¡y que quede bien claro que les gusta fumar mota!
Aquí la instantánea debió ser mi respuesta que, por lástima, fue una explicación: “¿Tu abuelito también fue comediante?”
Dichosos quienes nunca han sufrido un dolor de cadera. Nunca fue tan difícil recoger una bolsa de basura o agacharse a cerrar una llave de agua. Dichosos porque de ellos no es el reino de la burla.
No tolero la figura política de Silvio Rodríguez. Pero qué buen verso el de su canción Ojalá: “Ojalá por lo menos que me lleve la muerte”. Verso que me entero es de él hasta después de escucharlo al menos unas 20 veces.
A pesar de todo, el año pasado terminó bien. Este empezó mal. No quiero olvidar el 2020. Configurar este presente requiere tomar el pasado. Gracias 2020, para ti estos versos de Abigael Bohórquez: “Porque estoy, porque sigo,/ porque he sido.”
Querida, ¿por qué te gustan todas esas fotos feas? ¿Tanto es tu amor por ese adiós?
“–¿qué eres, dí, corazón, eres el aire?/ eres el sol del aire del estío?–”