No se estudia para eso
Escribir no salva a la gente. Ni es la mejor cosa para hacer en un día libre. No es ni siquiera lo más placentero. Escribir es una disciplina. Y como toda disciplina tiene sus altas y bajas. La columna de Juan Jesús Jiménez

Escribir no salva a la gente. Ni es la mejor cosa para hacer en un día libre. No es ni siquiera lo más placentero. Escribir es una disciplina. Y como toda disciplina tiene sus altas y bajas. La columna de Juan Jesús Jiménez
Por Juan Jesús Jiménez
Puebla, México, 17 de febrero de 2025 (Neotraba)
“La literatura es buena; mata el alma y la envenena” https://www.youtube.com/watch?v=UkbHYupXy-o&pp=ygUebGEgbGl0ZXJhdHVyYSB0ZWxlcmFkaW8gZG9ub3Nv
Es común que apenas se llega a la facultad, te dicen que no estudias para ser escritor. Y quizá tienen razón (a medias). Recuerdo que la primera vez que me lo dijeron tuve una especie de déjà vu; años antes tuve una conversación similar con Óscar[1] cuando estaba en prepa. ¿Para qué quieres escribir?–me preguntó. En ese entonces me apantallaba la imagen de los nombres populares en las bibliotecas, estaba sumergido hasta el cuello del boom, y pensaba que la tarea del escritor era jalarsela con el glamour de la atención pública.
En ese entonces no sabía que para eso llegué cincuenta años tarde, tendría que cuantificar y descuantificar a voluntad, tener la cara muy dura, y quizá hasta venderme al PRI. Para que mi obra sea conocida –o algo así dije. En mi cabeza esa era la tarea del escritor; un mesías vagabundo y de bajo presupuesto que, con una sola de sus obras, habría de cambiar la vida de millones. Óscar con justa razón me miró serio y me dijo: pues mata a alguien famoso[2].
Entiendo que me lo dijera de ese modo. Cuando un árbol se cae de chueco, se corta el tronco. No es que uno no pueda escribir para volverse un foco mediático; es algo muy común, como los autores best sellers, autores de discursos incendiarios, manuales para ser más algo[3]. Pero no es que la literatura tenga que servir para llenar una Gandhi y decorar un librero. El sentido estético de un librero lleno es el hecho de reconocer que el contenido del librero es bello por sí mismo. Por decirlo de alguna forma, a un librero le suda la aritmética, y una parte puede ser más grande que el entero. Claro, hay que entender todo el aparato económico que mueve a ese tipo de autores. Los que tienen una fórmula incluso para llamar la atención, decir un chiste ya contado, pero más fuerte y con otros personajes, y además tener la gracia, de no dar risa. Si no me cree, compare los títulos de al menos 10 libros que encajen en las categorías de autoayuda, superación, autotratamiento psicológico, y onanismo intelectual[4]. Una especie de andamios para gente de paja como el Temach.
Pero cortando la rama en la que me trepé; escribir no es un trampolín para volverse famoso. Ni uno para hacerse relevante, influyente, o cualquier otro tipo de trampa del ego. Antes que nada, la escritura es un ejercicio personal. A nadie le urge un nuevo escritor. Y a cómo se ven las cosas últimamente, ni siquiera es que nos quieran dar tiempo para decidirlo –ya ni siquiera serlo.
Rondando en cómo definir qué es la escritura, llegué a la conclusión de que la mejor forma de explicarlo es como un ejercicio; nadie te pide que lo hagas, nadie sino tú mismo se beneficia del esfuerzo que imprimes en la tarea, pero a través de la disciplina que conlleva, te vas nutriendo.
Si bien, gran parte de la dificultad en escribir está en perderle miedo a la bastarda hoja blanca, no es todo. Son horas nalga[5]. Y requiere más que sólo tener la voluntad de escribir, porque vencer a la hoja vacía requiere que uno se pregunte ¿qué quiero escribir?
Conocer para diseñar, diseñar para innovar. Dotar de forma al pensamiento es algo sencillo de colocar en un razonamiento lógico; si quiero escribir un cuento –por ejemplo–, debo reconocer los elementos que lo conforman. Pero no es tan sencillo de dimensionar; con los elementos que conforman el cuento, cuáles me gustan más. Pura teoría formalista. Teoría a la que, además, el mundo occidental ha llegado increíblemente tarde, pues cuando los teóricos elitistas franco-ingleses redescubrían autores como Propp, Bajtín sentaba las bases del dialogismo y con ello, teoría literaria de finales del siglo XX. Forma. Forma que dota de sentido. Como todo asunto lógico, cada argumento se conforma de duplas.
Conoces la forma para saber lo existente. Conoces lo existente para reconocer lo que te gusta. Reconoces lo que te gusta para trabajar sobre ello. Trabajas sobre lo que te gusta para mejorarlo. Lo mejoras para hacer algo que te guste. Pero en todo momento sigue siendo un proceso personal.
Responder a la pregunta ¿qué quiero escribir? es responderse a uno mismo de dónde viene. Y qué ha leído, y qué le ha dejado lo que ha leído. Y pensando en eso, uno recuenta las historias detrás de las historias. La mayoría de clásicos dice recopilar memoria oral, los románticos dicen ser presas de su espíritu y expresan la realidad sensorial, los sacros los posee la voluntad divina, y a uno ¿qué? Lidiar con este primer abismo –y sin duda no el más profundo, ni el más tenebroso– es una prueba de fuego. ¿Para qué escribo? ¿Qué razón tengo para hacerlo? Ninguna.
Así nace gran parte de la literatura; contestar preguntas que nadie preguntó, para gente que no pide conocer la realidad. Y claro, aquello es un bajón. La carencia de propósito –en cualquier cosa– es un fantasma que nos acompaña toda la vida. Y tenemos muchas respuestas, todas igual de inciertas pero correctas al mismo tiempo. Construimos nuestra vida en torno aquello que nosotros decidimos –o internalizamos– como un sentido de existencia. Pero la literatura no necesita de un propósito por sí misma. Es un acto de humildad, tan natural como quitarse los zapatos en suelo santo[6].
Saber que uno no escribe por impulso inicial –dicho sea religioso, cultural, político o cualquier otra esfera de complejidad humana– nos muestra en qué escala opera nuestra voz en el papel, y nuestra voz fuera de él. Escribir requiere de una complejidad cognitiva increíble en el ser humano. Porque escribir es un acto de prevaricación; y cuando uno dice una mentira no tiene otra opción sino hacerla más grande. Saber todo lo que engloba la mentira. Y con ello hilar una y otra vez la lengua. Y en ese acto entendemos dos cosas; el hilo no es otra cosa sino nuestra existencia en un panorama humano –todo lo que pensamos y es inconsciente–, la aguja nuestra condición material –existir y tener acceso a hojas y papel, o una máquina y tinta, o una computadora y electricidad–, y la tela el objeto cultural –lo escrito.
En resumen; uno no escribe con un propósito –porque escribir no lo tiene–, sino que uno le adhiere propósito desde el propio –cualquiera que sea[7].
Y entonces viene más sencillo –aunque dimensionarlo me tomó cuatro años y probablemente me tome toda la vida entenderlo. El peor de los males. La talacha. Sentarse para conversar con uno mismo. Sin más pretensión que experimentar cosas. O reafirmarlas. O revelarlas. La escritura es un laboratorio y el ser humano un matraz.
Es entonces que decir; uno no estudia para ser escritor, suena a una mentira piadosa. Realmente estar dentro de la carrera te da todas las herramientas para desarrollar esa disciplina, pero no es cómo que se pueda poner algo así en un currículum laboral[8]. Y si bien, no tenemos clases como de escritura creativa, no es una limitación. Sin embargo, toda esta maroma de texto es para enfocar el hecho de que el proceso de escritura está muy romantizado.
Escribir no salva a la gente. Ni es la mejor cosa para hacer en un día libre. No es ni siquiera lo más placentero. Escribir es una disciplina. Y como toda disciplina tiene sus altas y bajas. No se estudia para eso.
[1] Mi amigo, mentor y editor de Neotraba (en realidad tiene un currículum enorme que requiere un pie de página de este pie de página). El hecho de que revise esta nota al pie que hace mención de él, lo vuelve un meta-Óscar borgiano. Durísimo hermano.
[2] Sobra decir que es una hipérbole para probar un punto. Ni yo, ni Óscar los invitamos a cometer un magnicidio.
[3] Lo digo así, con todo el sentido despectivo que puede tener la indeterminación; algo. No importa qué. Aplica para lo que encaje, como un saco.
[4] Recuerdo ya haber escrito de esto; tenía un título ígneo, o algo así. Mi yo del futuro adherirá un enlace a este pie de página: https://neotraba.com/quemen-todo/
[5] Otra vez citando al meta-Óscar borgiano.
[6] Cómo les digo; estoy muy clavado al estudio de la biblia católica como un objeto literario. Y esta semana me eché Éxodo.
[7] Creo que así se explica mejor mi enojo con la gente que escribe sólo para ganar dinero. No me agrada que algo tan bello como lo es el proceso de escritura, tenga por único propósito: dinero que no necesitan.
[8] Aunque es una pena. Valdría la pena tener algo así como un certificado de que eres sensible.