Matar, crónicas desde el infierno
Entrevista | Con motivo de la reedición de "Matar", libro de crónicas de Carlos Sánchez, Heriberto Duarte Rosas realiza esta entrevista al autor.
Entrevista | Con motivo de la reedición de "Matar", libro de crónicas de Carlos Sánchez, Heriberto Duarte Rosas realiza esta entrevista al autor.
Por Heriberto Duarte Rosas
Hermosillo, Sonora, 07 de julio de 2020 [00:48 GMT-5] (Neotraba)
Como una buena noticia aparece la tercera edición de Matar, el libro de Carlos Sánchez. En él se reúnen crónicas narradas en las voces de los asesinos, son ellos quienes cuentan la historia y dan santo sin seña de lo ocurrido. El autor funge como un puente que desaparece y el lector se topa de frente con el criminal. Esta vez es abrazado por Ediciones Proceso, quienes proponen un subtítulo para esta nueva vuelta: Matar, crónicas desde el infierno. Además de una ampliación con nuevas historias.
Carlos es periodista cultural y escritor. Ha logrado libros de crónicas, cuento, dramaturgia, entrevistas y un par de novelas. La primera edición de Matar, llegó en 2011 con el premio del Concurso del Libro Sonorense. La segunda en 2013 bajo el sello de Nitro/Press.
En la siguiente entrevista, la voz del escritor habla sobre el camino que ha recorrido el libro desde su gestación hasta el día de hoy, el lenguaje de los condenados, las cárceles, la crónica y el ejercicio de hacer periodismo ante la realidad violenta del país.
Pienso que uno crea un proyecto por intuición, por obsesión, porque al final de cuentas uno escribe los temas con los cuales se involucra, los temas que uno viene arrastrando o padeciendo en el trayecto de su vida. El origen de Matar surge por una necesidad muy clara de querer penetrar la mente del asesino, incitar al asesino a que diga cómo, por qué o de dónde surge el acontecimiento. Y quererme convertir en un puente entre el asesino y el lector, es la premisa. Desde ese inicio no sabía que iba a ser un camino arduo para publicarlo cuando el libro quedara formado. Pero el mismo libro, supongo que por los temas, me lo fue enseñando.
Cuando termino el libro y empiezo a tocar puertas la respuesta siempre fue el rechazo, hasta el momento en que ganó un concurso y se publica la primera edición. Esa edición cae en manos del escritor Sergio González Rodríguez. Y publica que es uno de los mejores en su género durante ese año (2011). Yo supongo que a partir de ahí, con esta referencia, el lector empieza a buscarlo pero, además, también en presentaciones y en librerías empieza a ser adquirido y tiene resonancia, quiero suponer que por el tipo de temas y el tratamiento de las conversaciones con los asesinos.
El camino que ha recorrido el libro ha sido ese, así se ha dado. Nunca pensé que el libro lograra tener tres ediciones. Estamos hablando de la más reciente que es con Proceso, una editorial que me parece seria, importante, sin decir que las anteriores ediciones no son importantes: también lo han sido y han abierto camino.
Siento que el libro se ha abierto paso y se ha defendido por sí solo, por el contenido, por las voces que ahí habitan; dejando de lado la petulancia imposible de decir que es escrito por mí, o porque tiene un desarrollo golpeador. Yo trato de desaparecer como autor y que el hilo conductor de las historias sea precisamente las voces con quienes converso.
Ha sido muy interesante la vuelta de tuerca que ha dado este libro después de recibir dictámenes que a mí me parecieron irrisorios. Una vez me dijeron “tu libro es buenísimo pero no publicamos ese tipo de libros”. En otro me dicen “ya está muy choteado el tema” y ni siquiera lo leyeron.
Lo construí hace muchos años, lo empecé a escribir en 2002. Terminé como en 2006 y se ha ido reconstruyendo. Después de haber vivido esa suerte y permanecer y llegar ahora a esta publicación, me parece que el libro se ha defendido, por los temas que contiene y por las voces que habitan dentro de sus páginas.
“Me acoplé con unos morros que robaban y les seguí el rollo. El primer jale fue en un cantón de una colonia de ricos. Me acuerdo que me metí por la ventanita del baño; estaba bien morrito. Sacamos teles, estéreos, videocaseteras y se las cambiamos a un tirador por loquera: pingas y mota. También compramos un mocochango en la ferretería. Allí ya tenía como catorce años.”
Algunos lectores que son escritores me dijeron en su momento que sentían que debí haberme involucrado más, que mi voz debió haber estado más presente. Yo le aposté al lenguaje y al ritmo que como virtud tienen estos condenados, asesinos o presos. Yo creo que no le hacía —ni le ha hecho falta— que yo me involucre. Si bien es cierto el estilo lo resolví planteando un contexto y describiendo en algunas historias, la personalidad o el físico.
Quise que la historia la condujera la persona del testimonio, porque así mismo tiene un buen ritmo y genera verosimilitud, sin dejar de admitir que hubo momentos en los que trabajé en la redacción de estas voces, tratando de construir una estética. Se fue dando así porque yo tenía muy claro que así lo iba a decir. Porque hace demasiados años —antes de empezar a escribir este libro— ya estaba involucrado con los asesinos, con los delincuentes, ya tenía grabada su voz. Y me ha maravillado el lenguaje y la reinvención del lenguaje y cómo explican a borbotones van contando sus acontecimientos. Dije “bueno, voy a resolverlo así”.
Tiene mucho que ver también el ejercicio periodístico: hacer entrevistas, hacer crónicas; uno no se puede escapar, además es obligatorio si se quiere establecer un estilo. Y ese estilo o me eligió o yo lo propuse, pero así fue como se dio la construcción de estas crónicas.
“Mi tío me dijo que cómo era güey por haber hecho esa madre. Le dije que nadie me tomaba de pendejo; allí está el cuchillo y tiene sangre, con eso cobré.”
Considero a las cárceles como una estadía y una cotidianidad que se vive. La cárcel es la exigencia de la resistencia en el ser humano. La exigencia del desarrollo de la creatividad. La exigencia de la tolerancia. El recinto de la crueldad. El espacio del ejercicio del poder. El manifiesto constante de la esperanza, del amor y del desamor. Esas aristas humanas que representan la vida, que contienen la vida. La cárcel es la ausencia de la libertad pero el deseo siempre de aspirar y lograr cruzar la puerta, lograr la libertad. La cárcel para mí es aprendizaje constante, enseñanza, solidaridad, tragedia. Es el tiempo dispuesto para la reflexión. Algo muy similar a lo que estamos viviendo ahora con la pandemia: guardando las proporciones, porque uno vive en cautiverio a final de cuentas. Y en cautiverio se experimenta estar con uno mismo, momento para leer, para crear; la ansiedad, la desesperación, la tristeza. Pero también un reconocimiento de lo que eres.
Personalmente, también la cárcel representa la construcción de varios libros de mi autoría, de la autoría de los presos, de coautoría de los presos y una prueba fehaciente de que el ser humano va por la vida con diversos talentos de expresión y artísticos. Representa muchos gestos de ternura y de puertas abiertas para la recepción de quienes vamos hacia allí a proponer cosas con los presos. En mi trabajo de tallerista o de instructor, en creación, escritura o fotografía, indudablemente la mayoría de los mejores alumnos y alumnas, los he tenido en las cárceles.
“Con el paso de los días quise continuar frecuentando las cárceles. El aprendizaje es inconmensurable. Dentro de la prisión he encontrado la inteligencia, la astucia, los dolores, la alegría, la ironía y el talento para amar. Y para matar.”
Es un libro que elucubré pensando de una manera perversa. O curiosa. O morbosa. Quería penetrar la mente del asesino y que me contara realmente por qué, el contexto, la situación. En 2002, 2003, los asesinatos eran acontecimientos extraordinarios. En este momento ya no lo son. Hoy oímos una nota y lo comentamos como algo habitual. No normal —porque sería triste normalizar la violencia—, pero sí habitual. En el 2007, se dispara ésto por la guerra fatua, ilógica, pueril, que inventa Felipe Calderón para legitimarse. En 2007 todavía no circulaba Matar, pero ya estaba escrito.
Los objetivos nunca han sido develar la existencia de cárteles o esta violencia que tenemos ahora. Lo principal era hablar, de manera individual, con cada uno de los asesinos e incitarlos a hacer una radiografía tanto de regiones de su vida como de los acontecimientos por los cuales mataron y cómo lo hicieron.
Para esta edición de Proceso hay un prólogo nuevo de Javier Aranda y seis crónicas nuevas y cuatro mini crónicas más. Todas permanecen en el estilo que el libro ya tenía. Se amplía por petición de la editorial. La investigación de campo la hice recientemente para el nuevo material. Y me costó mucho más trabajo que todo el libro completo que escribí anterior. Debe ser por la edad, por la energía. Creo que ya estoy más blando, más sensible y más vulnerable. Sin embargo, lo logré de manera digna. Tuve la fortuna de regresar a las cárceles en esta última etapa y de encontrarme a los perfiles idóneos.
La crónica me parece un género maravilloso. La nota en dos párrafos o tres te dice qué pasó. En cambio, la crónica te hace imaginar las esquirlas o los casquillos, oler, acercarte, escuchar un llanto. Esos elementos que da la crónica que te hacen vivir la película al ir leyendo. Siento que hace falta más el ejercicio de la crónica en el periodismo —sobre todo en el local. Yo me inclino hacia ella de manera natural.
Esta edición está dedicada a un compa que asesinaron: Javier Valdez, especialista de la crónica y, sobre todo, en el tratamiento de la violencia y el narcotráfico. No sé en qué consiste que un periodista pueda permanecer con vida. Y lo digo pensando en Héctor de Mauleón, un periodista con un rigor en la construcción de sus textos, sus crónicas, la investigación, un periodista que semana a semana te devela casos impresionantes con datos fehacientes. Y muchísimos más que han quedado en el camino, como Miroslava Breach, el mismo Javier Valdez, Alfredo Jiménez.
Esta vorágine contra el periodista no termina. También me cuestiono mucho sobre el trabajo y cuándo el periodista mismo pierde las dimensiones de la tierra minada. Cuando el periodista —por develar datos o por denunciar, que finalmente es el trabajo del periodista, en aras de combatir la corrupción o actos ilícitos— pierde las dimensiones y prácticamente va directo al matadero. Eso lo hablaba con Javier y se lo cuestionaba. Sin embargo, en conversaciones con periodistas, me dicen que ese es su oficio, su vocación y lo van desarrollando ya como resignados y asumiendo que eso puede pasar. Creo que Javier lo tenía muy claro. Alfredo Jiménez Mota también.
A veces que el narcotráfico asesina a periodistas no por temor a lo que denuncian, no porque la noticia traiga consecuencias legales —porque no debemos de olvidar que el narcotráfico trabaja de la mano con la autoridad. Siento que los asesinan por un ejercicio de poder. Porque lo que se dijo no les gustó o se le dio voz al contrario. Siento que a los periodistas los asesinan por una cuestión de revanchismo. Y en una reflexión muy personal: creo que por más que se denuncien acontecimientos, que me parece que hay que decirlos, el estado de cosas no cambia absolutamente en nada. Simplemente van dejando “huérfanos del narco”, como lo dijo en su libro Javier Valdez. Huérfanos productos de la violencia del narco.
El título surgió primero que el libro. Asesinos, ¿qué hacen? Matar, es el verbo. Creo que es un nombre ad hoc, jala. Cuando traía la idea en mente, se lo conté al poeta Alonso Vidal y me sugirió que buscara algo más poético, que estaba muy simple. No lo hizo como una burla. El nombre se quedó.
“Lo vimos correr detrás del Cachora. El Negro le encajó un cuchillo en la panza. Estábamos en frente de la cancha. El Negro mientras limpiaba el cuchillo nos dijo: nomás tanto así le metí. Al Cachora lo levantó la Cruz Roja. En la casa de la tía Chelo. Ni siquiera llegó al hospital. Se murió en el camino.”
Escribe Javier Aranda en el prólogo:
“A Carlos Sánchez más que el lobo le importan sus motivos. No se engolosina con el plato de sangre como ocurre con la narrativa simplona. Nos abre la puerta del subsuelo para vislumbrar, desde el fondo oscuro, la realidad de esos monstruos. Sus historias nos cuentan la otra historia, la otra realidad antes del crimen.”
El libro está ahora en su versión digital por acá:
https://publicacionesdigitales.proceso.com.mx/library/publication/matar-cronicas-desde-el-infierno