¿Te gustó? ¡Comparte!
Foto por Alejandra Flores.
Foto por Alejandra Flores.

Por Alejandra Flores.

Llegamos a la Estela de Luz a las cinco de la mañana, con los ojos medio cerrados y tiritando de frío. El ánimo de los estudiantes hacía juego con el color del amanecer y con el suave olor a tierra y pasto de Chapultepec. Había compas de varias facultades; pero reconocí a varios de sociología. Un día antes, en la junta, acordamos que rodearíamos San Lázaro con una valla humana, nos defenderíamos entre nosotros y cuidaríamos de las mujeres.

Desde chavita me llamó la izquierda, ser zurda no es una coincidencia, te lo cuento porque tengo muy presente los días en los que mi madre me llevaba a la Facultad de Filosofía y entraba a muchas de sus clases, inconscientemente se me pegó lo revolucionario, Siempre defendí los derechos de los agachados, fui la voz de muchos, me empapé de literatura y de manifiestos, al principio Marx, luego Trotsky. Me mude al DF, entré a la UNAM, y allí encontré almas combativas como la mía, con diferentes rumbos pero con el mismo objetivo: “recuperar nuestro país”. me dijo Flora con sus pequeños ojos color miel y con esa seguridad que la caracterizaba.

Ese primero de diciembre fue distinto; había muchos inconformes con el regreso del PRI, nos hacía ruido Peña Nieto, pero nos indignaba más toda la bola de roedores que había tras de él.  Pensamos que podíamos hacer el cambio, así como lo hicieron los estudiantes del 68. Por supuesto que no busco una comparación, sin embargo nos mantuvimos fuertes y de pie a pesar de la brutalidad policiaca.

Mucha de la banda iba armada con bombas molotov, que en nada se comparaban con las nuestras. Las bombas les hacen cosquillas. Yo sólo llevaba Coca-cola, leche de magnesia y Pepto Bismol para medio proteger a los compañeros del gas pimienta. A varios les caía y nomás llegaba yo y los bañaba con Coca. A otros les daba Pepto “No te lo tragues, escupe, escupe”. El gas pimienta te quema la garganta y los ojos, por un rato lo aguantas; pero después ya no puedes ni ver. Tenía los ojos irritados y la piel más roja que una manzana. Por eso luego me choca ser tan blanca; algunos me han dicho que soy una “fresita” a la que nada más le gusta el desmadre y yo siempre les digo: “Pues éntrale a mi desmadre y haber cúanto aguantas”. A veces me impresiona como la sociedad se cree los estereotipos; si te ven greñudo te tachan de revoltoso y preguntan “¿Estudias filosofía?”, a mi siempre me dicen “Deberías ser pianista, o bailarina, ¿Por qué te peleas con el gobierno?, contra él no se puede niña , ya ves como terminaron esos pobres estudiantes del 68 por andar de revoltosos”.

Nuestro movimiento se llama “Pan y Rosas”. Luchamos desde una perspectiva socialista, anticapitalista y revolucionaria. Luchamos por las mujeres, por su derecho a la educación, a la salud y al trabajo digno. En un grupo así es difícil llegar a acuerdos; la variedad de pensamientos torna todo mucho más complicado. Aquí dicen que no hay líderes, pero es mentira, siempre hay uno más entrón que otro. A las juntas asistía mucha gente; alguna que ni conocíamos y que tampoco vimos en el mitin, por eso creemos que había infiltrados. La policía nos tendió una trampa: nuestro grupo tenía marcada su ruta y sus puntos de escape; todo valió madre. No sirvió de nada ni la estrategia, ni los gritos, ni las carreras.

Llegamos a San Lázaro como a las seis de la mañana y ya nos esperaban los granaderos que nos empezaron a aventar gases. Todo estaba cercado por ellos, desde la Alameda hasta Bellas Artes. La gente nada más se les quedaba viendo y se hacía a un lado porque si no te quitabas, te pasaban a traer y ni perdón te pedían. La gente se comenzó a alterar. Nos atacaron y las granadas caían como lluvia , igual que los heridos. De alguna forma la presencia de los periodistas nos tranquilizaba. Lástima, porque ni ellos salieron librados; a la policía le vale si son extranjeros, ahí tienen a Oriana Falacci, que estuvo presente en la masacre de Tlatelolco, pero igual le tocaron los trancazos, a pesar de que ella decía ¡Soy prensa, déjenme salir!, esos cerdos no se tocaron el corazón.

A medio día todo era un desastre. Algunos compas estaban quemando camiones; estaba agotada, los ojos y el corazón me picaban: uno por el gas y el otro por la rabia. En ese momento alcancé a ver a un grupo de choque, que apoyaba a los policías, no eran ñores, no, eran chavos igual que nosotros, riéndose y mentando madres, todos vestidos de civiles, con la cabeza en alto, se sentían orgullosos y poderosos. En México un arma te da eso: poder.

El bloque de sociología fue el último en salir del cerco de San Lázaro, ya teníamos a muchos granaderos detrás de nosotros. Aceleremos el paso porque nos estaban apuntando, todos mis compas corrían, pero no había forma de escapar, fue en ese trayecto cuando vi a un compañero tirado en el piso, con el cerebro de fuera. ¡Claro que lo conocía! , nos habíamos topado en la facultad y ahora era pisoteado por cientos de personas que buscaban refugiarse.

A mi me agarró una mujer, me tomó del cabello, y mientras me jaloneaba decía: “¡Se lo merecen por revoltosos!”. Me tenía inmovilizada, ahí supe que ya no podía luchar, bajé la guardia, me tiró y me dio una patada en las costillas. Luego logré hacer una llamada para avisar que me habían agarrado, la llamada se cortó cuando me dieron un zape “¡Ya, cálmate, no me estoy moviendo!”, le grité.

 Estaban a punto de meterme a la patrulla, pero ya iba muy llena. Me tenían sometida cuando unas señoras se aventaron contra la oficial. Sentí un jalón del brazo; un reportero extranjero me sacó de la bronca, el compa logró llevarme y corrimos, sólo recuerdo que me dijo: “Lo único que puedo hacer es llevarte al metro, avísale a tus compañeros que estás bien”.

Por suerte, a mi no me llevaron. Hoy, muchos de mis compañeros están presos, otros se salieron del movimiento, tienen miedo y es aceptable. Yo también tengo pero no me quiero rajar. Si buscas mi nombre en google lo primero que aparece es mi cara en varios periódicos, por eso me recomendaron cortarme el cabello, cambiar de casa, de celular, de identidad; pero es como si me pidieran cambiar de pensamiento, por eso no hice nada. El compa del cerebro salido sigue en terapia intensiva, el país sigue siendo una trampa, una dictadura y, el dinosaurio ,hoy por hoy está más despierto que nunca. 

¿Te gustó? ¡Comparte!