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Por Carlos Sánchez (@MamboRock_)

Hermosillo, Sonora, 24 de septiembre de 2020 [00:01 GMT-5] (Mambo Rock)

Como un mar que se desborda. Desde su panóptica que es el pensamiento, la recordación.

Para que los años le devuelvan los instantes de infancia y adolescencia. Con la palabra como herramienta. La reconstrucción de los hechos que se acumularon en la mirada.

Miguel Ángel Avilés padece la escritura. Porque constantemente lo toma de las manos y le dicta. Y escribe como poseído por el recuerdo. Escribe sobre su contexto social y político. Escribe de los marginados, de las señoras peatonas, de los comensales del Mercado Municipal.

Su oficio es la abogacía, bendita plataforma que le ha otorgado la posibilidad de lecturas, acontecimientos, conocimiento. Su vocación es la literatura, el periodismo. De estos elementos se ata a la vida. Terco acude una y otra vez a la construcción de párrafos donde reconstruye las emociones como un oleaje a veces vertiginoso, a veces con la más fina cadencia.

Recuerdo a los años la primera lectura que Miguel Ángel me regaló. Diles que acá estamos, una plaquette publicada por Universidad de Sonora y de la cual conservo su segunda edición.

En estas páginas recorrí por vez primera ese barrio que es La Paz, Baja California Sur, de donde Miguel Ángel es oriundo. Y pude ver a esa comunidad yaqui asentada en el esterito, barrio entrañable y emblemático del rancho que también es mar.

Anduve muchos días, años debo decir, cargando los acontecimientos, y con la resonancia de las voces que habitan esa historia.

Luego vinieron los otros libros, Los sordos territorios, uff, me detengo para salir a tomar aire. Porque no se puede soportar entre línea y línea un gancho al hígado, un upper, un madrazo en la frente y luego el descontón.

Lo digo como analogía de lo que fui viviendo a la par de las historias contenidas en este libro de crónicas. Retrato de perfiles, personajes de banquetas, los caídos en desgracia, el dedo en la llaga de la indiferencia gubernamental.

Entiendo que este libro lo escribió en su tiempo de trabajar en el CERESO de Hermosillo. Por eso el conocimiento de causa de las historias ahí contenidas.

Empero, los avatares cotidianos de la gente de la calle también están allí, en esas páginas que con un estilo por demás irónico y puntual, me llevó de la mano a recorrer los callejones, las banquetas, el tiro por un trago de alcohol, el deceso de quien entrega su vida a la crápula.

Así los días, así la vida. De apoco me fui encontrando con otros títulos escritos por Miguel Ángel Avilés. Ingratos ojos míos, por ejemplo, ganador del Concurso del Libro Sonorense en 2003. Luego una compilación de historias sobre el Santo, el enmascarado de plata, que con atino antologó el Avilés.

Portada de Santo y seña compilación de Mara Romero y Miguel Ángel Avilés
Portada de Santo y seña compilación de Mara Romero y Miguel Ángel Avilés

Pero quiso la suerte que un día Miguel Ángel Avilés pusiera en mis manos un libro inédito que recorría ese periplo entrañable que es la infancia-adolescencia-juventud: Estar y no. Juegos de la memoria.

Un libro que leí en un viaje de Obregón a Hermosillo, después de que participáramos en una de las ediciones de Bajo el asedio de los signos, encuentro de escritores. Puso el engargolado en mis manos y no paré de leer hasta pasar la caseta de Guaymas.

Entonces viví un paseo perfecto por las calles de La Paz. Me sumergí, animado por esa prosa, por ese lenguaje vasto y ritmo chingón, en la más nostálgica memoria escrita en un libro que ahora circula y que fue publicado por Instituto Sudcaliforniano de Baja California.

Un libro que a los años se volverá, si no es que ya, material de consulta para los cronistas de la ciudad. Un libro que sabe a mar, que huele a polvo y levanta ámpula con la diversidad de temas. La jovial escritura que se desarrolla con los argumentos contundentes que son la vida interior de quien escribe.


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