Ensalmo para atajar La Muerte. Antología por las víctimas de la pandemia [II]
En memoria de las víctimas producto de la COVID-19, Edgard Cardoza Bravo reúne poesía de todas las épocas para conmemorarlos.
En memoria de las víctimas producto de la COVID-19, Edgard Cardoza Bravo reúne poesía de todas las épocas para conmemorarlos.
Selección de Edgard Cardoza Bravo
Ciudad de México, 01 de noviembre de 2021 [15:26 GMT-5] (Neotraba)
Luis De Góngora y Argote (1561-1627, Sonetos), España
Vana Rosa
Ayer naciste, y morirás mañana.
¿Para tan breve ser, quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lúcida,
y para no ser nada estás lozana?
Si te engañó tu hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para su vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.
Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635), España
XI
Hombre mortal mis padres me engendraron,
aire común y luz los cielos dieron,
y mi primera voz lágrimas fueron,
que así los reyes en el mundo entraron.
La tierra y la miseria me abrazaron,
paños, no piel o pluma, me envolvieron,
por huésped de la vida me escribieron,
y las horas y pasos me contaron.
Así voy prosiguiendo la jornada
a la inmortalidad el alma asida:
que el cuerpo es nada, y no pretende nada.
Un principio y un fin tiene la vida;
porque de todos es igual la entrada,
y conforme a la entrada la salida.
Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645, Sonetos), España
Signifícase la Propia Brevedad de la Vida (…)
¡Fue sueño ayer: mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo,
apenas junto al cerco que me cierra!
Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.
Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.
Azadas son la hora y el momento
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.
Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695, Sonetos), México
Entre la Muerte y la Vejez
Miró Celia una rosa que en el prado
ostentaba feliz la pompa vana
y con afeites de carmín y grana
bañaba alegre el rostro delicado;
y dijo: goza, sin temor del hado,
el curso breve de tu edad lozana,
pues no podrá la muerte de mañana
quitarte lo que hubieres hoy gozado;
y aunque llega la muerte presurosa
y tu fragante vida se te aleja,
no sientas el morir tan bella y moza;
mira que la experiencia te aconseja
que es fortuna morirte siendo hermosa
y no ver el ultraje de ser vieja.
William Blake (1757-1827, Cantos de experiencia), Inglaterra
A Tirzah
Todo aquello que nace de origen mortal
debe ser consumido por la tierra,
para alzarse libre de generación:
¿entonces qué tengo que hacer contigo?
Los sexos nacidos de vergüenza y orgullo:
florecieron con la mañana; al anochecer murieron;
pero la Misericordia cambió la muerte en sueño;
y los sexos se irguieron para obrar y llorar.
Tú, madre de mi padre mortal,
con crueldad forjaste mi corazón
y con falsas y engañosas lágrimas
vendaste mis narices, ojos y oídos.
Encerraste mi lengua en insensible arcilla
y me entregaste a una vida mortal.
La muerte de Jesús me hizo libre:
¿qué tengo pues que hacer contigo?
Edgar Allan Poe (1809-1849, Poemas), E.U.A.
Annabel Lee*
Hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar,
una doncella vivía, cuyo nombre, Annabel lee,
vivía sin pensar en otra cosa
que en amarme y ser amada por mí.
Nuestro amor era tan grande que el cielo nos envidiaba
y envió al reino junto al mar
un viento frío que heló
a mi hermosa Annabel Lee.
Sus deudos se la llevaron a una tumba junto al mar:
ahora ya no tengo más a mi reina Annabel Lee.
La luna en su opacidad para volver a brillar
recuerda los dulces sueños de mi amada Annabel Lee.
La marea bebe vida de las olas:
de la tumba junto al mar
de mi hermosa Annabel Lee.
*Versión parafrástica de Edgard Cardoza Bravo.
Charles Baudelaire (1821-1867, Las Flores del Mal), Francia
Alquimia del Dolor
Uno ilumina con su ardor,
¡el otro es tu sombra, Natura!
Lo que a uno dice: ¡Sepultura!
al otro es: ¡Vida y esplendor!
Hermes ignoto que me asistes
y a cada instante me intimidas,
tú, que me haces, como a Midas,
de entre los magos el más triste.
Por ti, en hierro transformo el oro,
mi edén es báratro en que moro;
en el sudario de las nubes
descubro un cadáver que lloro
y en las celestes altitudes
construyo grandes ataúdes.
Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895, Poesía Completa), México
Para Entonces
Quiero morir cuando decline el día
en alta mar y con la cara al cielo;
donde parezca un sueño la agonía
y el alma, un ave que remonta el vuelo.
No escuchar en los últimos instantes,
ya con el cielo y con la mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.
Morir cuando la luz triste retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira;
algo muy luminoso que se pierde.
Morir, y joven: antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona,
cuando la vida dice aún: “soy tuya”,
¡aunque sepamos bien que nos traiciona!
William Butler Yeats (1865-1939, Poesía), Irlanda
Muerte
Sin miedo ni esperanza
aguarda el animal la muerte,
cuando a su fin se acerca el hombre,
todo lo espera y todo teme.
Muchas veces ha muerto,
volvió a alzarse muchas veces.
Asentado en su orgullo el hombre grande
frente a los asesinos, escarnece
las amenazas de cortar su vida;
él conoce la muerte,
la conoce hasta el tuétano.
Es el hombre mismo
quien ha creado la muerte, su muerte
y la mantiene.