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Puebla, Puebla, 21 de abril de 2025 (Neotraba)

Hay muchas canciones. Irán de colación y desempache. Aquí el primer trago: Ases Falsos – Nace un contragolpe

En estos días de andar descalzo y quehacer doméstico, se prueba un estertor muy parecido y ácido en la lengua. No es pandemia –por fortuna– pero sí está quieta la actividad universitaria. Al momento de escribir y en el que sea leída esta columna, habré llegado absurdamente tarde al resto de gente que ya ha hablado sobre el cómo, causas y propósitos –esto último desde la conjetura, por lo general– del paro que dio inicio hace unas semanas. Tanto así, que en una visita a uno de mis tíos –a veces antagonista y otras, una anemona matemática– se sentó a hablar conmigo. ¿Qué opinas del paro? –dijo. Y de opinar se nos va el tiempo. Realmente no es que opinar sirva de algo en este asunto. El paro es muestra de que hay problemas qué resolver dentro de la universidad –dije. Un poco para salir por la tangente.

Cuando en la familia se me pide mi opinión, se hace con la intención de rivalizar conmigo. Un intento por hacerme “entrar en razón” y “hacerme alguien de bien”. Sea lo que sea que signifique ser “alguien de bien”. ¿Y no crees que haya una intención política detrás? –dice mi padre en vanguardia de su hermano. Pues sí, pero no por eso deja de ser legítimo demandar condiciones apropiadas para el estudio –dije eso para no entrar en más detalles, considerando sus posiciones políticas y su evidente intención por desprestigiar a los paristas.

Y porque abordar eso requiere explicar y entender: las manifestaciones sociales, son todas políticas. La construcción política de un país requiere de discursos, ideologías que produzcan esos discursos, emblemas y símbolos, pero también de oposición, reestructura, contracultura y denuncia. Y debido a que nuestras sociedades tienen la mala costumbre de construirse desde la interacción, es imposible no asumir una de las posturas que construyen política. Ahora, esto no es el hilo negro ni mucho menos. Es tan común incluso, que creo que forma parte de una materia entera en el programa académico de sociología. Lo importante es: el paro no puede ser apolítico porque en sí, es una manifestación política.

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Parte de muchas razones, y sería imposible que pudiera nombrar todas. En todo caso podría hablar de la más cercana a mí, la de la Facultad de Filosofía y Letras, pero incluso en esa tampoco podría decir mucho –ya llegaremos a eso. Lo cierto es: claro que todo este asunto se mueve dentro del seno político de la universidad es después de todo, una de las partes –pero no la única– esenciales de la universidad la participación universitaria en la construcción cultural, pero también la construcción política dentro y fuera de la universidad. Denunciar y evidenciar los problemas que existen –que existen, existieron, y que no por ello están exentos de solución– no es más que hacer válida está razón –quizá hasta deber– de la universidad con el resto de la sociedad.

Existen. Problemas de todo tipo entre alumnos, entidades externas con internas a la universidad –a eso también le echaremos mano hoy–, alumnos y profesores, profesores y administrativos[1], y una larguísima combinación de todas las anteriores. Son problemas inevitables en la cotidianidad universitaria, porque llegas con dos perfiles –hablo desde mi experiencia como alumno, claro– exaltado por todo lo nuevo, hastiado de todo el proceso detrás de ingresar a la universidad; pero terminas en una licuadora de emociones mixtas. Por lo que no es sorpresa que en el amplio espectro de degradados y luces surjan todo tipo de situaciones que obedecen al capricho circunstancial de las partes involucradas. En todo caso, la universidad es ajena a este tipo de conflictos personales. ¿Pero qué pasa si un problema personal se extrapola a un punto más grave? Violencia: acoso, hostigamiento, académica, emocional, física, en razón de género. Es aquí cuando la universidad no se puede lavar las manos; su obligación obvia es con el derecho a la educación –y todos los que de este derecho emanen. Pero segura y de calidad. Digna. Parte de esa labor es garantizar –en medida de lo posible– que así sea.

Si se denuncian estos problemas, no es con la intención de “parar a la universidad y afectar todos los procesos y beneficios que surgen de ella” como dijo un random en la radio[2]. Tomar instalaciones de la universidad, efectuar un paro de labores tiene el propósito inicial de hacer notar un problema existente a la autoridad competente. En el caso de la Facultad de Medicina era un problema –añejo, cabe agregar– respecto a las plazas de práctica para sus alumnos, además de una matrícula muy amplia y otros asuntos administrativos. Del resto de facultades, razones y nombres eran tan variados como dispersos. Cada paro sabrá qué dedo pone sobre cuál yaga.

Reconocer la validez de este movimiento estudiantil evita que se hagan comentarios que pintan a paristas como delincuentes. Gente que se inventa paros para no tener clases. Reconocer de dónde vienen estas manifestaciones hacen ver que la gente que está dentro de las facultades, no se quedan a dormir en edificios que hace mucho perdieron su uso habitacional –en el caso de las facultades en centro histórico– por gusto, porque no tengan nada qué hacer en sus casas. Están ahí por mero compromiso. Ni siquiera porque tengan asegurado salir de ahí sin represalias –de no ser así, no se plantearía como requisito en los pliegos petitorios. Están ahí porque como le digo, ejercen su función dentro de la universidad.

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Aunque no puedo culpar a la gente fuera de la comunidad estudiantil –o comunidad parista, mejor dicho–, porque allá afuera ronda el hambre. Quizá la circular común es precisamente, la del parista que no hace nada dentro de la facultad, que pide cosas sin sentido y por mero capricho. Indulgente con las autoridades cuando escribe artículos, fiero con los alumnos dentro de los edificios. No vaya a ser, Dios no lo quiera, que las altas autoridades de la universidad se les mueran de tiricia.

Sinceramente, este tipo de medios que dicen tener una voz crítica me enfadan. Para empezar porque cada uno de ellos hacen cualquier cosa, pero no periodismo. Y para ejercer una voz crítica –mas no criticona– se debe contar con todo el conocimiento posible de un hecho. Analizar, comparar y entonces dar una postura crítica. Pero para medios que sólo recuperan el testimonio de autoridades, que dirigen micrófonos y cámaras a funcionarios delante de una puerta cerrada, sin molestarse siquiera a escuchar a quiénes cuidan la puerta, no hacen sino ser buenos boleadores.

Y quizá lo que más me decepciona: carroña. El caso de Carolino es de lo más leve si ponemos en contraste la infinidad de declaraciones y notas sobre el paro de la universidad que existen, pero es un buen ejemplo de lo que quiero decir; un medio con mucho más alcance, difusión y apoyo que el de cualquier estudiante, se adhiere a un hecho que no comprueba, que no sigue y que sólo es garantía de causar sensación los primeros días de la nota. Por supuesto, se adhiere a una opinión pública prefabricada –ni para eso les alcanza el ingenio– y carga contra un objetivo disperso.

Es este tipo de ejercicios rapiña, los que polarizan a quiénes fungen como espectadores del hecho. Incluso dentro de las filas del movimiento. Y entonces señalamos cosas, que si un grupo político está inmiscuido en el paro, que si el gobierno se quiere colgar la medallita, que si tal o cual personaje administrativo quiere saltarle a otro membrete. Las razones más importantes detrás de un movimiento así se ahogan, se pierden o bardean, detrás de las batallas de mierda entre simios que se caen mal.

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Tras todo esto, queda enfatizar algo que debería ser obvio; ni todos los alumnos son santos por estar en el paro, ni todos los directivos son carne del demonio por hacer su trabajo. Hacer un paro de labores es sólo el primer paso en una larga caminata hacia la construcción de un mejor panorama para la comunidad universitaria. Es deber del alumnado hacer notar las carencias, oportunidades y fallas existentes, pero también lo es proporcionar vías de posibles soluciones, o perspectivas de cambio –como lo han hecho hasta ahora en los pliegos petitorios–; y deber de los directivos mediar y negociar estos cambios con la realidad pero sobre todo, escuchar y trabajar con toda la comunidad –alumnos, profesores, trabajadores no académicos, directivos, quizá hasta egresados– para garantizar lo que dicen defender; el derecho a la educación.

Y para que esto no suene tan solemne: rozsebmerith Eduk. No, esta vez no lo traduciré.


[1]“A veces lo posmo no me urticaria tanto, y hasta me recuerda citas entre párrafos. En esta ocasión: “[…] son enemigos naturales, como […] los escoceses y otros escoceses. ¡Malditos escoceses, arruinaron Escocia!” -Jardinero Willie.

[2] No diré su nombre. “Por sus actos los conoceréis” dice la biblia. Mejor le hablaré de uno de mis libros favoritos de Pacheco; el protagonista se llama Carlos y si no me equivoco, el bully se llamaba Martín.


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