El señor que era sombra
Fragata de Morais escribe un cuento donde un hombre sombra se emociona por su condición, sin embargo, aparecerán unos perros que lo llevarán a tomar una decisión que cambiara su vida.
Fragata de Morais escribe un cuento donde un hombre sombra se emociona por su condición, sin embargo, aparecerán unos perros que lo llevarán a tomar una decisión que cambiara su vida.
Por Fragata de Morais
Angola, 13 de agosto de 2023 [00:20 GMT+1] (Neotraba)
En el barrio donde vivía, era muy conocido como el señor que era sombra.
En su vida difícil, ser sombra significó un mar de problemas, cada uno más grande o más inoportuno que el otro.
El señor que era sombra nunca podía ser visto a menos que el día estuviera soleado. Entonces, en los días más oscuros, cuando se veía obligado a salir por cualquier razón ineludible, la mayoría de las personas se topaban con él; las que no podía esquivarlo se asustaban aún más cuando escuchaban una disculpa.
Para sumar al tormento, en los sombríos días de lluvia, no se atrevía a ausentarse y renunciaba a todo lo que había que realizar fuera de casa. Tenía, por tanto, una intimidad obligada con los servicios meteorológicos de radio y televisión se sabía de memoria los nombres de los locutores y los saltaba y en el regazo de la casa los trataba por su nombre de pila. Afortunadamente, vivía en un país soleado la mayor parte del año, por no decir todo el año.
Había descubierto su condición, o al menos se le había revelado inexplicablemente como un plus de la mayoría de edad, cuando cumplió los veintiún años. Hasta entonces había llevado una vida normal y esta condición se le reveló en una ocasión lluviosa cuando pasó frente a un escaparate y observó que solo podía ver reflejado en el vidrio el paraguas que lo protegía. Saltaba, bailaba y gesticulaba y no podía verse, no se producía el reflejo natural salvo el del paraguas.
Lo encontró tan divertido que se echó a reír. Las pocas personas que circulaban se separaron al ver y escuchar la risa de un paraguas abierto.
Se sentía vencedor, la suerte lo había favorecido con algo raro que lo colocaba por encima de todos y de todo, sin saber que el hombre propone y Dios predispone. Se había olvidado de ver o pensar en el futuro de su nueva condición, tal vez una dolencia ocasional aparentemente incurable. Permitió que la vanidad se enseñoreara del ego.
¿Qué médico ver?, se preguntó.
No encontró respuesta, por lo que pensó que tal vez un psicólogo o un psiquiatra podría ser de más valor, sin embargo, su condición no era de naturaleza psíquica o nerviosa, sería más de los reinos de las iglesias o adivinos, curanderos y magos.
Sin saberlo, ya que nadie predice el futuro, lo peor estaba por venir.
Tiempo después, teniendo que salir un día nublado, de paso por el parque, fue atacado por una jauría de perros callejeros que no lo vieron, pero sí lo olieron. Los animales se limitaron a ladrar furiosamente porque no podían verlo.
Aterrorizado, corrió y corrió tan fuerte que se vio obligado a trepar a un árbol para protegerse. Entonces no supo cómo actuar, qué hacer, en caso de que los malditos animales no se fueran. Finalmente, un grupo de niños los ahuyentó con piedras, sin darse cuenta de que estaba acurrucado en la copa del árbol. Sintiéndose cómodo y divertido, se quedó dormido ahí principalmente por fundirse con el gris carcomido de los troncos. Notó sorprendido que una astilla marrón escamosa de la corteza del tronco había comenzado a cubrir su mano derecha, la cual estaba agarrada a la madera. Intentó quitársela, pero fue en vano, una nueva capa más robusta estaba lista para reemplazarla y cuando despertó, fue tragado por completo por el árbol, donde cantaban decenas de pájaros.
Al amanecer, sintió que la base del tronco se mojaba cuando los mismos perros que lo obligaron a trepar, orinaron sobre él.