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Ciudad de México, 8 de abril de 2025 (Neotraba)

Las calladas del Boom. Escritoras ignoradas del Boom latinoamericano de Evelina Gil. México, Nitro Press, 2024

Heredero del blog La trenza de Sor Juana, donde Eve Gil reseñó, durante años, la obra de autoras de todas las latitudes, hoy tenemos la fortuna de contar con Las calladas del Boom, editado por Nitro Press en su colección InterViews, que rescata la presencia de veinte autoras latinoamericanas que, de una u otra manera, sufrieron desdén, olvido, descuidos o marginación en la historia literaria de la segunda mitad del siglo pasado y principios de éste. Ellas son Dulce María Loynaz, Silvina Ocampo, María Luisa Bombal, Josefina Vicens, Armonía Somers, Elena Garro, Clarice Lispector, Aurora Venturini, Marta Traba, Rosario Castellanos, María Luisa Mendoza, Inés Arredondo, Luisa Josefina Hernández, Elena Poniatowska, Nélida Piñón, Rosario Ferré, Luisa Valenzuela, Albalucía Ángel, Marvel Moreno y Cristina Peri Rossi.

Quijotesca aventura, le llama Eve, no sin razón, a este afán suyo de buscar una genealogía femenina en las letras contemporáneas, un lugar de pertenencia para todas las que nos dedicamos a este oficio, a veces tan demeritado. Confiesa, en su prólogo a este volumen, que se propuso “una reelaboración del canon”, un mapa propio de “lo que pudo ser un Boom inclusivo, que remedie en cierta medida la ausencia o invisibilidad de numerosas plumas femeninas que no hallaron, en aquella época, el respaldo publicitario que sí tuvieron los autores hombres.

Como en La trenza de Sor Juana, Eve, que es tan buena conversadora, nos narra estas reseñas como si se tratara de anécdotas familiares o amistosas, sin arideces académicas ni falsas pretensiones intelectuales. Por eso Luisa Valenzuela ha dicho que éste es “Un libro sabio y a la vez entrañable”. Porque Eve va hilando finamente criterios literarios con cuitas personales, de una hermosa manera, que mantiene nuestra atención hasta el punto final de cada viñeta y nos anima a adentrarnos en la siguiente.

A pesar de que disfruté de muchas, la primera reseña del libro me tocó muy íntimamente. En ella encontramos a la pobre Dulce María Loynaz, quien terminó sus días recluida en su vieja mansión de El Vedado, cayéndose a pedazos (la mansión y ella), despreciada y marginada por las autoridades culturales cubanas por ser considerada una burguesa aristocrática que no se arrepintió de su estirpe ni se sumó al carro de la revolución y a quien a nadie le convenía tener por cercana, mucho menos por amiga. Quien se asomaba a la reja o tocaba la puerta de su casa, sabía de antemano que estaba en peligro.

Hace un par de años, la colección Vindictas de Libros UNAM publicó su novela Jardín, que Eve comenta en este libro, salpicada de anécdotas y reflexiones interesantísimas que ubican a Dulce María en su condición humana y trascendente. La edición de Vindictas, que se caracteriza porque una autora joven presenta a la autora rescatada, es el único título de esa colección que no tiene prólogo. La heredera de los derechos, una parienta de Dulce María que vive en Cuba, rechazó el texto que propuso Legna Rodríguez Iglesias por ser una cubana que vive en Miami y por hacer ciertas afirmaciones que la dirigencia de la revolución podría interpretar como críticas o, peor aún, disidentes.

Y de pronto, como cantaba Silvio Rodríguez, me veo claramente en aquella Cuba de los ochenta, escuchando decir que una escritora debía escribir como los hombres, con “lenguaje neutro”, porque la literatura femenina era cuestión de amas de casa, de mujercitas, literatura rosa, cursi, sosa, doméstica; no sólo prescindible, sino repudiable, menor, nada heroica, contraria a lo que el socialismo exigía del hombre nuevo. Tal vez no está de más decir que las mujeres cubanas, entonces, no éramos mujeres nuevas, sino también hombres nuevos.

Después, cuando salí de Cuba, desaparecí de la historia de la literatura cubana, como había desaparecido Dulce María, que no era contemplada en ningún plan de estudio, ni siquiera los de las especialidades de literatura cubana de las universidades, y nunca volvió a mencionarse mi nombre, como no se mencionó el de ella durante décadas en los circuitos poéticos aprobados por la oficialidad. “Pero a esos olvidos estoy acostumbrada”, dice Dulce María en el libro de Eve, y yo la secundo.

Porque si alguien piensa que tratar de silenciar la voz de las mujeres es práctica ya superada, se equivoca. La propia Eve ha denunciado consuetudinariamente los intentos de ciertos oscuros personajes que pretenden borrarla de la historia de la literatura sonorense. Y ése es precisamente el valor de este libro: recuperar para el presente y el futuro a las que fueron silenciadas, invisibilizadas, marginadas de la literatura latinoamericana del siglo pasado. Por múltiples razones, pero en esencia, por miedo, recelo y envidia; por ese machismo que ha sostenido, y lamentablemente sigue sosteniendo que, salvo contadas excepciones, las mujeres no somos buenas escritoras. Aun cuando estas mujeres coetáneas del Boom estuvieran ahí, ante la vista de todos, con obras novedosas y portentosas, al nivel de los mejores de ellos. Aun cuando fueran sus compañeras en las tertulias, las revistas, los salones literarios y también, cómo no, en las aventuras amorosas.

Los más de 30 años de investigación y escritura que Eve ha dedicado a este tema son ya un sueño parcialmente cumplido en este tomo. Digo parcialmente porque habrá más y porque Eve es una escritora, una investigadora y una promotora incansable que no va a detenerse porque, como ella ha declarado: “El feminismo no es un aquelarre ni una moda. Es un compromiso ideológico, moral y vital”. Y al contrario del silencio que quisieron destinarnos, este libro calla a quienes, como el tío de Cristina Peri Rossi, han dicho que “Las mujeres no escriben y, cuando escriben, se suicidan”. Más vivas que nunca están estas mujeres en las páginas de este libro. Más vivas que nunca sigamos todas en el camino de la literatura. Porque silenciadas, como dice la consigna del 8M: Ni una más, ni una menos.


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