Despedirse es:
Después de todo, aceptar que no hay nada más qué hacer ante el tiempo.
Después de todo, aceptar que no hay nada más qué hacer ante el tiempo.
Por Juan Jesús Jiménez
Puebla, México, 9 de enero de 2023 [00:01 GMT-6] (Neotraba)
Deslizaré esto bajo la puerta para que no debas hacerlo tú.
https://www.youtube.com/watch?v=z6sw-Gv36WI
Quería hablar sobre por qué no me agradan los argumentos en las películas de navidad. Pero a la mitad me di cuenta que es un poco absurdo hablar de un problema sin mencionar el problema. ¿Qué es una despedida? Siendo duros podríamos decir que es solo una interjección a modo de una locución de palabras, o expresada en una sola. Pero deberíamos olvidarnos del lenguaje no verbal para eso, también de que es a veces una despedida, lo más importante dentro de una oración. Y ejemplos hay millones. En la literatura, en el cine, en el arte plástico, en la vida. Y, sobre todo, ahora que terminó y comenzó un año, cuando la ausencia ocupa una silla entera para escribir sobre la mesa: aquí había alguien.
Una despedida en muchas ocasiones es signo de lo inconcluso, el equivalente a una promesa que requiere tiempo como prenda y paciencia como pago. Lo inconcluso por su parte, nos persigue en pequeños tramos, dando la impresión de que siempre está ahí con nosotros.
En mi caso ganar el nobel para visitar Oslo, vivir en un departamento de Playa del Carmen, ver una noche estrellada. Aquello que vive dentro de lo imaginario parece doler mucho más cuando las despedidas no llegan, simplemente se alargan y no cierran, ni sanan, existen como un recordatorio cuando hace frío y vemos una lluvia inesperada en diciembre.
Lo inconcluso es, por mucho, un motivo que usa la soledad para adentrarse en los huesos y dejarnos en cama todo el día, sin ganas de hablar, sin fuerza para movernos más allá de una caja de recuerdos, fechas y duelo sin resolver. Porque no sabemos cómo hacerlo, porque no sabemos incluso que estamos dentro de un proceso de duelo.
No hay nadie que nos enseñe a sentir. Sentimos como efecto de la realidad, pero ni nuestros hermanos, ni amigos, y mucho menos nuestros padres te explican qué y cómo vivir con aquello que se para detrás de nosotros cuando palpita nuestro corazón y recibimos el primer impacto del mundo en la cara. Por lo mismo, nadie está capacitado para enseñar a sentir. Nadie sabe cómo. Sabemos solo aquello que nos permite vivir. Y nos acostumbramos a llevar con nosotros lápidas enormes, a grabar epitafios de lugares, de personas. Nadie nos enseña a sobrellevar el dolor, ni a saber qué hacer después de alguien se ha ido.
Y no es para menos. Una despedida es también una parte importante en la constitución de una persona. Y si no me cree piense en todas las despedidas que ha dado en su vida, grandes o pequeñas, insignificantes por la cortesía, o dolorosas por la pérdida. Es una costumbre terminar conversaciones con una despedida, una promesa de un próximo encuentro que puede no llegar.
Probablemente pasamos mucho más tiempo como humanidad diciendo adiós que iniciando conversaciones. Nos despedimos todo el tiempo, como pensando en la muerte, como que presentimos no existir después de terminar una llamada. Por eso, no es sorpresa encontrar en la psicología un tema tan extenso como lo es el perder algo que nunca ha sido palpable, y en preparatoria te hacen aprender el proceso que deberías vivir según el estándar: negación, ira, negociación, depresión, aceptación. Uno lo repite desde lo racional, como si fuera un instructivo de qué hacer cuando cae un avión. Uno no lo sabe realmente, porque no piensa en mantener la calma, le puede el alma, las ganas de salirse de su mismo cuerpo y verse morir sin sentir dolor.
El pánico de ser conscientes de la ausencia de otro, es un reflejo de que, de cierta forma, el yo que empezó la relación tampoco está ahí. No nos encontramos ni a nosotros mismos cuando el panorama del mundo cambia, cuando la tristeza y el enojo nos han esposado, cuando no hay nada más qué perdonar ni sentir al respecto. El duelo, la pérdida, el sentimiento de impotencia por recuperar lo conocido, solo se impregnan en nosotros, y de pronto no tenemos tantas cosas en la cabeza, más que poder salir de la cama, tomar un café, sobrevivir el invierno.
Después de meses en los que nada encajaba, creo que lo único que hace falta es decir adiós de la forma apropiada. Respetando el deseo de otra persona, o sus convicciones, o la manera que la recordamos incluso, para hacer que lo inconcluso no sea una puerta abierta para la incertidumbre, sino un camino lleno de hojas que sacudir y limpiar, juntar en un montón y tirarnos en él si nos apetece. A veces, pequeñas acciones ayudan a dar cierres apropiados. Como devolver canciones, guardar regalos, respetar fechas; pero no con una intención de luto, sino una de humildad, en que sabemos que somos frágiles, que nadie nos ha enseñado a sentir ni a dolernos, pero que somos nosotros quienes deciden un día levantarse, con o sin fuerzas, poner en la mesa un plato y atarle las manos a la soledad. Saber que lo inconcluso no es la muerte, es vida que se mira de vuelta, mientras desayuna, mientras despide en sus lágrimas amores imposibles, caricias lejanas, voces pequeñas, noches largas, y el calor de un ocaso que se guarda, en algún departamento de Playa del Carmen, pisoteando una medalla del Nobel para abrir la puerta y encontrar un futuro que no estará más ahí.
Despedirse es, después de todo, aceptar que no hay nada más qué hacer ante el tiempo.