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Foto cortesía de Rosana Ricárdez.
Foto cortesía de Rosana Ricárdez.
Por Rosana Ricárdez.

La última comida

La desobediencia le sería ajena. La obediencia, en cambio, fundamento de su vida. Sin embargo esta vez moría de ganas por devorar la carne colocada (¿por quién?) frente a él. La res le parecía tan apetitosa que estaba dispuesto a no reflexionar. Pero una nube de polvo se levantó y arrasó con lo que existía. Una mujer, ésa, se aproximó y dijo que el plazo se había vencido. Él despertó. (Porque el sueño lo había invadido.) La guerra continuó y su abuelo no estaba más allí. Comió.

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Dos veces el asesinato

El asesino, trato de escapar, la foto sigue ahí.

Estoy en una fiesta, algo extraño sucede, todos saben que en algún momento querré escapar. Fingen que todo marcha a la perfección. Yo aún no lo sé. Hay un jefe, alguien que sólo observa sentado cómo jugamos. Voy al baño, veo la fotografía (su retrato, sentado en una posición desafiante, rostro descompuesto, ojos saltones, carcomido por bacterias, delgado, rostro alargado, me ve fijamente, lo hace desde el salón donde los demás juegan). Me doy cuenta que esa realidad se repite. Me doy cuenta que es una trampa, que quiere matarme y volver a hacerme suya. Los demás son como él. Hay otros como yo… sólo una. Regreso como si nada hubiera pasado. Ella quiere escapar. Yo no soy yo, soy un hombre. La atrapan. La saquean. La estrujan. La ingieren. Me encuentro como si nada hubiera pasado. Ahora todos simulamos que no querré escapar. Simulamos jugar, jugamos una ronda infantil. Intento escapar. Me dirijo hacia la verja. Está abierta. No puedo cruzarla. Me atrapa.

El asesino, la foto sigue ahí.

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