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Por Isis Samaniego

Puebla, México, 14 de octubre de 2020 [00:01 GMT-5] (Slow Food)

Tuve que salir de improviso a la ciudad de Córdoba, Veracruz. Ya saben, temas familiares que no son fáciles. Sin embargo, hay épocas en las que apremia llegar a saludar o dar el pésame por algún ser querido. Este año vino oscuro: ya los chinos declararon que, según su calendario, es el año de la rata, y de acuerdo al animal ¡se sabrá cómo nos va! De ahí que no podíamos esperar menos, aunque claro, jamás nos esperamos una pandemia y todo esto de la nueva normalidad; los cubrebocas, los conflictos económicos, el avance de la pobreza en todo el mundo.

Aunque los países europeos digan que ahí van, avanzando lento, que ya la vacuna está casi lista; cabría aclarar que ese casi puede ser un año, o dos, o quién sabe. Aclaro que en nuestro continente eso podría ser un tiempo prolongado y muy miserable para la gente que perdió su empleo, cerró su negocio o para los estudiantes de nuevo ingreso que no tienen acceso a los medios de comunicación masivos.

Después de casi seis meses, tuve que transformarme para salir de casa a otra ciudad; recurrir al gel antibacterial, las mascarillas y un tipo de casco intergaláctico y ropa especial para el autobús. Fui de entrada por salida; dormir una noche en un hotel y al otro día despertarme temprano para disfrutar del clásico chipi chipi de la zona, ir al mercado a desayunar picaditas y café con leche, clásico de aquí. 

Después, ya relajado el estómago, empezar a caminar para buscar frutas y verduras que vi y probé en mi infancia en estos pueblos y que ahora ya no se ven; de pronto porque nos hemos vuelto muy citadinos, otras porque nos gusta andar por la vida de hilarantes comensales de comidas extravagantes gourmet y nos olvidamos de lo rico que son los mercados de nuestros pueblos para desayunar o comer. Como ya hemos dicho antes, los mercados son lugares donde nos podríamos asombrar todavía, encontrar gente con ropa aún confeccionada por ellos, artesanía viva, artefactos de cocina hechos en barro y basalto, guisos que pensábamos perdidos o yerbas de las cuales solo las abuelas sabían para qué servían.

Y justo voy dando vueltas cuando descubrí un frutillo silvestre que tenía tiempo no veía: la guayaba extranjera o berenjena silvestre. Me puse a conseguir información sobre el fruto y nada. Pero lo bueno de tener amigas muy avezadas en las nuevas tecnologías es que a una de ellas le envié fotos, santo y seña de él. ¡Y que lo va encontrando! Resulta que el pequeño fruto dicen unos que es originario del Perú, otros que de Bolivia, entonces para que no existan esas peleas de pronto hasta tontas, yo expongo aquí que es originario de América. ¡Sí! De este continente que tanto le ha dado al mundo.

Planta de la guayaba extranjera. Foto de Isis Samaniego.
Planta de la guayaba extranjera. Foto de Isis Samaniego.

Inmediatamente me envió información sobre este frutillo, ya que los nombres que se le dan en México nada que ver con cómo lo conocen los centroamericanos: Tomate de árbol (Solanum Betaceum), Sachatomate o Tamarillo.

Este arbusto es una planta angiosperma del género de las Solanáceas de no más de tres metros de altura, con corteza grisácea y hojas perennes. Estas especies de tomate se le denominan especies espontáneas relacionadas taxonómica y genéticamente con los tomates, los cuales se agrupan en Juglandifolia Lycopersicoides del género Solanum. Todas estas especies son exclusivamente sudamericanas y constituyen un recurso genético muy importante para el mejoramiento de la planta

Hay dos variedades: el rojo y el amarillo. En México lo encontramos en la Sierra de Veracruz y en Puebla en algunas regiones de la Sierra Norte, aunque es muy poco frecuente ya que su consumo es prácticamente nulo y está en condiciones de vulnerabilidad ecológica, o sea, que puede perderse como otras tantas especies poco conocidas que no tienen valor comercial para su conservación y la gente deja de cultivarlo. Sin embargo, en Sudamérica se cultiva en el Perú, Colombia, Bolivia, Brasil, Ecuador, Venezuela, también lo podemos encontrar en Argentina y actualmente se cultiva en países africanos y de Asia.

Este pequeño árbol tiene flores de 1 a 4 centímetros de longitud, cáliz persistente en el fruto de color que va del blanco al rosa. Son acampanadas y su fruto puede medir de 5 a 10 centímetros de largo. Son ovoides, suaves al tacto, de color amarillo verdoso o anaranjado. Este fruto es un recurso alimenticio que podría ser potencial para conservas y jugos. Los campesinos les atribuyen propiedades medicinales para aliviar enfermedades respiratorias, y tiene sentido ya que son ricos en vitamina A, B, C, y E además de hierro. También lo recomiendan para la anemia. El fruto se consume crudo una vez maduro, en jugos y cocidos en mermeladas, aunque de preferencia se elimina la cáscara, ya que suele ser algo astringente. Yo me lo como solo crudo. Al cortarlo por la mitad podemos encontrar una densa masa suave de color rojo oscuro al vino, lleno de pequeñas semillas de sabor agridulce aunque hay algunos más dulces que otros.

Los invito nuevamente a darse una vuelta por los tianguis y mercados de los pueblos, no dejemos de consumir estos productos, no dejemos que se olvide su sabor, su color y no dejemos que se pierdan los nutrientes de estas plantas misteriosas que, aunque tengan todo en contra, la tierra y ellas nos siguen convidando sus frutos.


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