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Escena de la película Ya no estoy aquí.
Escena de la película Ya no estoy aquí.

Por Brandon Vázquez

Xalapa, Veracruz, 7 de junio de 2020 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Acabo de terminar [sic] de ver Ya no estoy aquí, película de Fernando Frías que ya llevaba rato de estrenarse entre los círculos cinéfilos y que llegó a Netflix este año. Debo decir que es una película increíble. Yo no sé de cine, la verdad, pero no hay que ser muy listo para darse cuenta de que tampoco es la gran película. Puedo enumerar varias incongruencias, varios vacíos argumentales, un montón de vainas que a los estetas les gusta señalar para recalcar de nuevo sus bien pintaditos decálogos del buen cine. Pero no me interesa. Argumentar por qué sí o por qué no debe uno mirar la película es del tipo de necedad, o al menos es algo que me gusta pensar que vi en la película, que el filme trata de poner en tela de juicio. Lo cierto es que yo recomendaría la película porque no puedo evitar identificarme con el protagonista.

Escena de la película Ya no estoy aquí.
Escena de la película Ya no estoy aquí.

Desde la marginación hasta ese ímpetu de andar rolando todo el día, echando cigarro con la banda, malandreando, tirando pintas y, desafortunadamente, haciéndola de pedo a gente con la que no debería meterse uno. En mi inflado ego de pequeñofifí, me gusta pensar que la historia de Ulises no hubiera sido distinta de la historia de mi infancia, de mi adolescencia, entre los barrios de las afueras del municipio de Puebla y el principio del municipio de Amozoc.

¿Y cuál es la historia de Ulises? Pues la de un grupo incalculable, inimaginable, de mexicanos que tienen que vivir día a día en un pozo putrefacto abarrotado de violencia. El Ulises mexicano, señoras y señores, que a diferencia de su homónimo griego, tiene que volver a casa, sin nada, sumido en una decadencia más asquerosa que la que dejó el día que se fue. Ulises es un muchacho de diecisiete años, líder de una pandilla autonombrada Los Terkos, que tienen como pasatiempo favorito la Kolombia, la cumbia colombiana.

Escena de la película Ya no estoy aquí.
Escena de la película Ya no estoy aquí.

De eso trata la película: de cómo Ulises se tiene que ir de su barrio, de su ciudad natal, y de cómo le fue en el lugar a dónde llego. No hay héroes, no hay victoria. La película es un retrato de la vida cotidiana en un país que perdió la guerra contra el narcotráfico y donde todos son víctimas. Si uno ve la película con la esperanza de encontrarse con una gran historia temo que puede quedar decepcionado. No es ese el objetivo del filme. No. Como dije líneas arriba, se trata de un retrato. La fotografía de la cinta es maravillosa, verosímil, verdadera. La ciudad de Monterrey vista desde una perspectiva específica. Y vaya qué colores y qué imágenes tan sorprendentes.

Un aspecto en específico que llama bastante la atención: la mirada de Ulises es la mirada de la banda que escupe fuego en los cruceros, que hace malabares en las avenidas. Me hace pensar en las doñas que piden dinero para darle de comer a sus hijos que están sentadas afuera de los restaurantes que están en los portales del zócalo de Puebla. Recuerdo una ocasión en que salí a botear a los camiones, con mi guitarra. Estaba cansado y había empezado a llover. Me atajé en el portal que está a un costado de la iglesia, del lado del camino que va para Profética y esa señora, que ahora me es imposible describir, estaba sentada en el suelo, con un gesto en el rostro de dolorosa tristeza y resignación, con la mano estirada para que alguien le diera una moneda. Fantasmas. Todas estas personas son fantasmas, como Ulises perdido en los yunáites.

Escena de la película Ya no estoy aquí.
Escena de la película Ya no estoy aquí.

Me es difícil describir esto sin sonar como un bufón pretencioso, pero cuando sales a botear con tu lira, hay una especie de sensación de que estás del lado de toda esa banda. Y estás de ese lado aún sin tener que botear, pero cuando lo haces, la sensación es más fuerte. Porque cuando eres tú el que pide limosna, te das cuenta de que la línea es muy delgada entre tenerlo todo y no tener nada. Como el momento en el que Ulises se chinga una mona y acaba tirado y detenido por la policía.

De la película hay muchas cosas que aprender, eso ya queda en el espectador, pero si se puede hacer hincapié en este momento sobre una lección de entre las muchas que ofrece la movie es que la vida es frágil, pero siempre ofrece esperanza. Como el momento en que el cholombiano cholochumbia corta su cabello y sube las escaleras.

Escena de la película Ya no estoy aquí.
Escena de la película Ya no estoy aquí.

Ese ascenso me parece clave en la película. Ahí está la tregua. Ahí está la lección: la vida es jodida y muy dura y vivir, sobrevivir es muy difícil, pero siempre habrá momentos para respirar, para subir, para levantarse.

En general, creo que la película es muy recomendable, para discutirse, para analizarse, para bailarse y para entender que la diversidad es clave en la meta humana de la paz. Si no hay victoria, por lo menos que no falte la cumbia, el ritmo y el sabor. Terkos por siempre, ese.

Cartel promocional de la película Ya no estoy aquí.
Cartel promocional de la película Ya no estoy aquí.

Reseñas

  • Para un libro de mil páginas esta es una nota breve: El Dodecamerón de Alejandro García
    Un libro entrañado que encuentra siempre una salida airosa en el humano resplandor de lo trivial y en el humor a pie de calle. Una reseña de Edgard Cardoza Bravo.
  • Cosas que ya parecen
    Ricardo Solís se desplaza con una seguridad implacable contraviniendo todo lo que es el mundo para sumergirse en las pulsaciones más íntimas y decir las cosas que parecen simples pero que no son. Una reseña de Carlos Sánchez sobre Cosas que ya parecen polvo.
  • Visita guiada al Diseño de interiores, de José P. Serrato
    Leer este libro es como transitar por una casa, hecha a modo y semejanza de las ideas del poeta. Hay que seguir un trazado que demanda cautela. Una reseña de Adriana Ventura Pérez.
  • El caso Cumbres, de Javier Munguía: el true crime y la dignidad
    Daniel Avechuco reseña el true crime de Javier Munguía sobre el caso que sacudió a Monterrey en 2006: es tal la indignación que experimentas como lector, que cuesta seguir leyendo.
  • Reminiscencias purpúreas
    Reseña de José Juan Cervera: El recuerdo de Ricardo López Méndez en la novela Púrpura encendida de Aída López Sosa lleva a recrear pasajes de vida del vate yucateco, incorpora una figura oscilante entre ficción y realidad como contrapunto del despliegue narrativo.
  • El carnaval del rencor llamado casa
    El árbol de los frutos muertos de Carlos Sánchez evoca varias imágenes y asociaciones poderosas que giran en torno a la decadencia, la pérdida, la muerte y al ciclo natural de la vida. Reseña de Juan Olivares.
  • El espejo de la humanidad en las jaurías
    Una reseña de Aída López Sosa del cuentario Humanas jaurías de Adrián Curiel Rivera: Nos recuerda que, a fuerza de la convivencia elegida o involuntaria, los humanos somos más parecidos a los perros de lo que creemos pues, así como ellos se han domesticado adoptando costumbres humanas, nosotros hemos “perrunizando” conductas cuando interactuamos con la otredad.
  • Libertad, igualdad, fraternidad
    Judith Castañeda nos trae una reseña de la ópera Andrea Chenier: encontramos clases sociales separadas: la aristocracia que celebra reuniones, se preocupa por bailar bien la gavota e ignora el tambalearse de su estatus. Y, por otra parte, las escenas pastoriles, enmarcados en una revolución social.
  • Apuntes sobre Anónimo Hernández, novela de Mauricio Bares
    En el acto de forzar el lenguaje hacia un territorio atrabancado y rítmico, atropellado y locuaz, se halla el cariz más grato: un fondo musical que intensifica las honduras existenciales y literarias de Anónimo Hernández. Reseña de David Marín.
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    Atribuirles a las máquinas características y conflictos humanos sin considerar la complejidad de nuestra propia naturaleza no solo es inexacto, sino que limita nuestra capacidad de comprender tanto a la inteligencia artificial como a nosotros mismos. Un artículo de Ana Gabriela Banquez Maturana.
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    Un cuento de Andrea Valdés en donde las personajes dialogan sobre su historia funesta en Ciudad Juárez, Chihuahua. Una herida dolorosa.
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