Casas. Segunda parte.
Adriana Barba continúa su recorrido por las casas de Monterrey y esta semana habla de la Casa del Libro de la UANL.
Adriana Barba continúa su recorrido por las casas de Monterrey y esta semana habla de la Casa del Libro de la UANL.
Por Adriana Barba
Monterrey, Nuevo León, 24 de abril de 2020 (Neotraba)
La semana pasada les hablé sobre algunas casonas antiguas construidas entre 1887 y 1930 en el centro de la ciudad de Monterrey.
Les comenté de la desgracia que viven algunas de ellas, abandonadas hace décadas, a la espera de que se acabe la agonía de recordar los años dorados llenos de gloria, y por fin esperar su último aliento.
Pero tengo que decirles que hay casonas que no sufren por el abandono de los suyos, le podría llamar “un segundo aire”. Sí, algo parecido a cuando te divorcias y encuentras en un segundo matrimonio toda la felicidad que jamás pensaste tener.
Eso le pasó a la construcción de la que les voy a hablar.
Padre Mier y Vallarta, en el centro de la ciudad, unas calles muy transitadas por estudiantes y trabajadores, justo en una esquina. Esta magnífica edificación se encuentra enclavada en el extremo occidental del barrio de La Purísima.
Se trata de la residencia estilo inglés que mandó construir en los años 20 un próspero hombre de negocios, llamado Don Refugio Martínez Elizondo, comerciante de abarrotes al mayoreo, activo por lo menos durante las décadas de 1910 a 1940.
Casado con doña María Teresa O´Dowd, formaron la familia Martínez O´Dowd.
Este maravilloso lugar, lleno de magia y de letras, envuelto en un exquisito olor a libro nuevo desde el año 2011 es La casa Universitaria del Libro, y pertenece a la Universidad Autónoma de Nuevo León.
La conocí en 2016 y caí rendida a sus pies, no existe momento en que pises la casa y no salgas con una sonrisa de oreja a oreja. He tomado talleres, he pasado las últimas fiestas patrias, día de muertos, posadas navideñas y aniversarios en ese lugar y no me canso de admirar su belleza.
Tiene magia. Al entrar al estacionamiento un guardia muy amable –aunque la sonrisa no es su especialidad– te entrega una estampita con el número de visitante que eres, lo tienes que pegar en tu pecho, al hacerlo ese número y tú se vuelven uno, te envuelve y te hace parte de ella. ¡Claro! es la estampita la que tiene poderes: Donald y Lucas, los patos que viven en el jardín de la casa, te observan con recelo. Al parpadear, ya no los ves, huyen con una velocidad de maratonistas.
Al entrar a la casa te encuentras con lo mejor: libros y más libros, historias que darían todo por ser leídas siempre. Los pisos crujen poniéndote la piel chinita.
Uno de los cuartos que siempre llaman mi atención son los que están en la parte de arriba, en dónde estaban las costureras de la patrona. Es chico con una vista espectacular, siento que pertenezco ahí, entre telas, hilos y agujas de 1920, trabajando en lo que más amo: los vestidos.
Me concentro y camino hacia el cuarto donde tomaré mi taller. Volteo al piso, es la habitación que pertenecía a Don Refugio, al lado la habitación –con pisos en tonos color pastel– donde dormía Doña Teresa. Un balcón hermoso comunica ambos cuartos.
Los nietos de los Martínez O’ Dowd expresaron sentirse muy orgullosos de que la casa de sus abuelos tenga un uso tan hermoso.
La Casa del Libro es la institución educativa pública que más libros edita en el norte del país. Teniendo una producción anual de 120 ejemplares en promedio. La Casa es un centro de escritores universitarios, el cual otorga una beca anual para aquellos que tienen muy clara su vocación.
No me queda duda que esta casona tuvo la mejor de las suertes, y pasará muchos años más encerrando historias nuevas, de todos los que no podemos estar lejos de ella.
¿Usted ya la conoce?
Después de la pandemia, lo invito para que se dé cuenta de que mis palabras se quedaron cortas.