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Nuevo León, 30 de abril de 2024 (Neotraba)

Los perros acompañan a los humanos en todos los climas y ecosistemas del mundo. Lo mismo los encontramos colaborando como perros de rescate en terremotos de México, que rescatando personas perdidas en los Alpes suizos. Perros en Japón acompañando a sus dueños o en Brasil disfrazados en el carnaval de Río de Janeiro. Ni siquiera los paisajes más agrestes o las condiciones más extremas están exentas de la compañía de los cuadrúpedos. Incluso en alta mar, en barcos, existen perros navegando con sus amigos. No han llegado a la punta del Everest, en Nepal, porque ahí ni siquiera los sapiens hemos logrado asentarnos. Pero en todo lugar donde existe una comunidad sedentaria humana, llámese campamento, aldea, villa, pueblo, ciudad o metrópoli, los perros nos acompañan.

Precisamente esa es la historia del perro protagonista de la novela El llamado de la selva (1903), de Jack London. Buck es un macho grande, cruza de San Bernardo, que vive en California, EU. Tiene una vida agradable con Mollie y Alice, las hijas del juez Miller. Su existencia es pacífica hasta que un grupo de secuestradores de perros lo captura, por su tamaño y pelaje, para venderlo en las frías tierras de Canadá. En la novela el gobierno de aquel país solicita perros para tirar trineos polares para transportar el oro extraído de las minas. Esa necesidad debe ser cubierta a como dé lugar y abre un mercado ilegal que se sustenta en el robo de animales domésticos. Para Buck significa pasar de una condición cómoda y servil, a un golpe de salvajismo y fiereza que necesitará para sobrevivir, primero entre los otros perros y luego a las duras condiciones climáticas que le esperan al tirar un trineo. Al alejarse de la vida rutinaria y placentera tiene que desarrollar una resiliencia enorme para adaptarse a las condiciones que le impone su medio.

El respeto por la propiedad privada y los sentimientos personales estaban muy bien en las regiones meridionales bajo el imperio de la ley del amor y la fraternidad, pero en el norte, donde prevalecía la ley del garrote y el colmillo, era un necio quien tuviera en cuenta tales cosas. (London, 34).

La resiliencia de Buck, es decir, su transformación continua, nos recuerda la teoría Darwinista de selección natural donde no sobreviven los más fuertes, sino los que logran adaptarse mejor al entorno. A veces son los más poderosos y crueles, pero no siempre ocurre así. Entre los perros, Buck pierde la conducta hogareña y se transforma en una bestia de carácter feroz y hosca presencia.

La bestia dominantemente primitiva era poderosa en Buck y, bajo las rudas condiciones de aquella vida, fue creciendo sin parar. Pero fue un crecimiento secreto. Su astucia recién adquirida le proporcionó desenvoltura y autoridad. Estaba demasiado ocupado en adaptarse a su nueva existencia como para relajarse, y no solo no buscaba peleas, sino que las rehuía siempre que era posible. (London, 37)

Jack London fue un novelista culto que en sus narraciones planteaba al lector historias intensas que entretienen y emocionan incluso un siglo después de publicadas, también reflexiona temas filosóficos como la idea del Übermensch de Friedrich Nietzsche o la teoría de la evolución de Charles Darwin que aparecen velados en El llamado de la selva. Las obras de London son tema de análisis eruditos y de investigaciones académicas de nivel posgrado por los elementos que en ellas se describen. Cabe mencionar que en sus ficciones se nota un agudo conocimiento de la naturaleza humana, emparentada con la animal, y las particularidades de la sociedad de su tiempo. En el personaje Buck encontramos motivos de índole filosófica, al tiempo que nos deleitamos con extractos literarios de una belleza incomparable como cuando el perro recorre la región septentrional del Yukon y atestigua lo siguiente:

Con la aurora boreal vibrando fríamente en el cielo o con las estrellas brincando su gélida danza y la tierra aterida bajo el manto nevado, aquel canto de los huskies parecía ser un desafío a la vida, pero en ese tono menor, entre larguísimos aullidos quejumbrosos, era más bien una súplica, una queja manifiesta por el duro trabajo de existir. (London, 50).

Tanto las productoras Walt Disney como Amblin Entertainment financiaron proyectos cinematográficos que recuerdan la aventura de Buck en el ártico. La película Rescate en la Antártida (2006), del director Frank Marshall, o Balto (1995) película animada dirigida por Simon Wells, están basadas en historias de perros reales[1] que se enfrentaron a condiciones climáticas extremas para cumplir con su misión. Tal como Buck, los perros de los filmes enfrentaron con valentía un paisaje blanco e inhóspito que los retaba al límite de la sobrevivencia. Los perros del ártico enfrentan el frío, el hambre, el cansancio, las jaurías de predadores como lobos hambrientos que arriesgarían la vida con tal de llevarse un bocado de carne tibia al hocico y para quienes los perros de trineo son víctimas idóneas. Estos valiosos canes se defienden a sí mismos y protegen, aparte de sus múltiples tareas en el trineo, a sus aurigas. Son perros héroes. Debido a nuestras latitudes y nuestro tiempo es difícil comprender la importancia que tuvieron los canes para transportar trineos a principios del siglo XX cuando los medios de transporte eran limitados.

En el tiempo de Buck no existían automotores para recorrer la tundra por lo tanto gran parte de la economía canadiense se sustentaba en la potencia biológica de los perros. The call of wild (2020)[2], dirigida por Chris Sanders, es una película dulzona e ingenua que no logra plasmar la belleza salvaje que en el libro transforma al perro Buck de un animal doméstico a un predador alfa. Se entiende que la película basada en el libro de London está dirigida a un público infantil por lo que muchas cosas se modifican en el argumento de la trama. No necesariamente para bien. Lo que London plantea en su ejercicio literario es la idea de retornar al atavismo, a los instintos del animal. No era una representación de la amistad u oda al cariño y la fraternidad entre humanos y perros, como se expresa en la película.

La aventura de Buck subyace en la conquista del poder, pues entre los perros, como en todos los mamíferos terrestres, el poder significa adaptación y dominio. Por eso luchan los leones contra otros; los osos; los gatos cada noche en los tejados, los seres humanos luchamos con armas distintas: política, dinero, instrucción y municiones. Los perros, descendientes de lobos, no son la excepción. Por eso cuando Buck decide que es tiempo de ser respetado por los demás miembros de la jauría inicia una terrible pelea para despojar a Spitz del liderazgo, pues en el mundo instintivo en el que se desenvuelve el perro:

No hay término medio: Vencer o ser vencido. La compasión era una debilidad. La compasión no existía en la vida primitiva. Se la confundía con el miedo, y éstas confusiones conducían a la muerte. Matar o morir, comer o ser devorado; esa era la ley, y era un mandato que surgía de las profundidades del tiempo y al que él obedecía. (London, 100)

La idea de salvajismo latente al interior de los mamíferos, por mucho los animales más inteligentes del mundo, está presente en otras obras de London como Colmillo Blanco (1906). En esa novela el perro también arrastra un trineo y es cuidado por un humano como cuidaban a Buck. “Los perros eran los primeros en ser atendidos cada noche. Comían antes que los conductores, y ningún hombre buscaba su saco para dormir hasta haber examinado las patas de los perros a su cargo.” (London, 68). Ambas obras están emparentadas. No obstante, lo que hace grandiosa a la novela protagonizada por Buck es su final inquietante: el triunfo del instinto sobre la domesticación, el regreso al salvajismo.

La sed de sangre se hizo en él más fuerte que nunca. Era un depredador, un animal de presa, que se alimentaba de seres vivientes; que solo, sin ayuda, gracias a su fuerza y su destreza, sobrevivía triunfando en un entorno hostil en el que únicamente lo hacían los fuertes (…) habrían podido tomarlo por un lobo gigantesco, más grande que el más grande de su raza. De su padre el San Bernardo había heredado el tamaño. (London, 125)


[1] El cadáver disecado de Balto permanece expuesto en el Cleveland Museum of Natural History como agradecimiento a su valor.

[2] 20th Century Studios https://youtu.be/5P8R2zAhEwg?si=2htEpWvhRTK_C9PH

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