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Por Juan Jesús Jiménez

Puebla, México, 11 de enero de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Empieza el año y, con todo lo sucedido en el anterior, no hay lección más útil que la de no ser un desalmado. Siempre estoy enojado, lo saben, pero esta vez tengo una justificación más allá de mi personalidad.

Si estudia actualmente o ya pasó por este limbo en bancas plásticas, todos nos topamos al menos una vez con un profesor o profesora que no nos agrada. Es natural, tampoco deberían tomarlo tan en serio los profesores pues más que estudiantes, somos humanos; nos desagradan algunas actitudes y formas propias de expresarlo –claro, desde el respeto que merecen como autoridad. Pero, si bien defiendo el derecho al descontento y a un espectro emocional libre, me parece insano desquitar esas emociones en la incomodidad ajena. ¿A qué voy? Los profesores que nos desagradan, parecen odiar su trabajo.

Aquí hay dos figuras en el espejo y debemos detenernos un instante para respirar hondo y ser objetivos en nuestro juicio. Debo aceptar que, al momento de empezar a escribir esta columna, estaba enojado más de lo usual y pasaron algunos días para reconocer realmente el panorama detrás de mi frustración. Vayamos por partes. Sobra decir que aquí hablo de los profesores de verdad, quienes están en su trabajo por vocación y no por una palanca de plaza o un enredo por el estilo.

A): Días malos, terribles, horribles, pésimos, malignos… y el estudiante

¿Recuerda cuando hablamos del enojo? ¿Y sobre las formas productivas de usarlo? Bueno, un profesor que libera su enojo sobre los estudiantes es un ejemplo contrario a eso. Piense, por ejemplo, la ocasión en la cual no lo dejaron pasar a un examen, no le recibieron una tarea aunque estuviera en el plazo, o cuando no le contaron un punto que se ganaron… En todos los ejemplos, uno puede notar las ocasiones donde nuestro sentido empático nos hace notar algo extraño en esa persona. En la mayoría de casos es el enojo.

No olvidemos que los profesores también son humanos –a veces. Pasan por frustraciones y decepciones y ello influye en su estado de ánimo, diseñan mecanismos de defensa para expedirlos o –lo ideal– expresarlos. En este último enunciado reposa el problema –el que cuesta tanto llanto a los estudiantes. Nadie nos enseña a lidiar con esas cosas.

La ignorancia sobre nuestras actitudes respecto a nuestras emociones trae problemas para solucionar contrariedades. En caso específico de los profesores, el estrés merma esta capacidad y la vuelve una razón para explotar y, como una olla de presión, debe escapar por algún sitio donde, por mala suerte, están los alumnos llevados por esos vientos coléricos.

No siempre pasa eso, pero es lo más usual y atiende a la falta de atención a la estabilidad emocional sufrida por una persona. Lo mismo puede ocurrir con un estudiante, directivo, y al final se transforma en una cadena de estrés que aplasta a todos con un solo grillete. Producen días malos, terribles, horribles, pésimos, malignos… ¿y el estudiante?

B): Yo, pecador

Debemos reconocer algo: nadie es el mejor estudiante. Siempre hay acciones –o inacciones– de nuestra parte y molestas para cualquier persona. Hoy en día es algo común e incluso les damos nombre a esas actitudes –como ser morro(a) de los plumones, lo(a)s de atrás, y un confuso etcétera de apodos escolares.

Quiera o no reconocerlo, siempre nos quejaremos de algo. Como alumnos no lo notamos siempre pero, detrás de una clase a la que no ponemos atención, hay una preparación ridícula y, obviamente, diseñada para sernos sea útil. Para empezar, porque se debe estudiar para la carrera. Enseñar –aunque aparente lo contrario desde el limbo de bancas plásticas– no es sencillo, se necesita preparación académica y humana.

Si no me cree, trate de explicar un tema abstracto con medios más o menos adaptados para captar la atención y con el único precedente de su memoria. No, no es fácil. Será necesario comenzar a valorar esa labor pero no usarla como justificación.

Si el espíritu humano carece de algo, es de ser estático. Se deforma constantemente para adaptarse a su realidad, el espíritu es arcilla en busca del espacio para extenderse. Y de eso se trata el aprendizaje: en gran parte es formular adaptaciones del conocimiento para volverlo digerible, no sólo un proceso mecánico. Pero aquí surge el siguiente punto.

Punto C): Echen la mano, que así no se puede

Supongo que cuando quieren ejemplificar cómo no hacer protestas, usan el ejemplo de los maestros que paran camiones y bloquean carreteras. ¿Hasta qué punto tienen razón de hacerlo?

No es sorpresa saber que las condiciones laborales en México son muy pobres, o bien, incumplidas en ciertos casos. La educación siempre es golpeada por la poca remuneración y la corrupción existente en sindicatos y organismos rectores de la actividad laboral. Algunos profesores enseñan por gusto, más que por la paga ofrecida. Esto, fuera del compromiso reflejado por parte de esos profesores, es una situación triste, desoladora para los –benditos– insensatos cuyo deseo es dedicar su tiempo a la enseñanza.

Por otra parte, las adaptaciones necesarias para el aprendizaje real del alumnado, no son posibles por un sistema que condiciona las actitudes y facultades de un profesor dentro de su clase, sea por el programa, por el propio contrato que les asegura su trabajo o las presiones externas ejercidas por parte de alumnos o padres de familia.

Así, el propio entorno de un profesor no le permite desempeñarse como uno excelente y, por ello, tiene una carga constante de frustración y estrés que termina con ellos en cada firma de boletas, con cada actitud negativa de los alumnos.

Tiro de gracia

Después de esta columna, no espero cambie realmente sus hábitos como alumno o profesor, pero podríamos darnos el tiempo de pensar en este tipo de cosas. Las razones que llevan una acción detrás de sí. Enójese, que hay razón, pero comprenda que el destino no existe y que todo es una relación de causa y efecto, que nos golpea como bolas de billar. Abra paso, pues, y sea la bola 8 que dé fin a la partida.

Ahora, en tiempos de pandemia, el sistema educativo está entredicho de cambio. Este tipo de reflexiones podrían ser útiles para ver el cambio que beneficie a los alumnos y profesores por igual, reconocer el esfuerzo de cada uno y no sólo se trate de una fábrica de obreros sin alma. A la educación no le vendría mal ser humana, para variar. Y lo digo con todo lo que implica esa definición.

La forma de enseñar y de aprender debe convertirse en un proceso orgánico de intercambio constante, que las aulas –virtuales o no– sean un espacio libre para la experimentación y cuestionamiento de la realidad. Leer sobre volar y amarrarnos los pies al entender la gravedad, disfrutar de la música y entretejer la complejidad que nos hace disfrutarla. Saber que aprender no es castigo, sino crecimiento.


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