Entre la violencia y la subversión: charla con Dahlia de la Cerda
Sub-versivas es un espacio para llevar a cabo la reflexión sobre la literatura femenina actual. Berenice Aguilar entrevista a Dahlia de la Cerda sobre su libro "Perras de reserva".
Sub-versivas es un espacio para llevar a cabo la reflexión sobre la literatura femenina actual. Berenice Aguilar entrevista a Dahlia de la Cerda sobre su libro "Perras de reserva".
Por Berenice Aguilar (@bere5n)
Puebla, México, 12 de mayo de 2021 [00:38 GMT-5] (Neotraba)
¿Cómo y desde dónde observamos un fenómeno? La mirada –sentido privilegiado– parte hacia lo exterior. El ojo mira lo exterior, lo constituye. El objeto mirado nos devolverá una cara, una parte, no su totalidad. Un objeto jamás aparecerá ante nosotros en su totalidad, nos regalará visiones pero no su integridad. Sin embargo, la realidad se constituirá a partir de esas visiones fragmentadas, partes todas de una misma cosa. Perras de reserva es un libro fragmentado. Cada cuento es una visión, una parte, un fragmento de eso que atraviesa todos los niveles de nuestra existencia: la violencia.
Dahlia de la Cerda es narradora, activista y filósofa. Fundadora y coeditora de la colectiva feminista Morras help morras. Su libro Perras de reserva ganó el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2019.
“Siete pecados son los capitales, el mío es la avaricia. Yo estoy en esto por dinero. Entre plata y plomo, elegí los dos porque soy una avara”, dice uno de sus cuentos.
Berenice Aguilar. ¿Cuál es la línea temática que da unidad a Perras de Reserva?
Dahlia de la Cerda. La violencia. La que vivimos las mujeres en México, la cual no se relaciona únicamente con el género o sexo, sino con el contexto de militarización, de guerra contra el narcotráfico, con lo económico y político.
BA. ¿Cuál es la importancia de retomar un género como el cuento?
DdlC. El cuento es un género literario importante.
El cuento relata momentos, habla de anécdotas. Además, considero importante respetar la anécdota como un discurso narrativo. Por ejemplo, si hablamos de una novela, tendríamos que abordar más a los personajes, sus arcos dramáticos, nos enfocaríamos en un proceso más largo. En cambio, el cuento es algo más breve, sucede en un momento; asimismo es parte fundamental de la narración y de la narración de la tradición oral.
Todos contamos un cuento cuando narramos una anécdota del día, aunque no sea necesariamente de forma literaria. Esa anécdota podría ser trasladada fácilmente a un cuento.
Me parece importante su brevedad, es decir, darle importancia a esos pequeños acontecimientos en el día a día. Es muy disfrutable leer cuentos. Ahorita leo una novela de 400 páginas: es complicado mantener la continuidad de la historia y de los personajes. En cambio, los cuentos breves narran diferentes cosas, desde distintos personajes y contextos. En mi experiencia lectora, fue muy refrescante encontrarme con todas estas escritoras o cuentistas latinoamericanas, mismas que hacen un trabajo extraordinario.
Puedo hablarte de más mujeres cuentistas en Latinoamérica que de novelistas. Es un género importante, se debe voltear a ver. Considero que tiene mucho potencial para colocarse y se le dé la importancia que merece.
Las últimas autoras que leí son Mariana Enríquez con su libro Las cosas que perdimos en el fuego; a Laura Baeza con Época de cerezos y a Lola Ancira quien escribe terror/horror, un género que de verdad me gusta. En cuanto a novela, leí Panza de Burro de Andrea Abreu y me pareció espectacular. Nunca había leído algo así, lloré mucho, me reí. Me gustó muchísimo su propuesta literaria de la oralidad, es uno de los libros que más me han gustado y he disfrutado. Jamás había leído uno igual.
BA. ¿Consideras que se están haciendo a un lado ciertos cánones literarios y se habla de un saber concretamente de la experiencia?
DdlC. Claro, vivimos un boom de personas que escriben desde su experiencia, hay una subversión del canon. Cuando revisamos los textos premiados o traducidos a diferentes idiomas –específicamente en México– notamos que son autoras totalmente desligadas del canon. Por ejemplo, Fernanda Melchor, escribe desde la oralidad, y específicamente de la oralidad de las periferias, de la tradición oral de las personas subalternas.
El libro Panza de burro está escrito desde la subalternidad, hay toda una apuesta para salirse del canon. Personalmente, me cuesta un poco, en tanto aceptación: en Aguascalientes –donde resido–, es un lugar muy conservador, los proyectos que gustaban eran los enfocados en retomar los mitos de la tradición griega y reescribirlos.
Yo escribo ensayo y es un poco difícil colocarlo, porque no es ensayo tradicional. Me da mucho gusto saber que los saberes populares y el lenguaje coloquial están rifando en la escena literaria y llamando los reflectores. Esto lo comento porque firmé un contrato con una agencia literaria hace poco y ellos mismos me comentaron que se encuentran buscando nuevas voces, personas alejándose del canon, tanto en las historias que cuentan –sean de horror, terror, etc.– como en la espontaneidad. Es decir, buscan cosas muy orales, no los estudios de literatura creativa atrás, sino la espontaneidad de las historias.
Se me hace muy chido porque el mercado crece y al final habla un poco de la subversión del orden de la literatura. Que esté una Fernanda Melchor en lugar de un Villoro me parece extraordinario.
En mi caso, escribo de puro oído, desde la oralidad, así captas cómo hablan las personas. Desde luego, existen quienes estudian literatura –no puedo negar que lo hago– pero, cuando estudias literatura, todavía puedes decidir seguir el canon porque tendrás las herramientas para hacerlo, o elegir subvertirlo y escribir sobre otros espacios –aun así, no dejas de escribir desde el privilegio.
También es político y debemos aplaudir a quienes apuestan por escribir de otras cosas en lugar de pertenecer a lo históricamente llamado “literatura laureada”.
BA. La violencia, precariedad, criminalidad y poder, son temas desde los cuales tu libro retrata la realidad –o ciertas realidades. ¿Cómo tratas estos temas sin caer en los lugares comunes de la literatura negra?
DdlC. En mi caso, no leí literatura negra hasta después de hacer el proyecto.
Decidí hacer un trabajo etnográfico antes que literario. Después, busqué la forma de trasladarlo a la literatura, para no caer en clichés o en las cosas inverosímiles que había visto, específicamente en la literatura del narco. Observé casos reales, vi documentales y entrevisté a personas reales.
Por ejemplo, para mis cuentos de las mujeres del narcotráfico busqué y seguí a varias buchonas en Instagram –son muy privadas y no aceptan a cualquier persona. Si una te acepta, las demás también lo hacen. Les mandé mensaje para preguntar si podía entrevistarlas y únicamente dos accedieron. Construí los personajes con la información que ellas me dieron; les pregunté sobre sus relaciones con hombres del narco, por qué seguían con ellos si ya estaban forradas en varo, y me contestaron que era por la adrenalina y el peligro.
Después de todo el trabajo etnográfico, vi a determinados representantes de cada colectivo. Si los personajes se ven reales es porque se basan en personas reales. Además, realicé bastante trabajo de oído, de campo semántico y de palabras o frases usadas comúnmente en cada contexto. Traté de no exagerar, romantizar o caer en clichés, quería decir: ésta es la realidad. No deseaba caer en ciertos vicios comunes de este tipo de literatura, ni caer en apologías o banalizaciones o retratar personajes inverosímiles.
BA. En tus cuentos se visibilizan diferentes tipos de violencia sufrida por mujeres de distintos contextos. ¿Es una forma de concientización o es un recurso literario?
DdlC. Buscaba hablar de un contexto, visibilizar otras realidades, pero no quería ser aleccionadora o hacer un tratado ético-moral. No deseaba ser panfletaria. Quería mostrar otras realidades o contextos para trasladar a la literatura.
Excepto el primer cuento, Perejil y coca cola, que narra cómo abortar en casa. Lo considero el más político porque ahí se refleja mi militancia feminista. Los demás son una realidad que deseaba mostrar. Desde luego, hay guiños a mis posturas políticas, pero no quería caer en el panfleto aleccionador.
BA. ¿Qué representa para ti la literatura como forma de emancipación?
DdlC. Históricamente, la escritura es una actividad de la cual las mujeres estuvieron vetadas por mucho tiempo. No podíamos aprender a leer o a escribir. Cuando ya podíamos hacerlo, nuestra literatura fue considerada de segunda categoría.
Ahora demostramos nuestra importancia, que escribimos y hacemos cosas trascendentales en la literatura. Ganamos premios y nos encontramos en las mesas de novedades. Sin embargo, debemos seguir justificando nuestra existencia y nuestra calidad.
Cuando tomas la palabra y hablas de tus experiencias personales, realizas un acto emancipatorio, aunque sea algo difícil de concretar. Es decir, no todas las mujeres pueden emanciparse a través de la literatura, aunque quisieran.
Trabajé impartiendo talleres de Invitación a la escritura con adolescentes de las periferias e incluso para los hombres de las periferias es muy complicado emanciparse a través de la literatura. No porque no quisieran, sino porque no existen los espacios. Sus derechos culturales no son del todo respetados –por no decir que no lo son. Entonces, es muy difícil tener acceso a lecturas y momentos para escribir. Ni siquiera hablemos de la formación, sino del tiempo.
Estoy por empezar unos talleres de literatura con mujeres privadas de su libertad en el CERESO de Aguascalientes. la idea principal es esa, la escritura como acto emancipatorio. Pero ni siquiera se pueden organizar los talleres porque estas mujeres no tienen tiempo, trabajan. Escribir sí es un acto de emancipación, pero no es un acto al que todas tenemos acceso.
BA. Desde tu formación filosófica en la academia, ¿qué es aquello que la perspectiva de género pueda criticarle?
DdlC. Depende desde dónde hagamos la crítica. En términos estrictamente académicos y filosóficos, siempre me interesé por la ontología y el existencialismo. Cuando leía a los filósofos existencialistas –o a quienes abordaran el tema del ser–, me preguntaba si el ser era neutro o en realidad hablaban de un ser que es hombre, blanco, heterosexual y burgués.
Hace falta explorar eso. Algunas filósofas ya hablan de una ontología situada, porque no es lo mismo tu construcción ontológica a tu experiencia existencial si eres un hombre que naciste asignado al género varón, tienes un pene y privilegios a un cuerpo sexuado mujer. La experiencia ontológica es distinta.
Simone de Beauvoir lo abordaba al decir que el destete es igual en hombres y mujeres pero, cuando empiezan a cambiar los pañales, cambia la experiencia para niños y niñas. A los hombres les hacen mucha fiesta y a las mujeres no, porque no existe nada ahí. Esa es la cuestión: cómo se trabaja en una construcción respecto al mundo y respecto a ti misma. Tampoco debe ser igual ser una niña blanca de clase media que una niña empobrecida o una niña habitante de una aldea donde te asignan a las chozas de la menstruación.
Necesitamos dejar de universalizar las experiencias y hacer experiencias más situadas. Parece inocente universalizar, pero no lo es. Con las universalizaciones se crean agendas políticas para cambiar el mundo –para bien o mal–, y si vienen de la gente que más tiene o que más ha tenido históricamente, no resuelve nada o resuelve muy poco.
Por ejemplo, cuando hablamos de la literatura de mujeres, hablamos de quienes ya estamos aquí, publicadas, no de mis futuras alumnas de la cárcel, porque ellas siguen recluidas y no pueden publicar. Debemos hablar de un conocimiento situado, eso le hace falta a la academia.
BA. ¿Qué relación ves entre la literatura, la filosofía y el feminismo?
DdlC. Cuando hago ensayo hablo de las tres cosas. Uso las herramientas que me dio la filosofía, es decir, la habilidad crítica de cuestionar, la capacidad de disentir. Eso lo traslado al feminismo. Cuestiono mucho el feminismo y eso lo traslado a la literatura. Considero que esa es la relación. Ejemplo de ello lo vemos en mi texto para la antología Tsunami, de Sexto Piso, y en el ensayo que publiqué en Tierra Adentro, La mayonesa feminista.
BA. Esta misma capacidad de cuestionamiento te ha ganado varias críticas
DdlC. Claro, y escucho aquellas relacionadas directamente a los textos. Mi formación académica está relacionada con la crítica, la confrontación y la mayéutica. Las críticas a mis posturas teóricas con argumentos sólidos me las tomo a bien y trato de aprender.
Por eso es clara la evolución en mi pensamiento. Hay una radical diferencia de pensamiento en Nosotras no somos Ayotzinapa y ahora. Mi posicionamiento respecto a los hombres cambió; antes consideraba que los hombres no tenían nada que hacer en el feminismo y ahora es distinto. Varias de estas críticas vienen de jóvenes de la periferia, quienes me mostraron ciertos errores. Entonces, te das cuenta del fallo.
Si pensara que el feminismo está acabado, ya habría terminado mi pensamiento.
BA. ¿Podrías hablarnos un poco del colectivo Morras help morras y por qué es importante este tipo de grupos?
DC. Cuando empezamos, lo consideramos importante por el tema del aborto. Nadie en México te decía abiertamente cómo abortar. Aborta segura fue uno de nuestros primeros proyectos. Ahora ya no cuenta con financiamiento, pero aún así lo conservamos porque es necesario. El colectivo sigue porque consideramos necesario cuestionar al movimiento. Con el podcast nos dimos cuenta que nuestro trabajo es ese: cuestionar y apostar por nuevas narrativas.
Por ejemplo, en algún momento se dejó de hablar del aborto clandestino y se empezó a hablar del aborto seguro. Se dejó de hablar de las muertas por aborto y se empezó a hablar de los tipos penales. Es decir, ya no se habla desde el estigma del aborto, sino desde otras partes.
Cuando observamos una evolución en las narrativas notamos que nuestras críticas son tomadas en cuenta y modifican las narrativas. La evolución de estas respecto a los derechos sexuales y reproductivos avanzan bastante gracias a nuestro trabajo. Además, ponemos temas puntuales en las mesas para ser tomados en cuenta por otros. Hacemos trabajo de campo, observamos las necesidades reales de las mujeres. Entonces, bajamos esa información y se la pasamos a organizaciones con más recursos económicos y jurídicos.
Las asociaciones civiles son las que están transformando las leyes.
BA. ¿Qué te depara el 2021 en lo literario?
DdlC. En estos momentos espero a que me contacten los editores para la segunda edición de Perras de reserva. Trabajaré en ella hasta el verano, pues aún no sabemos si añadiremos algunos cuentos y quitaremos otros. Me gustaría hacer unas precisiones en otros. Entonces, trabajaré en el manuscrito.
Además, espero los resultados de dos becas que solicité. Una es con el Sistema Nacional de Creadores de Arte, el proyecto es realizar unos ensayos críticos; el otro proyecto es sobre una novela de vampiros.
Espero que la segunda edición de Perras de Reserva salga el próximo año. Por el momento, estoy enfocada en eso.
BA. ¿Qué consejos le darías a las escritoras jóvenes?
DdlC. Arriésguense.
Son mujeres, la crítica es inherente. No traten de encajar en el canon ni en los temas literarios por excelencia, apuesten por escribir temas relacionados con la maternidad, el acoso, violaciones, violencia sexual, etc. Además, no traten de encajar en la literatura bien escrita. Echen toda la carne en el asador.
Ya estamos desposeídas, el no lo tenemos, vamos por el sí y de la forma más radical. A las escritoras que se atrevieron les funcionó. Pierdan el miedo a las formas tradicionales.
BA. ¿Por qué escribes?
DdlC. Escribo para que el agua envenenada pueda beberse –lo tengo tatuado en mi brazo.
El mundo está bien jodido en muchos sentidos, es porque no somos capaces de empatizar con las demás personas. Vemos al otro como otredad. Escribo para que dejemos de ver a las personas desde la exotización, desde el zoológico humano, y tratemos de empatizar incluso con esas personas abyectas de la sociedad.
Si te fijas, pedimos cárcel para todo. Eso habla de nuestra falta de empatía, deshumanizamos al otro, al delincuente o a la persona en conflicto con la ley, le vemos como un enemigo; simplemente es una persona en conflicto, con problemas para relacionarse. Quizá, si indagáramos un poco, veríamos desde problemas psiquiátricos hasta contextos de precarización. Ahora, no digo que no tuvieron oportunidad de decidir –¡claro que la tuvieron!–, pero aún en conflicto con la ley, siguen siendo personas. Podemos buscar empatizar, mas no perdonarles. Encontrar algo más restaurativo como una reparación al daño.
Por eso escribo, porque tengo ansia de que la gente empatice con esas personas que históricamente nos ha sido vedadas.