Vacilaciones continentales del descanso
Bipolaridad | Amargura por no poder dormir. Un libro de Banana Yoshimoto. Reventones de pandemia. Y nada más.
Bipolaridad | Amargura por no poder dormir. Un libro de Banana Yoshimoto. Reventones de pandemia. Y nada más.
Por Luis J. L. Chigo (@NoSoyChigo)
Puebla, México, 20 de agosto de 2020 [01:05 GMT-5] (Neotraba)
Japón, siglo XXI. ¿Cómo descansan en esta nación de oriente? Hagamos una especie de balanza: ¿quiénes tienen más oportunidad de descansar? Por supuesto quienes pueden trabajar menos, o eso diríamos. Esto no sucede del todo allí, en el lugar número 21 de los países de la OCDE con más horas de trabajo anuales. Hasta el año pasado, la mencionada organización contabilizaba 1719 horas laborales en un año para un japonés promedio. Suena a mucho trabajo. Suena a poco del otro lado del Pacífico: los mexicanos encabezamos la lista con 2246 horas. Y lo más escandaloso: llevamos años en esa posición.
Japón, siglo XXI. A diferencia de lo históricamente dado por el país del sol del ocaso, sus obras literarias actuales me parecen bastante frescas. Con ello pretendo decir que no he leído mucha de ella pero, en las pocas lecturas realizadas, noto cómo sus escritores contemporáneos son dados a un minimalismo agradable.
Japón, siglo XX. Una mujer duerme por horas, nada la despierta. Ni alarmas, ni timbres, ni ruidos provenientes de la calle pueden con esa labor. Excepto una cosa: el tono del teléfono cuando su novio llama. Y exclusivamente el de su novio. Su nombre es Terako y, según se entiende, está sumida en una enorme depresión. Se mantiene de los pocos trabajos eventuales que acepta —a menudo los rechaza— y su única actividad se reduce al encuentro con su pareja. Hace no mucho su amiga, con quien compartía piso, murió. Terako observa al mundo girar desde su cama, con la habitual modorra, la de despertarse más cansada por haber dormido en exceso. ¿Cómo podrá salir de esta dinámica? ¿Qué produce su malestar y apatía por estar despierta?
Esa es la historia de Sueño profundo, de la escritora japonesa Banana Yoshimoto. Criticada de superficial por personas atrapadas en el periodo Edo, se ha vuelto una de las novelistas contemporáneas más famosas de su país. Su amor por la flor de la planta del plátano la lleva a elegir la firma de sus obras. ¿Cómo se hace atractiva una novela donde su protagonista duerme todo el tiempo? Sueño profundo por más basada en el mundo real, no obstante, refleja los enormes privilegios de la población con posibilidades de descanso. Habríamos de aclarar la diferencia entre dormir y descansar, pero no será ahora. Aunque no deja de maravillarme cómo nos acercamos a las temáticas más propias de nuestras existencias particulares: llegué a dicho libro por una persona cuya afición es dormir, a pesar de todo.
México, siglo XXI. De seis de la mañana hasta 10 de la noche. Así me imagino la jornada laboral del portero de la escuela donde hice mis prácticas profesionales. En las mañanas cargaba una caja para bolear zapatos, en las tardes y hasta la noche cuidar la entrada del bachillerato, los fines de semana ser albañil. Comentan su gusto por el boxeo. Eso me decían de sus horas laborales, las cuales le brillaban oscuramente bajo los ojos. De seis de la mañana y hasta las diez de la noche era mi jornada laboral, antes de la pandemia. Una obligatoria, la otra por gusto, mis labores evitaban la llegada a casa a temprana hora. Mi entrada a este mundo significó el abandono del descanso.
No siempre fue así, por supuesto. Un buen día, en la adolescencia, noté cómo era resistente a no dormir. Poco descanso no significaba menos energía —pero, a lo mejor, sí menor rendimiento escolar. Durante mis días laborales el desvelo fue una pesadilla: obligatorio y sin compasión. No lo noté sino hasta ahora que pude descansar todo lo deseado pero la costumbre del desvelo no cedió. La colectividad alterada por el encierro se volvió un desorden biológico, o se duerme demasiado o se duerme casi nada. Los que podemos hacerlo.
Lo cierto, pues, ha sido el olvido de la palabra. El descanso es un privilegio de ciertas sociedades. Ya sé, puede venir la horda de economistas y contadores públicos a decirme lo necesario de una meritocracia sin derecho a la paz mental para el progreso de la sociedad. Púdranse.
Puebla, siglo XXI. Mis vecinos no sólo no tienen compasión, tampoco tienen buen oído. Tres de la mañana y en mi ventana retumban las canciones de banda y los gritos de mi bastante tomado vecino de atrás. Quería seleccionar los mejores versos de la música de banda para hacer una oda a la desgracia de vivir juntos, pero me gana la poca concentración. Si me desvelo, tengan por seguro mi silencio. Pero él anuncia a todo volumen su inconformidad con la vida y la pareja que probablemente lo acaba de dejar, a mitad de una pandemia. Quiero sentir compasión, pero ustedes saben cómo da de vueltas la cabeza cuando el deseo de dormir no se puede cumplir.
Puebla, siglo XXI. Mientras los de atrás se vuelven locos de insultos hacia la expareja, los de adelante tapan con lonas su herrería para ocultar su pecado de cámaras de teléfono y una cerrada llena de chismosos: organizan una fiesta. El reguetón se combina con la banda en una especie de coctel mortal para las buenas conciencias. Son jóvenes porque gritan odas a la vida, a la belleza de estar vivos. Su energía se desborda por todas partes, desde una cochera de máximo 2×2 metros. Qué hermoso ser joven.
Puebla, siglo XXI. Prácticamente estamos cercados. A la derecha de nuestro departamento suenan baladas del siglo pasado a todo volumen. Ya no sé si debo disfrutar de la caleidofonía poco común o investigar cómo dar el siguiente paso evolutivo, aquel donde el ser humano no necesite el descanso y dormir sea sinónimo de ser una especie primitiva.
Cualquiera de los tres casos representa un dilema bastante conocido: o te aguantas el coraje o te aguantas los madrazos con quienes les parece normal interrumpir el sueño de los demás. No sólo estamos insertos en una sociedad llena de inconciencia sino también de un gusto por la mala educación. Breve ejemplo: cuántos no se tiraron a la nostalgia al saber que El chavo del ocho ya no sería transmitido por televisión en ninguna parte del mundo: no hay mejor ejemplo para ser mal vecino y ser humano. Niéguenlo, pero Roberto Gómez Bolaños era mucho más educativo que la SEP. Y actualmente de los dos no hacemos uno. ¿Cuántos de mis vecinos fiesteros no se saben al derecho y al revés los diálogos de esa serie? Con seguridad, todos.
Por supuesto, dormir y todavía más descansar, son dos palabras inexistentes en mi vocabulario psicológico. En el mío y en el de varios otros poblanos. Y qué mal acostumbrados estamos a trabajar.
Japón y México, siglo XXI. Dicen que beben casi a diario por el estrés de la intensa jornada laboral. O por existencialistas. Beben en cantidades similares: en el sondeo de 2010 de la OMS aparecen juntos en las gráficas. Hay un ímpetu social por mantenerse despierto o al menos fuera del mundo. Como actividad recreativa, quizá pueda tomarse por descanso. No sé si los japoneses también arman reventones, pero hablamos de sociedades psicológicamente parecidas y económicamente tan diferentes.
No me gustaría vivir en otro país. Aquí, se dice, es donde más feliz puede ser uno. O eso dijeron los habitantes de este país, con más corrupción, menos PIB, más trabajo, más delincuencia… que el gran Japón.
Aún no encuentro la relación directa. Catorce horas y dos bombas atómicas de diferencia hacen perder toda causalidad. No entiendo el porqué de las quejas a la obra de Yoshimoto: no podríamos ser más superficiales en esta etapa histórica mundial. ¿O a poco sí esperan los tratos de etiqueta en una normalidad donde no nos podemos ver las caras? Y, por supuesto, menos en un país donde no existe una reglamentación para regular la convivencia entre sus ciudadanos. Abran sus libros de Cívica y Ética de la primaria para reírse de las utopías.
Me levanto mareado por la combinación estridente de música y gritos. Me levantan a diario los comentarios de “es que así es el mexicano” y la risita en las bocas que lo dicen. Me levantan mañana los tres perros del vecino de arriba. Me levanta lo mismo el camión lleno de caras de sueño que una Suburban negra llena de sicarios. Y a la muchacha de enfrente un hombre que se veía de lo más normal le levanta la falda. Y la señora levanta a nalgadas al hijo llorón así como los niños de enfrente levantan las latas de cerveza. Qué complicado levantarse.
Tomo el libro de Yoshimoto y le ruego me explique cómo hacerle para intercambiar el desvelo por el sueño de la contemporaneidad, plácido, largo, despreocupado y deseante de clonazepam.
Por supuesto, no me responde.