… Y te diré quién eres
Adriana Barba nos relata una historia sobre su abuelo materno y una canción con la que lo recuerda.
Adriana Barba nos relata una historia sobre su abuelo materno y una canción con la que lo recuerda.
Por Adriana Barba
Monterrey, Nuevo León, 17 de julio de 2020 [00:02 GMT-5] (Neotraba)
Fíjate bien con quién te juntas, ya ves el dicho “Dime con quién andas y te diré quién eres”, repetían las abuelas y siguen repitiendo mis padres.
Si usted me pregunta ¿quién soy? Le diré que yo soy historias, esas que amo contar y que me cuenten, difícilmente tengo conexión con alguien que no tiene historias en su mochila, esas que se me quedan grabadas y pasaré tal cuál a mis nietos un día. Mi gente está llena de historias.
Hace poco pasé las mejores 12 horas de mi vida mientras escuchaba historias de una chaparrita que desde hace mucho tiempo me hace sentir de su familia. Del lado materno, donde las féminas son mayoría, se cocieron las mejores anécdotas algo así como leer Mujeres de ojos grandes, de Ángeles Mastretta. Al escucharla no cabía de la emoción, mis historias eran nada comparadas con las de ella.
En mi corazón y en mi mente llevo esa historia de mi mejor amigo: de cuando su papá trabajaba mientras su madre los llevaba a ver la lucha libre a él y a su hermano los lunes.
O la de mi partner in crime zacatecano, que su abuelito se aferró a que lo bautizaran con smoking negro.
Las historias siempre están en mi cabeza, ordenadas por persona, fecha y lugar. No vaya a creer usted que las confundo.
Hoy les quiero compartir el último día que vi con vida a mi abuelo paterno: Chuy Montemayor nacido en Dr. González, Nuevo León. Huérfano de madre a los 2 años y de padre a los 17. Se casó con güela Tencha a los 18 y formaron un matrimonio “ejemplar”. 61 años. El día que ella partió todo se vino abajo, aguantó solo 4 meses hasta que llegó el momento que partió con ella.
Esta anécdota me hace pensar en cómo los abuelos se preocupan tanto por los nietos aun siendo adultos:
Estaba en casa, le tocaba estar bajo el cuidado de mamá de 9 a 3 hasta que llamara el relevo, uno de los 7 hijos que tuvo con güela Tencha. El enfermo era él, desde hace 4 años que habían hecho que su mente a corto plazo se esfumara y perdiera lentamente el poder de patriarca.
Hasta las cervezas de los domingos perdió. Cuatro años que fueron desgastando a su bella dama. Cuatro años menor que él.
Las conversaciones infinitas habían acabado, hasta las peleas cotidianas se habían ido, ahora repetía siempre lo mismo y para ella –de quien heredé los chamorrones fuertes– el peso de llenar cada semana pastilleros infinitos y despertar agradecida con Dios por no confundirlas y envenenarlo se hicieron cada vez más pesados.
Depresión y dolores en las rodillas por tantos miles de kilómetros caminados de comadre en comadre donde tejía en las tardes, a lo que se le sumó un sobrepeso por el amor al asado de puerco. Cobraron factura. Se fue su compañera de vida, 61 años juntos.
¿Cómo no tener la mirada perdida?
Yo estaba comprando fruta y verdura cuando mamá me dijo que ya estaba en casa con el abuelo, escogiendo lo de la semana puse mi atención en las naranjas: estaban muy descoloridas. Me aferro a comprar y me transporto a cualquier día de 1998, en donde las naranjas ombligonas, recién cortadas del rancho de Cadereyta, eran motivo de egoísmo, pues tomaba algunas de más de la canasta del porche…
Entro a la casa, me mira. Saluda afectuoso, pero con la mirada débil y me dice: ¿por qué no tienes esposo?
Dios, pensé, es momento de jugar:
“Pues porque estoy gordita, güelo”, a los hombres no les gustan gordas. Me miraba con incredulidad (mi rey).
A los 3 minutos ¿Y tienes esposo?
No, güelo. Yo quiero un hacendado con hartos caballos y mucho dinero.
Él me seguía mirando… tú eres muy bonita no sé por qué no tienes…
Y cuando el juego me estaba cansando, ya que la respuestas que yo daba me estaban guiñando el ojo y empezaba a cuestionarme: Es cierto, ¿por qué no tengo esposo?
Me miró y me dijo que rezaría por mí y que lo invitara a la boda.
Cada que escucho la canción De Ramones a Terán, vuelvo a sentir la emoción de cantar mi huapango favorito con el bailador estrella.
Mi abuelo materno falleció 15 días después, pero escucho a Los Cadetes de Linares, cierro los ojos y lo veo cantando a todo pulmón en el rancho de Cadereyta; al lado de él está mi abuela Tencha contándole las cervezas que lleva en una noche estrellada, donde éramos felices y sí lo sabíamos.