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Etgar Keret foto de Samuel Segura
Etgar Keret foto de Samuel Segura

Por Samuel Segura (@SamuelSegura_)

Ciudad de México, 13 de febrero de 2020 (Neotraba)

Tomé mi lugar en la fila, a la hora señalada, una hora antes de lo anunciado, y como el resto de la gente que iba llegando, esperé. Unos días antes anunciaron que Etgar Keret estaría cotorreando con sus lectores un rato, hablando sobre su trabajo como escritor, en la Conferencia “La escritura como plan b” por Etgar Keret, organizada por la Editorial Sexto Piso, quienes lo publican en México.

Ahí estaría firmando su nuevo libro, titulado, chingonamente, La penúltima vez que fui hombre bala. “¡Tomen todo mi dinero!”, expresé muy emocionado, y deposité el varo requerido para tener acceso a tan exclusivo evento, y como el adolescente lleno de barros que fui (¿o sigo siendo?) me sentí todo un fan del autor israelí, aunque quizá no lo sea. (Lo digo porque apenas he leído un par de libros suyos: Extrañando a Kissinger, libro de cuentos, donde viene uno especialmente supremo llamado “Buenas intenciones”, y el libro de no ficción Los siete años de la abundancia, que disfruté enormidades, literal, como un chiquillo jugando Nintendo. Lo que sí es que su estilo ha influenciado mucho mi propia escritura.)

Nos pasaron, pues, en Librerías Gandhi sucursal Quevedo, a un pequeño auditorio que tienen en el segundo piso tras darnos el ejemplar nuevísimo del mencionado título, y fuimos sentándonos.

Llevaba yo, como ya siempre, mi cámara colgando del pescuezo por si podía tomarme una foto con él, pero especialmente por si podía tomarle una foto a él solo, así que traté de colocarme lo mejor que pude.

Esperamos unos minutos más en lo que se llenaba el lugar con cien asistentes –según me dijo la cifra una de las organizadoras– hasta que Keret llegó, con la advertencia de que estaba malón de la garganta, por lo que tenían que bajarle al aire acondicionado.

A mi lado había un joven rollizo cuya apariencia me resultó muy agradable, quien empezó a sudar, en efecto, mientras el escritor hablaba (traductor instantáneo mediante, su editor en México) de experiencias que ha narrado antes, en otras entrevistas o de plano en su propio libro de casi memorias, haciendo muy feliz a todos, casi siempre moviendo a risa. Como en las historias que escribe.

Al final hubo preguntas –muy interesantes– del público, que constó casi de puros jóvenes, muy sonrientes todos ellos, entusiastas, felices, no mamalones intelectualoides que suelen pulular en este tipo de reuniones, y que por desgracia a veces conozco. Ni siquiera un joven (bueno, no tan joven) que estaba hasta adelante, y quien declaró a Keret su amor y su agradecimiento porque por él también se dedicó a escribir (con becas y todo, dijo) sonó arrogante; al contrario, se vio muy emocionado al grado de sonrojarse, por lo que todo mundo le aplaudió. Yo hasta quise abrazarlo, pero luego de que su autor amado le firmara su libro y se tomara una foto con él, se fue corriendo (bueno, la verdad es que sí lo vi en la tienda, abajo, viendo libros, cuando yo también bajé con mi ejemplar firmado, pero ya me dio penita hablarle).

Cuando tocó mi turno de saludar a Keret, libro y cámara en mano, luego de tomarle una foto al joven rollizo que me cayó bien (y a quien ayudé a tomarle su respectiva foto con su cel para el recuerdo –espero que le haya gustado–), y tras pensar en qué le diría a Keret, acaso un muy pinche “I’m also a writer”, con mi aún más pinche inglés que tanto mal me ha hecho en público, Keret se me adelantó cuando le apunté con mi Nikon: “¿Eres fotógrafo?”, preguntó. Me quedé un poco helado y le dije que sí, que uno bastante malo. Es cuestión de intentarlo, me dijo sonriente, tras darme la mano y empezar a dibujar algo en una de las páginas iniciales del libro, donde está el título, y luego de escribir mi nombre arriba de él.

Etgar Keret foto de Samuel Segura
Etgar Keret foto de Samuel Segura

Así de cerquita no noté la enfermedad que dijeron que tenía, por lo que le di un medio abrazo, que consistió en mi fea mano puesta sobre su espalda. Qué tipo tan sencillo y agradable, pensé. Es un placer conocerte, le dije al despedirnos, y él dijo que lo mismo, y ambos nos sonreímos. Así nos quedamos un momento más, le di otra vez la mano, y me marché.

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