Una ventana inmensa: Patricia Mejía
"Una ventana inmensa" es el taller de poesía en prosa dirigido por Manuel Parra Aguilar. Tomamos este espacio experimental para difundir su labor. Turno de Patricia Mejía.
"Una ventana inmensa" es el taller de poesía en prosa dirigido por Manuel Parra Aguilar. Tomamos este espacio experimental para difundir su labor. Turno de Patricia Mejía.
Por Patricia Mejía
Ciudad Obregón, Sonora, 15 de julio de 2021 [00:35 GMT-5] (Neotraba)
Hay bruma. Húmeda y escalofriante alcanza a todos. Nadie hace nada frente al hecho de ser abrazado. Un día correrás y verás el inmenso mar abofetear sin razón alguna las piedras. Pausada, me enfrento a la primeridad. Siento euforia de vivir. Eras un sueño. Algo semejante a correr sin cansarse. Esta ciudad incómoda le ha dado tanto a la gente. El líquido sueño americano. El desenfreno natural de la calle revolución. La pálida esperanza que existe dentro del caos. Si me preguntaran, los trashumantes pueden quedarse. En un pasillo con esbeltas columnas hubo un me gustas. El corazón intenso lo guardó en la cartografía de las posibilidades. Con eso te esperé todos los días. No sé cuánto tiempo estuve de ese modo. Pero la tranquilidad me hizo pensar que pertenecía ahí.
Una atención desbordada. Siempre cálido y empático. La figura abrazable podía llenar todos los espacios. Era tu andar que brillaba de conocimiento. Un hombre de nuestros tiempos. Tenía a Dios y a la gentrificación. Y de pronto el mundo es un temblor. En el sueño me encuentro perdida entre calles obscuras y desconocidas. Tengo miedo. La incertidumbre de no saber dónde estás. Me atraparon las expectativas profundas que muestran los cimientos de mis emociones. Fui tocada por tu música. Llena de sonidos tristes y silencios que eran grises y obscuros. ¿Dónde estoy? Quiero regresar al atardecer con estallidos de colores en movimiento.
El hombre de la física tiene un humor blanco y satírico. Podemos hablar de mi fascinación por los museos, de la literatura latinoamericana y del yoga, pero nunca de ti. El hombre de la física es educado y coqueto, como la sonrisa que se asoma frente a lo desconocido. Tu voz es el enigma del mundo oriental cargada de lugares, aromas y comidas por conocer. Mis noches son tus amaneceres y lo impasible de tu cotidianidad. Desde el pasado pienso en tus azules, en tus grises y en los deseos perdidos de tu presente sombrío. El hombre de la física es un hombre desconocido. Carga los miedos de los fantasmas de antiguos amores. Habita en el bosque de lo extraño y de todo aquello que es difícil de entender. Es el misterio del caos en la búsqueda de nuevas felicidades. Aun así, sueño contigo a manera de pesadilla, con la presencia de bellos rostros afilados, perfectas formas geométricas, labios robustos y una fría apatía que me quiere robar tu atención. ¿Acaso eres tú, Alexander Kaplan?
La estrechez es tu sonido más humano. Es obscura y retorcida. Los rostros persas representados con poemas de mil años hallan en tus ojos las historias de los refugiados iraníes. Habitas los lugares sin existir, vas cargando el misticismo de Rumi y las leyendas de Hafez. Nadie grita tu nombre, nadie te encuentra. El medio oriente encerrado en el científico y una barba que anuncia la pérdida del espíritu. Un día nos imaginamos comiendo sabores de chile y azafrán con jengibre. Tú eras Koresh Aloo Esfenaj; tú eras los sabores ya conocidos. Esto es tu panegírico: ¿Por qué demonios no puedo saber tu verdadero nombre?
Te respiro en movimientos rápidos y marcados por una mala técnica perfeccionada con el tiempo. Como Murakami, contigo mis ideas también corren. Me acompaña el sentimiento de volar en mi lectura del paisaje, las neblinas de las lluvias de junio y las brumas de los mares de enero. Te coordino con mi gesto más humano. Hay una luz que me encuentra. Existe una felicidad que me cansa. La decisión que me levanta es una, como creer en los dioses y en la vida después de la muerte. Yo corro. Cuando ya no existo, yo corro. Cuando ya no te vivo, yo corro. Dime, ¿te das cuenta de que todos corremos?
Yo los soñé mientras se enamoraban. Nadie me miraba, pero yo seguía ahí. Fue como un viaje entre tus sentimientos. Era el pasado del amor. Te soñé. Era el pasado del primer instante, de eso bello visto por primera vez. Los soñé. Estuve adentro de ti y me regalaste tu recuerdo. En ese momento, en el silencio de tu fragilidad. Altocúmulus rosas eran tu paisaje. Como los reflejos de las nubes de Monet. Era el alba de tu enamoramiento. Era algo así, semejante a conservar en tu hígado el recorrido de su voz. En slow motion vi cómo empezaba la historia. Era la fantasía más brillante. Entró por tus pupilas el sentimiento de presencia. Tan fuerte era. No pudiste hacer nada, llegó sin palabras y con premura. Respiras profundo para que no se vaya. Ahora soy tuyo, no me regreses a mí. Me revelaste tu aflicción en mi viaje por el tiempo. Grandiosa despedida. Me despierto con la agonía de la realidad. Entre mi amor y tu sufrimiento solo permanece esta pena por ti. Aunque no pude sentir tus manos, me regalaste tu recuerdo.
Patricia Mejía Ruiz (Ciudad Obregón, Sonora). Licenciada en Sociología por la Universidad de Sonora y Maestra en Ciencias Sociales por el Colegio de Michoacán. Actualmente es Doctorante en Ciencias Sociales por la misma institución. Le interesa el estudio de los grupos originarios de Sonora; es aficionada a la fotografía y actualmente también a la creación poética.