Un hombre bueno
Presentamos un cuento del libro Llama la sangre, de Adán Medellín, publicado por Nitro/Press en su Colección NitroNoir No. 33
Presentamos un cuento del libro Llama la sangre, de Adán Medellín, publicado por Nitro/Press en su Colección NitroNoir No. 33
Por Adán Medellín
Cerritos, San Luis Potosí, 2 de octubre de 2023 (Neotraba)
Nunca imaginaron que asistiría hasta que lo vieron atravesar el arco de globos de entrada al jardín. Una de las tías murmuró su nombre sorprendida, mientras se debatía entre dejarlo pasar, y Horacio avanzó como si nada, como si le debieran algo y él pudiera estar ahí, en medio del pastel, de los refrescos y las cervezas, partícipe de una alegría que no era la suya, del tablero de fotos de la niña más pequeña de la familia.
Tenía los ojos tristes, sumidos en la cara. Aunque lo habían visto otras veces en el pueblo desde que todo pasó, ya era diferente. Armando, el padre de la festejada, lo conocía cuando se lo señalaron. En un gesto de cortesía, cruzó desde la mesa de los papás hasta la orilla del jardín para acercarse y pedirle que por favor se sentara. Iba a ofrecerle café y pastel, si los quería.
–Gracias, Armando. Pero no quiero importunarte, sé que estás ocupado con tu celebración. Vine nomás por lo que pasó con Neto.
Armando sabía lo de Neto. Todo el pueblo lo sabía, cómo iban a ignorarlo. No quería ser grosero, pero cómo iban a discutir eso ahí, en medio de los árboles con luces, de la decoración con flores entrelazadas, de los regalos, la piñata y el retrato imponente de la niña. En una mesa se escuchó una porra para la pequeña.
–Mira, Horacio, yo lamento mucho tu pérdida.
–Lo sé, Armando. Te agradezco que nos acompañaran a velarlo. Pero ahora, estoy pidiéndote sólo lo que debe ser. Lo que es nomás. Dime el nombre de los hijos de la chingada que le hicieron eso a Neto.
Armando jaló aire hondo, tratando de mostrarse comprensivo.
–Yo no sé quién lo hizo, Horacio. Sabes que yo no estaba en el negocio.
–Pasó enfrente de tu tienda, en la calle, a plena tarde. Esos cabrones ni siquiera se escondieron para matarlo. Andaban con las armas afuera.
–Pero yo no estaba ahí, había salido, acuérdate, te dije desde que fui a darte el pésame y me preguntaste lo mismo.
Quería entender a Horacio. Había perdido a su hijo. No importa de qué calidad era el muchacho, era su hijo y estaba deshecho. ¿Pero qué podían hacer los demás?
–Yo sé que tienes miedo, Armando, que también tienes tu familia y las cosas aquí se han puesto cabronas. Pero te juro que sólo te lo pido para defender mi derecho, para hacerme justicia. Nadie quiere hacerme justicia en este pinche pueblo. Ya sabes lo que me dijo la policía.
–¿Qué te dijeron?
–Que Neto se lo buscó. Que debía dos vidas y por eso me lo chingaron. Por unos muertitos de las orillas. Yo nunca le di una pistola a Neto. Pero no sé, cómo chingados voy a saber si Neto ya no me hablaba y estaba muy mal. Yo pienso que fueron amigos o conocidos de él. Por eso él ni pudo poner resistencia. No se lo esperaba. Las malas juntas, yo sé, me hago responsable, soy su padre, nunca lo pude hacer entender. Pero también, como padre, no puedo dejarlo así.
La música se escuchaba a lo lejos. Armando había contratado a un organista versátil que lo mismo sacaba baladas, éxitos de señoras dolidas y canciones mexicanas. Los niños corrían porque las tías habían sacado una segunda mesa de dulces y estaban poniendo las palomitas y las jícamas con chile. Armando notó la mirada de su esposa, de la hija vestida de princesa que aguardaba por él, de la gente haciéndose señas por si era necesario que alguien se llevara a aquel invitado incómodo.
–No vi nada, Horacio, de veras. Pasó frente al negocio pero nomás escuchamos los tiros. Cuando yo llegué, la empleada estaba muy mal y Neto en el piso. No había nada qué hacer. Sabes que lo reportamos luego luego.
–Armando, yo sé que hiciste lo que debías y siempre te lo voy a agradecer. Pero tuviste que cruzarte con ellos, con los que mataron a Neto. Dicen que subieron corriendo para irse por la calle de arriba. De seguro te pasaron al lado.
Armando lo pensó un instante. Dos sombras, dos muchachos que podían ser cualquiera, casi chocando con sus hombros. Caras como las de todos. Pero cómo iba a identificarlos, para qué carajos hacer memoria en un lugar donde era mejor no acordarse de nada para sobrevivir. Porque Neto cargaba a cuestas con dos almas, pero eso era sólo el pico de todo. Los comerciantes lo sabían. Empezó robando bicis y celulares en la plaza y luego en las calles. Incluso se llevaba macetas con tal de conseguir algo para seguir metiéndose mugrero. Las cámaras lo habían captado. Lo habían echado de un par de trabajos porque se encerraba a fumar y llegaba con los ojos perdidos. Creía que le hablaban voces que lo aterraban. ¿Qué más podía decir?
–No tengo claro nada, Horacio, te lo juro. Todo fue muy rápido, no vi más. Y la policía vio las cámaras de mi negocio, tampoco salió nada. Lo de Neto pasó en la calle y ahí no hay cámaras. ¿Le preguntaste a los demás?
–Nadie quiere decirme nada. Están mejor sin Neto.
Horacio bajó la cabeza, se miró las manos gruesas y resecas, los dedos toscos y recios, de carpintero. Armando creyó que por un instante empezaba a resignarse, a entrar en razón. Es que el dolor y la razón no se llevan, pero eso a lo mejor iba a llegar con el tiempo, por lo menos iba a tener la certeza de que ya sabía dónde estaba ese hijo que se le había torcido, iba a volver a dormir tranquilo sin pensar que se estaba destruyendo más la vida.
–Sabes que yo cooperé, que a todos nos pegó la noticia. Por tu hijo, por el pueblo, porque no puede pasarle esto a nuestros muchachos. Pusimos sus velas, sus flores, su cruz, los acompañamos en su dolor, caminamos a su lado al panteón, lloramos con ustedes. Yo le facilité todo lo que tenía a las autoridades. No tengo más, Horacio. Es el cumpleaños de mi hija. ¿Me entiendes? Déjame ofrecerte un pedazo de pastel y luego continuar atendiéndola a ella y a mis invitados.
–Yo sé que están de fiesta, no quiero ser ave de mal agüero, no vine a agriarles nada. Sólo dime un nombre, un pinche apodo, como quiera no tienes que venir conmigo, yo me arreglo solo. Estoy desesperado. No puedo dormir, mi señora no puede dormir, no come, no habla, se me va a morir también. ¿Qué te dijo tu empleada? ¿No está aquí?
–Ella no vio nada. Se desmayó. De hecho ya no quiso regresar a la tienda.
–Dime dónde la hallo, por favor.
–Horacio, no me pidas eso. No puedo. Entiéndeme por favor. Es una muchacha y ya dijo lo que sabe.
En realidad, no les habían tomado ninguna declaración, ninguno estaba en condiciones y no querían más líos. Ellos habían negado todo por salud. La policía levantó los videos y listo. Nadie quería saber nada más de Neto ni de los suyos. Mañosos, halconcitos, chapulines, adictos, chingoncitos de un día que duraban lo que una flor, hasta que venía otro a pisotearlos. Pero eso, claro, no podía decirlo, no podía escucharlo Horacio.
–Entiendo lo de Neto. De verdad. Pero nosotros ya cumplimos.
–Neto trabajó contigo, Armando, fue poquito tiempo, ¿te acuerdas?, antes de todo. Decías que era buen muchacho, caía bien, te cuidaba el local, era buena gente con los clientes, te cumplía. Se me torció por el pinche cristal. Hicimos lo que pudimos. Lo anexamos a los 14. A rastras lo llevamos al rancho a trabajar. Pero no quiso. Yo lo vi destruirse, yo lo encerraba en la casa y lo oía gritar. Aullaba, Horacio, de la puta adicción. Se rascaba los brazos y se levantaba sangre. Le veía los ojos idos, la piel seca, lo metía a bañar a huevo y ahí estaba él, flaco como un viejo. No quería tocar a sus hermanas más chicas porque sabía que andaba mal. Como si ellas pudieran olerlo y contagiarse. Él lo sabía. Y luego cuando se nos escapó, se fue a vivir a un cuarto con un viejo que un día lo sacó en calzones a punta de tablazos. Fui por él, volvió a la casa, lo intentamos otra vez. Pero nunca se me compuso. Desaparecía dos días y luego dormía como un animal en un colchón viejo, mordiéndose las uñas, levantándose los pellejos de los dedos de pura ansiedad, sin querer bañarse. Se metía mugrero con lo que sacaba en sus salidas, pero mi señora no podía dejarlo ir. Ella lo parió de todos modos, le rogaba para darle frijoles y tortillas. Nosotros le dimos la vida, ¿me entiendes, Armando? ¿Cómo entierras a tu hijo si él te tenía que enterrar a ti? Así nos enseñaron que era la ley de la vida.
Horacio se había vaciado de un tirón. Ahora el organista tocaba cumbias para bailar, las tías y las sobrinas repartían las bolsas de dulces y palomitas, los niños se correteaban y jugaban con los globos. Los cuñados ya se habían acercado para ponerse detrás de Armando, para mostrar que no estaba solo. Se cerraron en torno a él. Le tendieron a Horacio una bolsa con un plato de unicel. Un refresco de lata.
–Perdóname, Horacio. Ya cumplí contigo. Lo siento mucho.
–Mira, Armando, óyeme, yo voy a regresar para hablar contigo. No en tu fiesta, porque no quiero ser persona inoportuna. Pero no me puedes dejar solo. Tú eres un buen hombre, comerciante, padre de familia, la gente te respeta. Si alguien le hiciera esto a tu hija no podrías dejarlo así. No serías cobarde. Y yo no te dejaría solo. No pueden tratarnos a mí y a mi familia como apestados. Dime que no vas a dejarme solo.
Armando tragó saliva y se quedó en silencio bajo los ojos ansiosos de Horacio. La gente miró al invitado mientras los cuñados empezaban a murmurar que por favor se retirara, que ya se le había atendido. Horacio asintió y se levantó de la silla con el plato de unicel y la lata. Dudó un momento y dejó las cosas sobre la mesa.
–No puedo, Armando. Yo voy a seguir preguntándote. No puedes dejarme solo. No me despido. Nos vemos pronto, muy pronto. Tú eres un hombre bueno y tienes que ayudarme, no como todos estos. Permiso.
Armando suspiró. Su hija ya corría hacia él agitando su bolsa de dulces.
Adán Medellín (Ciudad de México, 1982). Escritor y periodista que quiso ser futbolista y paleontólogo. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Ha publicado seis libros de cuentos, por los que ha obtenido galardones como el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2017, el Concurso Nacional de Cuento Sueño de Asterión 2013, el Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo 2019 y el Iberoamericano de Cuento Ventosa Arrufat–Fundación Elena Poniatowska 2020. Obtuvo su segundo Premio Bellas Artes en la categoría de Ensayo Literario por El cielo trepanado. Su libro Acéldama obtuvo el Premio Nacional de Novela Élmer Mendoza 2019 y ha recibido una opción para convertirse en una serie audiovisual. Textos suyos han aparecido en España, Argentina y Cuba. Fue parte de la redacción de Playboy México por doce años; ahora imparte talleres de narrativa y literatura en formatos presenciales y virtuales. En 2022 fue seleccionado por la Revista Casa de las Américas (Cuba) como una de las 22 voces relevantes de la literatura mexicana joven. Es cofundador de Cafebrería Ítaca, espacio de librería-cafetería-talleres en Cerritos, San Luis Potosí.
Llama la sangre, de Adán Medellín, publicado por Nitro/Press en su Colección NitroNoir No. 33, con el apoyo de EFIARTES; México, 2023. Para mayor información, páginas muestra y formas de adquirirlo: https://nitro-press.com/9786078805273