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Por Carlos Bortoni (@_bortoni)

Ciudad de México, 24 de septiembre de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

No le importó que estuviéramos ahí. Quizá ni siquiera reparó en nosotros. Se arrojó sobre el estanque, metió la mano y separó un par de corales. Cuando lo hizo, pareció recuperar la conciencia del entorno. Se disculpó mientras buscaba algo con que secarse y regresó a su puesto detrás del mostrador, al fondo del pequeño y oscuro acuario. Esa oscuridad, y las luces negras que escasamente iluminaban el lugar, fue lo que nos atrajo en un principio. Una vez dentro, nos quedamos por el espectáculo de colores de los corales y hongos marinos bajo aquellas luces negras. Pero nadie tenía la menor intención de comprar algo, ni el dinero para pagar por ellos y el equipo necesario para mantenerlos vivos. ¿Qué pasó? –le pregunté mientras me acercaba al mostrador. Un par de corales estaban peleando –respondió el encargado del acuario. Tenía que separarlos –dijo. De alguna manera, aquellos animales de apariencia estática se desplazaron y entraron en conflicto. A simple vista, la pelea resultó imperceptible, decepcionante.


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