Restauración, o la voz que se vuelve tacto
RESEÑA || Adonai Castañeda se sumerge en la lectura de "Restauración" libro con el que Ave Barrera ganó el Premio Literario Lipp La brasserie en 2018.
Por Adonai Castañeda
Puebla, México, 03 de junio de 2020 [00:01 GMT-5] (Neotraba)
Para Aura, por enseñarme el significado de la voz.
El olvido es más tenaz que la memoria.
Farabeuf, Salvador Elizondo.
La memoria se puede recuperar, el olvido no.
Restauración, Ave Barrera.
“Si el pasado es un muro macizo de roca, la memoria es una piedra con la que uno se tropieza para recordar”, apuntó Georgina Cebey en su ensayo “El Memorial a las Víctimas de la Violencia en México, arquitectura y culpa”. Y es que este ejercicio de gestión evocativa se comunica con el presente inmediato: el reconocimiento de una voz entre los ecos, una voz viva más allá de la materia. Este canto nos arroja una reflexión, una sobre nosotros mismos: del cómo somos parte de esa voz, o incluso de cómo nos encargamos de silenciarla. El silencio es un estado de pausa, de alerta; de violencia. Por tanto, tenemos dos opciones al tropezar con la memoria: distinguirla como la oportunidad de sanar una herida abierta en el pasado o simplemente arrojarla lejos, fuera del alcance de cualquiera que pueda sufrir una agnición a partir de ella, silenciarla.
Restauración de Ave Barrera (Guadalajara, 1980) opta por recoger ese trozo de memoria para escudriñar en él y componer los muros en ruinas que rodean a la voz que clama por ser escuchada. Esta novela que ganó el Premio Literario Lipp La brasserie en 2018, publicada por la editorial independiente Paraíso Perdido, entabla un diálogo intergeneracional alrededor de la violencia contra las mujeres. Al mismo tiempo encara tradiciones cuyas raíces son terriblemente profundas: por un lado, la invisibilidad de la volición femenina; por el otro, la misoginia imperante en los escenarios cotidianos, en el amor incluso.
Este afán se engarza con la renovación de un orden, uno que ha sido dominado, una integración que a la vez es resultado de un cambio. No sólo se trata de una conversión, sino de la búsqueda de una identidad. La identidad femenina frente a todo esto.
Puede que las ideas antes expuestas remitan al concepto de ritual. Aunque, según Sigmund Freud, ¿qué significa ésto sino un conjunto de actividades cuyo fin es liberar de una opresión? En Restauración se nos presenta una suerte de ceremonia: el enfrentamiento al caos y la invitación a restaurar el equilibrio para luego habitarlo. Y es que, también, la estructura de la novela resulta caótica.
En su inicio, conoceremos a una narradora desconocida que se encuentra con una fotografía, dentro de la habitación prohibida de una casona neocolonial, que retrata su propio cuerpo supliciado con la tortura china Leng T’ché: “La fotografía muestra un cuerpo en el momento de ser desmembrado. El rostro mira hacia el cielo, en trance, lejos del dolor. Lo reconozco. Es mi rostro. […] Soy yo.” Este enigma busca ser compuesto a través de la restauración de la casona, de las debacles en el espacio y el tiempo, de la quimera.
El deseo de Min, una joven estudiante de Historia del Arte, por asir la materia, escuchar su voz y darle una forma, junto con el anhelo de renovar su relación amorosa con Zuri, la llevó hacia la restauración de la casona que les perteneció a los tíos abuelos de éste. A pesar de las dificultades que se le presentan, como la infidelidad de la cual fue víctima o el presupuesto que significa el trabajo ante un objeto arquitectónico neocolonial, Min se dispone a recuperar cada uno de los retazos de memoria dispuestos en cada rincón para erigir un orden, donde rija la respuesta al dominante, donde lidere el recuerdo que se opone a la ilusión.
En esta labor, tres tiempos se intrincan, la casona cobra vida y el murmullo constante dentro de ella se antoja más audible. Min es testigo de una voz, presente entre los muros y el sueño: las palabras de Gertrudis, la mujer que habitó la casa y que soportó la violencia desatada por Eligio, su esposo, un fotógrafo cuyo eco resulta en la personalidad de Zuri.
“La restauración es una labor de escucha. […] Se trata de oír la música del tiempo en la materia y entender de qué modo quieren los objetos ser rescatados, qué es lo que quieren hacer con ese tiempo: ¿ocultar averías y recuperar lustre y colores? ¿Lucir con orgullo el deterioro y presumir las muescas de la tarascada del tiempo?” asevera la narradora en esta novela. A la vez que Min entra a cada una de las habitaciones de la casona y escucha a Gertrudis, se inserta en su historia, en la de sus hijas y en la de Oralia, su sirvienta: en la memoria. No sólo atiende a la voz, sino que la moldea y con ella restaura el inmueble. La voz convertida en tacto. Este acto de sinestesia logra conectar el presente con el pasado, el pasado con el futuro, y el futuro con el presente, y así las voces del diálogo se funden. Min es eco de Gertrudis. Esta construcción a cuatro manos se nutre de la contemplación del dolor.
Barrera, con su prosa puntual y contemplativa, construye una estética del dolor que nos persigue a lo largo de toda la lectura. Esta estética requiere de un pensamiento reflexivo. Si bien podemos contemplarlo como objeto de belleza, nos supone una percepción desde la esencia, una cavilación sobre lo que hemos erigido y sus repercusiones. Las tradiciones son prueba intangible de esto.
La contemplación de esta estética nos explota en el rostro y nos invita al cuestionamiento, a observar cómo la cultura ha normalizado ciertas prácticas en contra de las mujeres. Por tanto, considero, otro gran acierto de Restauración radica en la exposición de conductas que duele reconocer en nosotros mismos. Partiendo de una tradición literaria que favorece la voluntad masculina frente a la femenina, nos ofrece una alerta, una respuesta ante el silencio.
A propósito de ésto, se ha afirmado que Restauración se trata de una reescritura de Farabeuf, novela de Salvador Elizondo, aserción en la que discrepo: si bien se toma como hipotexto, punto de partida para la escritura, Restauración es la génesis de una respuesta ante la tradición. Si en Farabeuf la volición femenina es nula, en Restauración rige una voz que se opone al silencio, a no tener voz. Esta busca reconocerse a sí misma y restaurar todo a su paso.
Ocurre lo mismo si se trata de reivindicar esta voz en otros textos. Como en trabajos previos, tales como el proyecto en facsímil 21000 princesas [1] o la traducción de Fábulas feministas y otros textos de Suniti Namjoshi [2], ambas en colaboración con Lola Hörner, la prosa de Barrera busca configurar las estructuras que encierran y oprimen la voz femenina. En Restauración se parte también de la vigencia de estas estructuras para escribir alternativas ante esta ola de violencia que nos supera en todos los sentidos.
En suma, la lectura de esta novela dimana en un ritual también: el caos puede ser ordenado desde la consciencia del desorden. Sólo el reconocimiento de los fantasmas que nos acompañan logrará restaurarlos a tiempo. Restauración nos ofrece una clave para desenmarañar los patrones que se han repetido a lo largo de la historia y que sólo el lector será capaz de utilizar para abrir una habitación prohibida: enfrentarnos con una verdad. Su lectura resulta dolorosa, aunque indispensable. Representa una visita terrorífica a la memoria más profunda; una estructura complejísima y enrevesada en distintos tiempos, una concordia de símbolos que nutren un descenso a lo inmaterial, donde el tiempo y el espacio son sólo un pretexto para avanzar, de donde no se sale ileso.